martes, 22 de septiembre de 2009

LA COLUMNA de JOAN BARRIL



NO MÁS
PROHIBICIONES

Escribe
JOAN BARRIL (*)
COLUMNISTA EN
“EL PERIODICO” CATALUNYA

Recibo una carta de mi amiga Rosa Gil, la del restaurante Leopoldo, en cuyos salones la ciudad escribe la letra pequeña de la historia. Rosa Gil me regaló un día una libreta azul y portuguesa que me acompaña también en mis letras pequeñas, que en realidad son todas. Rosa ha sabido mantener en su pequeño ateneo del Raval el placer de la conversación, el recuerdo torero de sus paredes y la evidencia antigua de que no hay nada como una buena mesa para vencer el miedo a salir de noche.
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Hay pocas compensaciones en este oficio de escribir comparables a la esperanza de recibir de nuevo una segunda libreta azul y portuguesa donde plasmar mis dudas, que son excesivas. Me cuenta Rosa, taurina de pro, que ella y unos esforzados amantes de la lidia han redactado un manifiesto para evitar que se prohíban las corridas de toros en Barcelona y que me invita a sumarme a la causa con mi humilde nombre. Tal vez Rosa no sabe que la llamada fiesta de los toros no solo no me produce indiferencia, sino que la considero un espectáculo abyecto en cuyas gradas, andanadas y tendidos jamás se me va a ver.
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Algunos de mis mejores amigos, entre los que por supuesto está Rosa Gil, me argumentan la tradición y la belleza de la tauromaquia. Como prueba de calidad me suelen enumerar a todos los artistas de la pintura y de la literatura que se han visto atrapados por la supuesta magia del baile entre el hombre y la bestia. Aún así, considero que convertir la muerte en una celebración es algo que me agita las tripas. Y no lo digo desde la perspectiva de unos supuestos e inexistentes derechos de los animales, que no los tienen, sino por el derecho ciudadano a ahorrarnos a la especie humana la glorificación de una matanza desigual y gratuita.
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Ni soy taurino ni nunca lo seré, porque no considero que la muerte y el maltrato hayan de ser patrimonio consciente del hombre. En el siglo de la barbarie humanitaria no me gustaría añadirme con mi voz y mi presencia al mantenimiento de rituales bárbaros como los que tienen lugar en los cosos. Pero esa resistencia pasiva a las corridas no puede ser una respuesta automática. Rosa Gil no se merecería una respuesta en la que mis convicciones fueran entendidas como muestra de una superioridad moral que ni tengo y a la que ya ni aspiro.
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Me consta que Rosa y los firmantes de ese manifiesto no son unos vulgares matarifes, y que sus razones tienen para alarmarse ante la eventual prohibición de su afición. En su manifiesto no hablan de los valores de la tauromaquia, sino de un valor más delicado y más endeble que es el de la libertad. Nadie está obligado a asistir a una plaza de toros. Se trata de un espectáculo que tiene lugar en un ámbito cerrado y al que acuden gente como nosotros.
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Si algún día la mal llamada «fiesta» de los toros desaparece, preferiría que fuera por las simples leyes del mercado antes que por las leyes restrictivas de gobiernos que han confundido la labor política con hacer la vida imposible a las minorías. Entre la aplaudida muerte de un toro y la mala vida con la que algunos salvadores intentan condenar a los nuevos pecadores, tal vez hay motivos para ponerse del lado de los que ya estamos hartos de recortes y de que nos compliquen la vida.
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Tal vez por eso, porque abjuro tanto de los toros como ensalzo la libertad, acabaré firmando el manifiesto de Rosa. Porque ya estoy harto de que me lidien y me corten la lengua solo para que el político más torpe salga a hombros del prohibicionismo y encima le llamen maestro.
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(*) Joan Barril (Barcelona, 1952) es un escritor y periodista español. Estudio en la Universidad de Barcelona y su actividad periodística la combinó con su trayectoria como escritor. Columnista en los diarios como El País, La Vanguardia y El Periódico de Catalunya. Tiene actividad en radio y TV. Es fundador y editor de la editorial Barril & Barral.

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