N. de R. El texto que hemos levantado y damos aquí, se escribió en España, sobre la realidad española. Dejando de lado citas puntuales a situaciones españolas –igual que los nombres– hay aquí conceptos políticos que son válidos en cualquier conglomerado humano. Son generalidades que tienen que ver con la política, en su mejor expresión como tal. Es solo por eso que lo traemos aquí.La hora de la política
LAS EXIGENCIAS CIUDADANAS
ANTE LA CRISIS ECONÓMICA
Fuente: “EL PERIODICO”
de CATALUNYA
Escribe FRANCISCO Longo (*)
Escribe FRANCISCO Longo (*)
martes 24 de febrero 2009
-
Entre episodios de espionaje político que recuerdan a las películas de Torrente, gobernantes de virtud precaria corrompidos por trepadores macarras, diplomacia de sotanas y capelos cardenalicios, monterías como las retratadas en aquellos planos-secuencia de Berlanga, con su aire de vodevil político, togados huelguistas que desafían a la misma ley que les inviste de legitimidad y campañas electorales basadas, una vez más, en la aplicación del ventilador a las miserias ajenas, la política española sigue sin remontar el vuelo gallináceo que le viene caracterizando en los últimos tiempos. Los ciudadanos, claro está, mirando hacia otro lado, al de la crisis que golpea ya con dureza a una parte significativa de la sociedad y ensombrece el futuro de casi todos.
Como en una escalada del autismo político, quienes nos gobiernan y quienes aspiran a hacerlo parecen haberse construido un mundo propio, poblado de trapisondas de guiñol. Con este material se nutren últimamente los telediarios y las páginas de política de los diarios. ¿Maniobra de distracción? ¿Entretenimiento banal para que la peña olvide sus cuitas? Casi sería deseable. Por lo menos, transluciría una toma de conciencia de la gravedad de la situación. Más parece una deriva hacia los territorios en los que se sienten cómodos. Afrontar las exigencias de la crisis se intuye un trabajo demasiado duro, comparado con esos jugueteos tácticos que les chiflan.
No parecen conscientes del riesgo de que, a este paso, la crisis se los lleve --a unos y a otros, que no se engañen-- por delante. A un ritmo de 200.000 parados al mes, con el personal desayunándose cada día con nuevos desastres, la cosa está para pocas tonterías. La transformación de la ansiedad y del temor a la incertidumbre en cabreo generalizado es solo cuestión de tiempo, y no es esa la situación en la que las sociedades muestran lo mejor de sí mismas. Vamos a mirar cada vez más a quienes nos representan y gobiernan en busca de señales que nos muestren algún camino; si lo que recibimos es más de lo mismo, el resultado acaba siendo desastroso: desconfianza generalizada, bajón de la autoestima colectiva, desánimo frente al futuro, erosión de las instituciones y quién sabe qué más.
Y, aunque a la vista del panorama nos cueste creerlo, es la hora de la política. De esta no nos sacarán las curvas y algoritmos con que se predicen los escenarios económicos. Tampoco el acierto técnico de un paquete de medidas de rescate o de estímulo fiscal. Todo eso es necesario, pero insuficiente. Necesitamos política, y política de largo aliento. Inventamos la política para situaciones como esta, y la necesitamos para tres cosas: para dotarnos de un horizonte, para movilizarnos colectivamente y para hacer viables los cambios que es necesario acometer.
Por una parte, están las reformas, esas que hemos dado en llamar estructurales. Las que deben servirnos de palanca para volver a crecer, pero haciendo las cosas de otra manera. Salvador Alemany, presidente del Cercle d'Economia, recordaba hace poco en Esade que los gobiernos no han aprendido cómo impulsar esas reformas sin arriesgarse a perder elecciones. Por eso, proponía, sensatamente, la puesta en marcha de amplios acuerdos políticos transversales. Cuatro grandes ámbitos, al menos, requerirían esos consensos de partida: de entrada, el sistema educativo, sobre el que empieza a gravitar una conciencia colectiva de fracaso; en segundo lugar, el de investigación, desarrollo e innovación, imprescindible para el cambio de modelo de crecimiento que nos urge; en tercer lugar, la Administración pública, cuya inercia burocrática resulta cada día más incompatible con las exigencias de una economía competitiva, y, por último, el mercado de trabajo, amalgama de precariedad y rigidez --tal como lo ha descrito hace poco el profesor Lasheras-- cuya racionalización resulta imprescindible.
Esas reformas no serán viables si no se integran en un discurso realista y creíble, pero ilusionante y movilizador, de salida de la crisis. Tenemos una sociedad madura y dispuesta a asumir sacrificios, pero no a firmar cheques en blanco a cambio de un poco de marketing político. Los ciudadanos pueden entender una apelación al esfuerzo, a la mejora de productividad, al aumento de la movilidad y flexibilidad laborales, a la solidaridad con los más vulnerables, incluso a la aceptación de un modo de vida más austero que el que nos hemos podido permitir los últimos años. Lo harán si se les presenta un proyecto colectivo en el que confiar, un camino que incluya la luz al final del túnel.
-
Entre episodios de espionaje político que recuerdan a las películas de Torrente, gobernantes de virtud precaria corrompidos por trepadores macarras, diplomacia de sotanas y capelos cardenalicios, monterías como las retratadas en aquellos planos-secuencia de Berlanga, con su aire de vodevil político, togados huelguistas que desafían a la misma ley que les inviste de legitimidad y campañas electorales basadas, una vez más, en la aplicación del ventilador a las miserias ajenas, la política española sigue sin remontar el vuelo gallináceo que le viene caracterizando en los últimos tiempos. Los ciudadanos, claro está, mirando hacia otro lado, al de la crisis que golpea ya con dureza a una parte significativa de la sociedad y ensombrece el futuro de casi todos.
Como en una escalada del autismo político, quienes nos gobiernan y quienes aspiran a hacerlo parecen haberse construido un mundo propio, poblado de trapisondas de guiñol. Con este material se nutren últimamente los telediarios y las páginas de política de los diarios. ¿Maniobra de distracción? ¿Entretenimiento banal para que la peña olvide sus cuitas? Casi sería deseable. Por lo menos, transluciría una toma de conciencia de la gravedad de la situación. Más parece una deriva hacia los territorios en los que se sienten cómodos. Afrontar las exigencias de la crisis se intuye un trabajo demasiado duro, comparado con esos jugueteos tácticos que les chiflan.
No parecen conscientes del riesgo de que, a este paso, la crisis se los lleve --a unos y a otros, que no se engañen-- por delante. A un ritmo de 200.000 parados al mes, con el personal desayunándose cada día con nuevos desastres, la cosa está para pocas tonterías. La transformación de la ansiedad y del temor a la incertidumbre en cabreo generalizado es solo cuestión de tiempo, y no es esa la situación en la que las sociedades muestran lo mejor de sí mismas. Vamos a mirar cada vez más a quienes nos representan y gobiernan en busca de señales que nos muestren algún camino; si lo que recibimos es más de lo mismo, el resultado acaba siendo desastroso: desconfianza generalizada, bajón de la autoestima colectiva, desánimo frente al futuro, erosión de las instituciones y quién sabe qué más.
Y, aunque a la vista del panorama nos cueste creerlo, es la hora de la política. De esta no nos sacarán las curvas y algoritmos con que se predicen los escenarios económicos. Tampoco el acierto técnico de un paquete de medidas de rescate o de estímulo fiscal. Todo eso es necesario, pero insuficiente. Necesitamos política, y política de largo aliento. Inventamos la política para situaciones como esta, y la necesitamos para tres cosas: para dotarnos de un horizonte, para movilizarnos colectivamente y para hacer viables los cambios que es necesario acometer.
Por una parte, están las reformas, esas que hemos dado en llamar estructurales. Las que deben servirnos de palanca para volver a crecer, pero haciendo las cosas de otra manera. Salvador Alemany, presidente del Cercle d'Economia, recordaba hace poco en Esade que los gobiernos no han aprendido cómo impulsar esas reformas sin arriesgarse a perder elecciones. Por eso, proponía, sensatamente, la puesta en marcha de amplios acuerdos políticos transversales. Cuatro grandes ámbitos, al menos, requerirían esos consensos de partida: de entrada, el sistema educativo, sobre el que empieza a gravitar una conciencia colectiva de fracaso; en segundo lugar, el de investigación, desarrollo e innovación, imprescindible para el cambio de modelo de crecimiento que nos urge; en tercer lugar, la Administración pública, cuya inercia burocrática resulta cada día más incompatible con las exigencias de una economía competitiva, y, por último, el mercado de trabajo, amalgama de precariedad y rigidez --tal como lo ha descrito hace poco el profesor Lasheras-- cuya racionalización resulta imprescindible.
Esas reformas no serán viables si no se integran en un discurso realista y creíble, pero ilusionante y movilizador, de salida de la crisis. Tenemos una sociedad madura y dispuesta a asumir sacrificios, pero no a firmar cheques en blanco a cambio de un poco de marketing político. Los ciudadanos pueden entender una apelación al esfuerzo, a la mejora de productividad, al aumento de la movilidad y flexibilidad laborales, a la solidaridad con los más vulnerables, incluso a la aceptación de un modo de vida más austero que el que nos hemos podido permitir los últimos años. Lo harán si se les presenta un proyecto colectivo en el que confiar, un camino que incluya la luz al final del túnel.
-
Y es la política la llamada a liderar esa actualización del contrato social con la ciudadanía. Por ese pacto deberían estar trabajando ya los partidos, especialmente los mayoritarios, con el propósito de sumar al mayor número de actores económicos y sociales. Solo en torno a un pacto de esa naturaleza se podrá construir el impulso colectivo que debe permitirnos superar los momentos difíciles que nos esperan. La sociedad reclama, para ello, un liderazgo político que parece encontrarse, hasta el momento, fuera de cobertura. Ojala perciba pronto las señales y se ponga cuanto antes a hacer los deberes, porque esta es su hora.
(*) Director del Instituto de Dirección y Gestión Pública de Esade (URL)
Y es la política la llamada a liderar esa actualización del contrato social con la ciudadanía. Por ese pacto deberían estar trabajando ya los partidos, especialmente los mayoritarios, con el propósito de sumar al mayor número de actores económicos y sociales. Solo en torno a un pacto de esa naturaleza se podrá construir el impulso colectivo que debe permitirnos superar los momentos difíciles que nos esperan. La sociedad reclama, para ello, un liderazgo político que parece encontrarse, hasta el momento, fuera de cobertura. Ojala perciba pronto las señales y se ponga cuanto antes a hacer los deberes, porque esta es su hora.
(*) Director del Instituto de Dirección y Gestión Pública de Esade (URL)
No hay comentarios:
Publicar un comentario