miércoles, 17 de febrero de 2010

LA VEJEZ, ESA COSTUMBRE QUE SUELE TENER LA GENTE...


ENCERRARSE
NO ES BUENO...

Escribe
GONZALO
CANAL RAMÍREZ (*)

No tema a la intemperie. La intemperie, si usted se protege debidamente e los excesos de frío y calor, no matan, sino tonifica, vivifica y revitaliza. La persona humana necesita la intemperie como cualquier animal o planta. En este caso, la intemperie son los elementos mismos de la naturaleza: el fuego (sol), el aire, la tierra, el agua. En parte, de ellos estamos hechos y de ellos vivimos. El viejo, excesivamente protegido de la intemperie, se debilita.
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El exceso de abrigo lo hace propenso a resfriados y gripes; la carencia de sol le dificulta la fijación de calcio y sus huesos se harán más posaros y frágiles; la falta de sudor acumulará más elementos tóxicos en su organismo y la quietud le impedirá la reactivación de la circulación sanguínea y, por lo tanto, facilitará el endurecimiento de sus arterias y músculos, con sus consecuencias peligrosas y dolorosas. Use la intemperie, cuanto más pueda.
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Ella es un estimulante apropiado de sus funciones físicas y mentales. Con ella respirará mejor, comerá, dormirá, asimilará y secretará mejor. El abuso de la intemperie tiene sus riesgos. No abuse de nada. Pero el riesgo del abuso de la intemperie es preferible al de la sobreprotección. Lo natural es siempre menos peligroso. La naturaleza está bien hecha, es sabia. No la contradiga. Use su razón para ser superior a los animales. No inferior.
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La salud, en la tercera edad, debe ser, desde luego, más cuidada. Ella está más protegida frente a algunas enfermedades (sobre todo las microbianas tradicionales) porque el organismo ha creado más defensas, pero más desamparada frente a otras, sobre todo las degenerativas y traumatizante. Todos están de acuerdo en que la senescencia no puede impedirse (la persona humana ha vivido muchos siglos pidiendo en vano el milagro de la eterna juventud) pero si puede retardarse y capacitarse.
Todos los materiales tienen un límite de resistencia, aun en las máquinas y edificios. Los calculistas dejan siempre un margen de tolerancia, para la distensión. Si esto sucede en las resistencias matemáticas exactas, que no sucederá en el organismo humano, un complejo tan variado, donde el todo, casi perfecto, está compuesto desde corpúsculos microscópicos que pueden morir con una gota de alcohol, como las neuronas, hasta la materia las resistente como los huesos de gran fortaleza. Y recuerden que..”no somos dueños de los acontecimientos, pero si del efecto que ellos produzcan en nosotros”
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Vejez no es enfermedad, ni caquexia, ni decrepitud. Usted puede evitar estar caquéctico, decrépito. Ante todo evitando “el complejo de enfermedad” tan común en las personas añosas, más por aprehensiones mentales que por lesiones físicas. Usted tiene el derecho a la salud, pero también la obligación de conservarla y vigilarla. La vejez tampoco es renunciamiento o privación. Usted no debe renunciar a nada de aquello que su cuerpo o su mente le permiten y, menos, privarse de las satisfacciones normales de su edad.
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Pronto va a aparecer en la literatura médica y sicológica un nuevo complejo: el de Howard Hughes, dueño de un imperio periodístico norteamericano, que pensó con servar su vida exagerando la asepsia y la higiene, con purificadores de aire y vidrios entre él y sus interlocutores para librase de los “contagios” posibles según él, hasta en la respiración de las mariposas. A este complejo de puritanismo higiénico, se opone también el de Daniel Ludwing, a los 82 años explorador industrial del Amazonas.
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Entre uno y otro hay, indudablemente, un justo medio. Aunque la vejez no es período de “mediatización”, ni de “mediocridad” así ella sea “dorada”, los “justos medios son en ella necesarios. No somos atletas juveniles, pero tampoco cadáveres ambulantes. Debemos cuantificarnos a nosotros mismos, pero también calificarnos. Si estamos sanos. Nuestro cerebro es mejor que antes y nuestro cuerpo funciona adecuadamente. El secreto es no perder de vista esa “adecuación” para cuanto para cuanto servimos y como servimos.
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Seremos más, seguramente, si derribamos las barreras mentales negativas. El exceso de cuidados de Hughes, fuera de ser económicamente imposibles para quien no sea multimillonaria en dólares, es ridículo, y sobre todo contraproducente. En vez de evitar la enfermedad la acelera en el cuerpo porquen lo priva de sus defensas y le cohíbe la mente porque obsesiona. Los maniáticos de la salud se enferman más ligero que los temerarios de la salud. La prevención excesiva es peor que el riesgo, porque debilita las resistencias del cuerpo y del espíritu e impide la formación de nuevas defensas. El Ludwig, empresario en la selva amazónica, es la reacción contraria. Y ahí, octogenario, con una fábrica flotante de pulpa sobre el río.
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Para muchos el corazón es la caja de la vida y en él ponen el secreto de la salud. Para mí el secreto de la vida es el uso activo de mente, de la inteligencia y de todo el cuerpo. Es la inteligencia la que ha defendido a la humanidad, a través de tantos milenios, para permitirle vivir y supervivir. Es ella la autora del notable aumento de la longevidad actual. Sin duda, usted y yo le debemos a ella los años que estamos viviendo.
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(*) Gonzalo Canal Ramírez, es un reconocido especialista en temas de la Tercera Edad. De origen colombiano, esta radicado en España. Estos textos son del libro “ENVEJECER NO ES DETERIORARSE” que ha merecido innumerables ediciones y traducciones desde 1980, año de su aparición en España.

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