miércoles, 3 de febrero de 2010

APAGA LA LUZ... CERRÁ Y VAMOS...


LA GENTE
QUE ME GUSTA



Mario Benedetti

- Primero que todo:
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Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace...
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- Me gusta la gente con capacidad para medir las consecuencias de sus acciones, la gente que no deja las soluciones al azar.
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- Me gusta la gente justa con su gente y consigo misma, pero que no pierda de vista que somos humanos y nos podemos equivocar.
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- Me gusta la gente que piensa que el trabajo en equipo entre amigos produce más que los caóticos esfuerzos individuales.
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- Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría.
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- Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos serenos y razonables a las decisiones de un jefe.
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- Me gusta la gente de criterio, la que no traga entero, la que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó.
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- Me gusta la gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
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- Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, a éstos les llamo mis amigos.
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- Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
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- Me gusta la gente que trabaja por resultados. Con gente como ésa, me comprometo a lo que sea, ya que con haber tenido esa gente a mi lado me doy por bien retribuido.
Mario Benedetti
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EUSEBIO


Su padre Eusebio había llegado desde el sur del Brasil, cuando era muy joven aún el siglo diecinueve. En el pequeño país que era Uruguay, los colonialistas ingleses extendían por él los caminos de hierro de las vías del tren, por las que avanzarían después de andado el tiempo y cruzando los campos y asustando pájaros en cielos tranquilos –con el humo pastoso– las locomotoras empujadas a vapor de carbón. No había bisontes ni había búfalos que matar. Ni tampoco indígenas o nativos molestos que exterminar, para que avanzara el camino nuevo sin mayores complicaciones.
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Esos animales no habitaban aquellas tierras y los indígenas habían sido ya exterminados por uruguayos, antes del tren y para ubicar a nuevos dueños de esos campos. Varios años pasó su padre Eusebio –invierno y verano– a golpe de pico y de pala y de marrón, junto a decenas más de peones y avanzaban los brazos de hierro y se nivelaban los valles y se construían puentes y se desmontaban lomas, porque montañas en el país no había. Y los campamentos con sus carpas avanzaban también. Y se preparaba el camino para la lana y las carnes y los cueros y los granos.
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Para que todo lo que producían los campos pudiera llegar más barato a los puertos, y de ellos partir hacia los mercados de Europa, enriqueciendo aquí a la naciente oligarquía de los terratenientes del presente. Aunque su padre Eusebio –analfabeto y bueno– nada sabía de todo eso. Sólo sabía que para él, aquel trabajo era bueno, porque "los ingleses" pagaban mejor jornal, del que sólo cobraba una parte y el resto, que no precisaba para sus pocos gastos quedaba, como ahorro a su nombre, guardado por la compañía. Al avanzar las vías, avanzaban los campamentos de los braceros.
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En uno de esos cambios que hacía cada tanto la cuadrilla, aquella vez el campamento se instaló cerca de una estancia. Como ocurría en esos casos, siempre trataban de conseguir en esos establecimientos, algunas hortalizas, si era posible fruta, o algo más de la huerta familiar. Tal vez unos pollos o trozos de carne, que a veces les vendían y en otras les regalaban, para alegrar un poco el triste guisado de charque, que proporcionaba la compañía. Cuando estaban en medio del campo, buscaban en la pesca o en la caza de especimenes silvestres, esos complementos.
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En esta estancia la conoció. Vivía con sus padres y toda la familia que trabajaba y atendía el establecimiento. Y como faltaba poco para terminar el trabajo con "los ingleses" y como estaba cansado de tanto picar piedra y tierra bajo el sol o la lluvia y el frío y como en la estancia había lugar para levantar un rancho más, pues allí fue que su padre Eusebio se quedó. Ella escribía con una hermosa letra, limpia y clara como de maestra de escuela. Y al poco tiempo, cuando empezaba lo que sería un invierno muy inclemente y muy lluvioso… a mediados de un muy frío mes de mayo de1932, nació él.
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Félix Duarte
(1999)

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