lunes, 9 de noviembre de 2009

AQUEL LARGO MURO de BERLIN


LA COLUMNA de JOAN BARRIL

FULGOR
Y VERGÜENZA

Escribe
JOAN BARRIL (*)
Columnista
“El Periódico” Catalunya
9 Nov. 2009

Ayer se celebró en Berlín el 20° aniversario de la caída del Muro. En realidad, los muros no se caen si no hay presión para que el derrumbe se produzca. Antes de Berlín. otros países hicieron sus respectivas revoluciones. Algunas de terciopelo, como la antigua Checoslovaquia. Otras con enfrentamientos violentos y la ejecución de los antiguos caudillos. En algún lugar de Rumanía reposan –si es que pueden– los cuerpos de Nicolae Ceausescu y de su esposa, capturados en Navidad, cuando los alemanes del Este y del Oeste ya podían celebrar las Navidades juntos. Lo del muro de Berlín fue una edificación curiosa entre dos concepciones propagandísticas del mundo.
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En su decadencia, los jerarcas del llamado socialismo real acusaban al capitalismo de ser más decadente. Pero más allá de las ideas estaba la gente, y la gente solo era carne de cañón para los vigilantes del muro. Huir o resistir, admirar o controlar. Los países del Este fueron un paranoico paraíso donde el bienestar era el fruto de una vigilancia permanente. La vida era la recompensa de delatar la vida de los otros. Hoy se va a celebrar que ese tipo de fracturas se acabaron hace 20 años. Ahí estarán representantes de los cuatro ejércitos que vencieron a los nazis en la segunda guerra mundial. En realidad, el drama europeo del siglo XX proviene de la expansión nazi.
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Y esta, a su vez, de las oprobiosas condiciones a las que se sometió Alemania tras la primera guerra mundial. Pero hoy va a ser un bonito homenaje a la libertad, esa palabra polisémica que justifica la propia muerte, pero sobre todo la muerte de tantos otros. Junto a los nazis formaron y cayeron italianos, franceses, húngaros, rumanos, finlandeses y españoles. y hoy estarán ahí como si formaran parte de los vencedores. Nos alegra que el Muro cayera, pero el Valle de los Caídos continúa en pie. Nos emocionan las pequeñas epopeyas de los alemanes fugitivos del Este, pero los jueces españoles continúan negándose a acometer la memoria histórica.
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Nos cagamos en Hitler, pero en muchos lugares españoles continúan existiendo avenidas dedicadas a un tal Francisco Franco, que no dudó en enviar a la muerte a sus soldados para acabar con la bestia soviética. Y, sin embargo, hoy todos tendremos puesto nuestro recuerdo en los gulags de Stalin, en la crueldad de los procesos de Moscú, en la aniquilación de la iniciativa individual, en la invasión de Checoslovaquia y en los hospitales psiquiátricos para intelectuales. Pero tal vez convendría ir un poco más allá. Tal vez convendría admitir de una vez por todas que si Europa es lo que hoy es y los nazis han desaparecido es gracias al enorme sacrificio humano de los ciudadanos de la URSS.
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Más de 27 millones de rusos murieron entre civiles y militares en las estepas. Esa gente son los que en realidad consiguieron detener la hegemonía de Hitler. No fue el heroísmo innegable del desembarco en Normandía ni el acoso testimonial de partisanos y maquis en la retaguardia. Si la URSS se hubiera rendido ante el avance de Hitler, como hizo la Francia de Pétain, otro gallo nos estaría cantando. Esos 27 millones de soviéticos masacrados por las tropas del eje serán los grandes olvidados de la misa civil de hoy. El mal es el Muro. Pero pocos años antes el mal fue un genocidio nazi contra los rusos que los aliados occidentales contemplaron con una frialdad cómplice. Bien está que los muros caigan, pero que no se olviden los verdaderos mártires útiles de una Europa que hoy vive gracias a la muerte de tantos.
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(*) Joan Barril (Barcelona, 1952) es un escritor y periodista español. Estudio en la Universidad de Barcelona y su actividad periodística la combinó con su trayectoria como escritor. Columnista en las diarios como El País, La Vanguardia y El Periódico de Catalunya. Tiene actividad en radio y TV. Es fundador y editor de la editorial Barril & Barral.

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