domingo, 31 de mayo de 2015

NUESTRA OBSESIÓN POR LA ESPERANZA ES UNA MALDICIÓN

LAS ELITES DEL PODER Y SUS CORTESANOS EN LA PRENSA Y LA ACADEMIA  
CREAN MITOS OCULTANDO AVARICIA, VIOLENCIA Y ESTUPIDEZ  
EN EL DEVENIR DE LA MAYORÍA DE LAS SOCIEDADES HUMANAS.

Escribe 
CHRIS HEDGES (*) 
Fuente
“Information Clearing House” 
Publica “Rebelión”
Tradujo Sinfo Fernández. 
 29 de Mayo 2015

(*) CHRIS HEDGES (1956) Periodista estadounidense ganador del Premio Pulitzer.  Activista, autor, ministro presbiteriano y corresponsal de guerra cuya columna se publica los lunes en "Truthdig" , pasó casi dos décadas  en América Central, Oriente Medio, África y los Balcanes. Se ha informado de más de 50 países y ha trabajado para The Christian Science Monitor, la Radio Pública Nacional, The Dallas Morning News y The New York . Ha escrito nueve libros, entre ellos "El imperio de la Ilusión: El fin de la Alfabetización y el Triunfo del espectáculo" (2009), "Yo no creo en ateos" (2008) y los más vendidos "fascistas americanos: La derecha cristiana y la guerra contra América "(2008). Su libro "La guerra es una fuerza que nos da sentido" (2003) fue finalista para el National Book Critics Circle Award de no ficción. 


La ingenua creencia en que la historia es lineal, en que el progreso moral acompaña al progreso técnico, es una forma de ilusión colectiva. Paraliza nuestra capacidad para actuar de forma radical y
Louis-Auguste Blanqui
nos apacigua con un falso sentido de seguridad. Quienes se agarran al mito del progreso humano, creyendo que el mundo se mueve inevitablemente hacia un estado moral y material superior, se convierten en rehenes del poder. Sólo quienes aceptan la posibilidad muy real de la distopía, del auge de un despiadado totalitarismo corporativo, reforzado por el aparato de seguridad y vigilancia más terrorífico en la historia humana, podrán llevar a cabo el autosacrificio necesario para la sublevación.  El anhelo de positivismo que impregna nuestra cultura corporativa ignora la naturaleza y la historia humanas. Pero, para desafiarlo, para exponer el hecho obvio de que las cosas están empeorando, y que es posible que pronto empeoren mucho más, es preciso arrancarlo del círculo del
 pensamiento mágico que define la cultura estadounidense y gran parte de la de Occidente. La izquierda está tan contaminada por esa manía de la esperanza como la derecha. Es una manía que oculta la realidad aunque el capitalismo global se desintegre y el ecosistema se descomponga, condenándonos potencialmente a todos. El teórico del siglo XIX Louis-Auguste Blanqui, a diferencia de casi todos sus contemporáneos, rechazó la creencia, central en Karl Marx, de que la historia humana

es una progresión lineal hacia la igualdad y una mayor moralidad. Advirtió de que este positivismo absurdo es la mentira perpetrada por los opresores: “Todas las atrocidades del vencedor, sus largas series de ataques se transformaron fríamente en una evolución constante e inevitable, como la de la naturaleza… Pero la secuencia de los hechos humanos no es inevitable como la del universo. Se puede cambiar en cualquier momento”. Previó que los avances científicos y tecnológicos, más que representar un indicador de progreso, podrían ser “un arma terrible en manos del Capital


contra el Trabajo y el Pensamiento”. Y en una época en que muy pocos lo hacían, condenó el expolio del mundo natural. “El hacha derriba y nadie vuelve a plantar. No hay preocupación por la mala salud del futuro”. “La humanidad”, escribió Blanqui, “no es algo inmóvil. Avanza o retrocede. Su marcha progresiva conduce hacia la igualdad. Su marcha regresiva la hace retroceder a través de cada etapa de privilegio hasta la esclavitud humana, la palabra final del derecho a la propiedad”.
Además, escribió: “No me sitúo entre quienes dan por sentado que el progreso es algo garantizado, que la humanidad no puede ir hacia atrás”. Las elites del poder y sus cortesanos en la prensa y el mundo académico dotan siempre a la torpe historia de la raza humana del significado y coherencia de los que carece. Necesitan elaborar mitos nacionales para ocultar la avaricia, violencia y estupidez que caracterizan el devenir de la mayoría de las sociedades humanas. Para Estados Unidos, la negativa a enfrentar la crisis del cambio climático y nuestras inacabables y costosas guerras en el Oriente Medio no son sino dos ejemplos de la locura que nos empuja hacia la catástrofe. La sabiduría no es conocimiento. El conocimiento se ocupa de lo particular y de lo real. El conocimiento es el dominio de la ciencia y la tecnología. La sabiduría aborda lo trascendente. La
sabiduría nos permite ver y aceptar la realidad, no importa lo desalentadora que pueda ser. Sólo a través de la sabiduría podemos enfrentarnos con el desorden y lo absurdo de la vida. La sabiduría tiene que ver con la objetividad. Una vez conseguida la sabiduría, la idea de progreso moral se destruye. El conocimiento no conduce a la sabiduría. El conocimiento es muy a menudo una herramienta para la represión. Para ocultar el poder el Estado, elabora conceptos abstractos sobre el honor, la gloria, el heroísmo, el deber y el destino, alimentando la enfermedad del nacionalismo y exigiendo obediencia ciega en nombre del patriotismo.    

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