jueves, 5 de noviembre de 2009

LA COLUMNA de JOAN BARRIL



LA AMISTAD
Y EL DELITO

Escribe
JOAN BARRIL (*)
Columnista “El Periodico” Catalunya


Escribo rodeado de pequeñas imágenes que han ido conformando mi propia educación sentimental. Ahí tengo el cohete lunar de Tintin, un dibujo a lápiz de mi familia hecho con maestría y celeridad por la mano de Quim Roy, el libro de Cesare Pavese en cuyas guardas mi amigo Joan Ollé escribió las letras más bellas de nuestra juventud y, ahí encima de la estantería, iluminando la estancia con su sonrisa pícara, una foto poco conocida de Ernesto Che Guevara. Somos en las cosas y nos cuesta prescindir de ellas. Será tal vez porque se nos hace difícil ahora negar que todo lo que somos es porque algún día fuimos.
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De la misma manera que conservo esas pruebas enfriadas de mi paso por el mundo, también me pregunto por los amigos. La amistad es un sentimiento que perdura. Mientras el amor exige una constante renovación del vínculo, la amistad se basa en la confianza permanente de los amigos. De las pocas cosas realmente nobles que en alguna ocasión me han adornado, recuerdo el día en el que en el consejo de redacción de otro periódico que no era este el director inició una salvaje diatriba contra un intelectual por aquel entonces muy prolijo en los medios de comunicación. Las invectivas del director se contagiaron al resto del grupo y el linchamiento del escritor ausente pronto fue un clamor.
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Hacía poco tiempo que había entrado a formar parte de aquel legendario diario y supongo que me vi obligado a marcar territorio. Me levanté de mi silla y dije con voz solemne: «Antes de proseguir debo anunciaros que me honro con la amistad de ese escritor al que estáis criticando. De continuar así, me veré obligado a abandonar esta reunión». Y al igual que el poeta, fuimos de nuestro corazón a nuestros asuntos.
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El amigo debe ser un embajador del amigo ausente. Pero ¿qué sucede cuando de pronto nos enteramos de que nuestro amigo ha sido detenido por la justicia o está incriminado en un acto de violencia o cae sobre él la sospecha de algún delito? El caso Pretoria es un buen momento para que todos nos pongamos a reflexionar sobre los límites –si es que los hay– de nuestra amistad con los que, chorizos o no, se encuentran entre rejas. Un amigo no es un juez ni un comisario. La amistad se fundamenta en el pasado común, pero no debería verse condicionada por todo aquello que el amigo cometa en el futuro. Es aquello que hemos vivido lo que nos ha hecho amigos.
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En ningún caso es aquello que viviremos, que para eso ya está el matrimonio. Por doloroso que sea, la amistad debería permanecer incólume. Ser amigo de un delincuente no significa ser su cómplice, pero tampoco es de bien nacido negarle la compañía, que no la solidaridad. La vida es tan compleja, que a menudo nos tocará exhibir la amistad de gente que ha actuado con deshonestidad. Le increparemos, le haremos llegar nuestra decepción, pero no le dejaremos en la soledad y en la legítima condena.
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Las amistades no se ponen a prueba en los telediarios, sino en la fotografía que llevamos en la cartera. Y no hay pretexto para callar esa amistad con el argumento de que la vida da muchas vueltas y que tarde o temprano esa confesión de lealtad puede sernos perjudicial. De los actos del amigo se responderá ante la justicia. De nuestros actos, responderemos ante nuestra conciencia. En la cárcel o en la horca, por su mala cabeza o por su ambición desmedida, un amigo en dificultades es alguien al que nunca deberíamos dejarle solo. Su delito le envilece, pero nuestra amistad nos ennoblece.
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(*)JOAN BARRIL (Barcelona, 1952) es un escritor y periodista español. Estudio en la Universidad de Barcelona y su actividad periodística la combinó con su trayectoria como escritor. Columnista en las diarios como El País, La Vanguardia y El Periódico de Catalunya. Tiene actividad en radio y TV. Es fundador y editor de la editorial Barril & Barral.

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