martes, 29 de septiembre de 2009

LA COLUMNA de JOAN BARRIL





PALABRAS
DEFORMES

Escribe
JOAN BARRIL (*)
COLUMNISTA de “El Periódico”

Dice Saint-Exupéry en El principito que las palabras son fuente de malentendidos. Es cierto. Una de las palabras que define precisamente el buen uso de las palabras se ha convertido en un concepto que define todo lo contrario. La retórica, por ejemplo, era la ciencia que estudiaba y fomentaba la belleza del discurso y la precisión de lo escrito y de lo dicho. Hoy, por el contrario, una intervención retórica es una palabrería inane y hueca, desprovista de fondo, de tesis y de armonía. Los antiguos sabios de la Retórica se sorprenderían si, llegados a este mundo actual, les tildaran de charlatanes vacíos y de cameladores orales.
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Una cosa parecida es la que se esconde bajo el adjetivo «fascista» y sus derivados. El fascismo, por desgracia, fue algo muy serio como para usarlo como insulto sobre gente que se limita a no estar de acuerdo con nosotros. Un fascista es alguien que busca en el grupo la seguridad y la impunidad de su violencia sobre los otros. Un fascista no atiende a leyes, sino a uniformes. No pretende persuadir ni convencer, sino simplemente eliminar a los disconformes. Un fascista es alguien que se refugia en la fuerza precisamente por la debilidad de su carácter. A veces el autoritarismo se confunde en sus formas con el fascismo, pero autoritarios los hay en todas partes, y es de buen observador saber distinguir al discrepante del simple verdugo.
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Recientemente, otras palabras han sido puestas en derecho. En los aviones y en las fronteras, en las carreteras y en los círculos más selectos del Barça el concepto seguridad se ha convertido en un sinónimo de intromisión de la intimidad. Quien bien te quiere te verá en calzoncillos. No se trata de espiar la vida privada de los otros por mera curiosidad, sino de hacer una auditoría respecto de su grado de seguridad, como si ser vicepresidente de un club de fútbol equivaliera a ser un alto científico de la NASA. Y, por supuesto, no vamos ahora a confiar a los espiados las bienintencionadas razones del espionaje. La seguridad, cuanto menos se conozca, mejor. ¿Acaso vemos cada día a nuestro ángel de la guarda y la de accidentes y problemas que nos soluciona sin siquiera pedírselo?
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Pero la gran lección de lenguaje la dijo anteayer el presidente Lula da Silva, que lo es de Brasil y de todas las legaciones diplomáticas que su país tiene por el mundo. Preguntado por el conflicto que le enfrenta a Honduras, con su embajada sitiada y amenazada por el presidente impostor Micheletti, se dirigió a los periodistas y les dijo que hablaran con sus editores y que dejaran de considerar al Gobierno de Micheletti como «un Gobierno interino». La interinidad de los gobiernos no explica en ningún caso el origen de esos gobiernos. Insistía Lula: una cosa es un Gobierno interino y otra es un Gobierno golpista. Por más que adornemos la violación de la legalidad hondureña con palabras, aquel Gobierno «de facto», aquel Gobierno «interino», aquel Gobierno «ilegal» cimentado sobre la acción represiva de las Fuerzas Armadas es un Gobierno golpista. Y un golpe de Estado no es otra cosa que la usurpación del poder a partir de la amenaza, la coacción y la violencia de personajes que no cuentan con el refrendo explícito de sus ciudadanos.
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Son palabras de Lula. En el reino del eufemismo se agradece que alguien con autoridad moral recuerde la diferencia entre la realidad y las palabras con las que se suelen disfrazar las cosas que no nos gustan.
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(*) Joan Barril (
Barcelona, 1952) es un escritor y periodista español. Estudio en la Universidad de Barcelona y su actividad periodística la combinó con su trayectoria como escritor. Columnista en las diarios como El País, La Vanguardia y El Periódico de Catalunya. Tiene actividad en radio y TV. Es fundador y editor de la editorial Barril & Barral.

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