
DEL SIGLO XX
Escribe
JOAN BARRIL (*)
Columnista de
“El Periodico” Catalunya
Una de las secciones más interesantes de los periódicos son las necrológicas. No me refiero a las esquelas que insertan los familiares de ciudadanos fallecidos, sino a esas semblanzas biográficas sobre personas provenientes de los distintos campos del saber y que nos han dejado. Se trata de gente cuya muerte, a criterio de la prensa, no merece la notoriedad de la primera página, pero que tampoco puede caer en el olvido de lo impublicable.
Al fin y al cabo, esas necrológicas, un verdadero género periodístico en el que se puede ser crítico pero con el debido respeto a un cadáver que todavía está caliente, nos ayudan a saber dónde nos encontramos, cuántos somos y quiénes nos quedan. A veces el gran mérito de esas necrológicas consiste en recordarnos que acaba de morir alguien al que ya considerábamos muerto desde hace años. Y entonces nos sobreviene una extraña sensación de ingratitud, como si nuestro olvido hubiera sido un agravante de su enfermedad postrera.
Eso es lo que me sucedió ayer al enterarme de la muerte de Erich Segal. Segal llegó a la fama mundial por haber escrito una novela dulzona y lacrimógena conocida en todo el mundo como Love Story. Cuando Segal publicó su gran

La trama de la narración culminaba con la chica enferma de cáncer y su novio cuidándola. A veces hasta las letras son contagiosas. Años después de Love Story, Ali MacGraw se lió con Steve MacQueen, quien también murió de cáncer en la vida real. Y Ryan O’Neal fue el último esposo de Farrah Fawcett, otra ilustre actriz que murió de la misma enfermedad. Extraña maldición para demostrar que a menudo el amor y la muerte corren caminos paralelos.
Pero lo que más ha quedado en la memoria de aquella obra de Segal fue una frase definitoria: «Amar es no tener que decir nunca lo siento». Sin duda aquella frase no ha determinado la buena marcha del mundo, pero lo cierto es que es una frase que confunde el amor con el pretexto de todas las canalladas. Porque decir «lo siento» es algo que ennoblece a quien lo dice. Porque no somos perfectos. Porque a veces hay sensibilidades delicadas y hay bromas que hieren y silencios que sangran.
Imagino que una pareja que dice quererse mucho no puede durar si los amantes se refugian en su respectivo orgullo de no pedir nunca el perdón del otro. También en el mundo de la política hay muchos casos de gobernantes que dicen querernos mucho, pero que no están dispuestos a admitir ni sus errores ni nuestras indignaciones.
La burocracia ciega nos impide recibir la excusa del poder, ya sea por una multa injusta como por una injusticia flagrante. Hay partidos con ganas de gobernar que no han dicho «lo siento» por los crímenes del franquismo. Tampoco el futuro presidente chileno, Piñera, que tanto dice querer a su pueblo, ha solicitado indulgencia por las matanzas de Pinochet. Los fallos de algunos consellers de hoy y de siempre han quedado sin excusa. La crisis económica provocada por el sistema bancario no ha provocado el más mínimo arrepentimiento. Debe de ser que nos aman a la manera de Segal. Nos aman tanto, que prefieren generar el miedo a reconocer su culpa.
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(*) Joan Barril (Barcelona, 1952) es un escritor y periodista español. Estudio en la Universidad de Barcelona y su actividad periodística la combinó con su trayectoria como escritor. Columnista en las diarios como El País, La Vanguardia y El Periódico de Catalunya. Tiene actividad en radio y TV. Es fundador y editor de la editorial Barril & Barral.
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