
SERRAT,
COSECHA Y CANTO
Escribe
JOAN BARRIL (*)
Columnista de “El Periódico”
Catalunya-España
COSECHA Y CANTO
Escribe
JOAN BARRIL (*)
Columnista de “El Periódico”
Catalunya-España
3 de marzo 2010
(1)
El otro día, en el mercado de Santa Caterina, me ofrecían cerezas. Eran unas buenas cerezas, sabrosas y carnosas y razonablemente bien de precio. Pero no eran las cerezas de mi infancia. Para gozar de lo que nos da la tierra no basta con el sabor. También hay un tiempo para saborear. Y las cerezas, aunque no fueran tan buenas como las que me ofrecía el vendedor de Santa Caterina, requieren de espera y de deseo. Las mejores frutas fuera de temporada son una consagración del capricho y una exaltación del poder humano que intenta condicionar el poder de la naturaleza.
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El otro día, en el mercado de Santa Caterina, me ofrecían cerezas. Eran unas buenas cerezas, sabrosas y carnosas y razonablemente bien de precio. Pero no eran las cerezas de mi infancia. Para gozar de lo que nos da la tierra no basta con el sabor. También hay un tiempo para saborear. Y las cerezas, aunque no fueran tan buenas como las que me ofrecía el vendedor de Santa Caterina, requieren de espera y de deseo. Las mejores frutas fuera de temporada son una consagración del capricho y una exaltación del poder humano que intenta condicionar el poder de la naturaleza.
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Pensaba en las cerezas este fin de semana en el que el sol y la niebla, el viento y la calma han organizado un intenso concierto. He tenido la fortuna de escuchar el último trabajo de Serrat sobre poe
mas de Miguel Hernández y la orquestación de Joan Albert Amargós. A Serrat no hay que meterle prisa. Serrat nos ofrece su cosecha cuando él considera que ha llegado a su estadio óptimo de madurez. Hijo de la luz y de la sombra es un trabajo tan necesario como lo fue el primer disco, grande y negro, sobre la obra de Miguel Hernández.
Pensaba en las cerezas este fin de semana en el que el sol y la niebla, el viento y la calma han organizado un intenso concierto. He tenido la fortuna de escuchar el último trabajo de Serrat sobre poe

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Hoy los discos son más pequeños. Y pronto esos elementos circulares empequeñecerán todavía más hasta convertirse en el punto y final de una manera de transportar la música. Pero el campo en el que Serrat y sus amigos hacen crecer los versos de los grandes poetas continúa perfectamente abonado y fértil. Yo no se cómo vamos a degustar al Serrat que todavía nos cantará de aquí a 10 años. Pero no hay tecnología, ni nueva ni vieja, que pueda con la palabra bien dicha, con la música bien pensada y con la voz consciente que es un instrumento más al servicio del verso.
Hoy los discos son más pequeños. Y pronto esos elementos circulares empequeñecerán todavía más hasta convertirse en el punto y final de una manera de transportar la música. Pero el campo en el que Serrat y sus amigos hacen crecer los versos de los grandes poetas continúa perfectamente abonado y fértil. Yo no se cómo vamos a degustar al Serrat que todavía nos cantará de aquí a 10 años. Pero no hay tecnología, ni nueva ni vieja, que pueda con la palabra bien dicha, con la música bien pensada y con la voz consciente que es un instrumento más al servicio del verso.
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La labor de Serrat es la del zapador que busca los restos del naufragio de la memoria entre las playas desiertas del olvido. Muchos jóvenes harían bien en acercarse a ese Miguel Hernández que murió en las cárceles franquistas y que cantó al amor del miliciano, al temor de la muerte y a la necesidad de las armas. La estrategia de la derecha española consiste en entender la guerra civil como una catástrofe natural de la que los vencidos no deberían sacar partido. Pero toda guerra tiene una sintaxis. Y tanto los franquistas como sus aliados nazis y fascistas usaron la hipérbole del exterminio mientras gente como Hernández defendía su dignidad a golpes de poesía.
La labor de Serrat es la del zapador que busca los restos del naufragio de la memoria entre las playas desiertas del olvido. Muchos jóvenes harían bien en acercarse a ese Miguel Hernández que murió en las cárceles franquistas y que cantó al amor del miliciano, al temor de la muerte y a la necesidad de las armas. La estrategia de la derecha española consiste en entender la guerra civil como una catástrofe natural de la que los vencidos no deberían sacar partido. Pero toda guerra tiene una sintaxis. Y tanto los franquistas como sus aliados nazis y fascistas usaron la hipérbole del exterminio mientras gente como Hernández defendía su dignidad a golpes de poesía.
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Cuando Serrat se enfrenta a los grandes poetas, Antonio Machado, Miguel Hernández, Mario Benedetti, Joan Salvat Papasseit o Joan Margarit, lo hace con una humildad ejemplar. Se subordina a la letra de la emocionante Uno de aquellos o busca armonías difíciles pero emocionantes en Dale que dale. Así crece Serrat cada día: haciéndonos crecer a los poetas enormes que pagaron con su vida la barbarie antipoética de la España más bestia. Cuando ni siquiera los poderes públicos socialdemócratas se atreven a reivindicar la belleza derrotada, Serrat está ahí como el gran archivero de la armonía.
Cuando Serrat se enfrenta a los grandes poetas, Antonio Machado, Miguel Hernández, Mario Benedetti, Joan Salvat Papasseit o Joan Margarit, lo hace con una humildad ejemplar. Se subordina a la letra de la emocionante Uno de aquellos o busca armonías difíciles pero emocionantes en Dale que dale. Así crece Serrat cada día: haciéndonos crecer a los poetas enormes que pagaron con su vida la barbarie antipoética de la España más bestia. Cuando ni siquiera los poderes públicos socialdemócratas se atreven a reivindicar la belleza derrotada, Serrat está ahí como el gran archivero de la armonía.
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En una cultura ensimismada, más apegada al espectáculo que al rigor, me enorgullece que todavía haya artistas que hacen canciones para que el pueblo las haga suyas. En un momento en el que lo más rentable es desmitificar a los mitos y cubrir de porquería a los poetas muertos, como se ha hecho recientemente con Gil de Biedma y con el propio Hernández, Serrat está ahí para recordarnos que la belleza no es biodegradable. El verso se hizo canción y habitará entre nosotros.
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EL MUNDO REAL
En una cultura ensimismada, más apegada al espectáculo que al rigor, me enorgullece que todavía haya artistas que hacen canciones para que el pueblo las haga suyas. En un momento en el que lo más rentable es desmitificar a los mitos y cubrir de porquería a los poetas muertos, como se ha hecho recientemente con Gil de Biedma y con el propio Hernández, Serrat está ahí para recordarnos que la belleza no es biodegradable. El verso se hizo canción y habitará entre nosotros.
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EL MUNDO REAL

Escribe
JOAN BARRIL (*)
(2)
Hay otra manera de sentir los efectos de la crisis. No se trata de sentarse en unos despachos frente a muchos ordenadores rodeados de sabios de la economía. Basta con ir caminando por una ciudad que sabe hablar sin palabras. A nivel del suelo de las ciudades, se encuentran gatos, palomas y, en las esquinas, también hay indigentes envueltos en sus cartones. En tiempos de penuria extrema, las palomas disminuyen y los indigentes se multiplican. Así han sido las cosas en el primer o en el tercer mundo. Y así seguirán.
Hay otra manera de sentir los efectos de la crisis. No se trata de sentarse en unos despachos frente a muchos ordenadores rodeados de sabios de la economía. Basta con ir caminando por una ciudad que sabe hablar sin palabras. A nivel del suelo de las ciudades, se encuentran gatos, palomas y, en las esquinas, también hay indigentes envueltos en sus cartones. En tiempos de penuria extrema, las palomas disminuyen y los indigentes se multiplican. Así han sido las cosas en el primer o en el tercer mundo. Y así seguirán.
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Pero aparecen nuevos actores de la escasez. Ahí viene, por ejemplo, un hombre correctamente vestido que se nos acerca en el semáforo y nos pide algo para comer. Dice tener hambre. Y hasta es posible que sea así. El hambre, hace unos siglos, era una visión del mundo. Hoy es una epidemia rural en lugares agostados por la falta de lluvia y por las plagas. Pero la escasez no se limita al estomago. La escasez es el alquiler, es la ropa de segunda mano, es el simple hecho de poder pensar.
Pero aparecen nuevos actores de la escasez. Ahí viene, por ejemplo, un hombre correctamente vestido que se nos acerca en el semáforo y nos pide algo para comer. Dice tener hambre. Y hasta es posible que sea así. El hambre, hace unos siglos, era una visión del mundo. Hoy es una epidemia rural en lugares agostados por la falta de lluvia y por las plagas. Pero la escasez no se limita al estomago. La escasez es el alquiler, es la ropa de segunda mano, es el simple hecho de poder pensar.
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Ahora veo a otro hombre correctamente vestido que se acerca a la cabina telefónica. Descuelga el aparato y hurga con su dedo en la cazoleta donde van a parar las monedas. No hay nada. Tampoco en la siguiente cabina. Ni en la otra. Los pasos del hombre que busca la moneda escupida por la máquina se apresuran hacia otros teléfonos. Aquella moneda que habrá quedado de una llamada frustrada puede ser la salvación del día. Eso es la crisis.
Ahora veo a otro hombre correctamente vestido que se acerca a la cabina telefónica. Descuelga el aparato y hurga con su dedo en la cazoleta donde van a parar las monedas. No hay nada. Tampoco en la siguiente cabina. Ni en la otra. Los pasos del hombre que busca la moneda escupida por la máquina se apresuran hacia otros teléfonos. Aquella moneda que habrá quedado de una llamada frustrada puede ser la salvación del día. Eso es la crisis.
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Como lo es la viejecita que se acerca a las mesas de las terrazas para llevarse la bolsita de azúcar que el cliente ha dejado en el plato porque prefiere el café amargo. La crisis es esa búsqueda selectiva en las papeleras. Es el convenio que vincula al ayudante de cocina para que no todas las sobras de los menús vayan a parar al cubo. La crisis es confiar en el descuido de los que todavía no la viven. La crisis es haber renunciado a pedir trabajo a aquellos que ni siquiera saben si van a tener trabajo la mañana siguiente.
La crisis es celebrar que se haya pasado de mileurista a quinientoseurista y encima dar las gracias. La crisis es ver cómo las calles ya no están iluminadas por los escaparates, porque las tiendas se traspasan y en los balcones ya no florecen plantas sino solo números de teléfono. La crisis es comprobar que incluso el top manta ha desaparec
ido de las aceras.
En este panorama ciudadano, aún hay gente que insiste en los famosos brotes verdes de la economía. Se da por supuesto que estamos viviendo un periodo excepcional y que más temprano que tarde volveremos a la abundancia en la que estuvimos viviendo. Y no es así, porque tal vez la excepción no es esta crisis. Tal vez la excepción fue la abundancia enloquecida. Y ahora solo los que tienen una cierta capacidad de resistencia pueden sobrevolar los yermos de una pobreza que se expande poco a poco a las antiguas y autosuficientes clases medias.
Como lo es la viejecita que se acerca a las mesas de las terrazas para llevarse la bolsita de azúcar que el cliente ha dejado en el plato porque prefiere el café amargo. La crisis es esa búsqueda selectiva en las papeleras. Es el convenio que vincula al ayudante de cocina para que no todas las sobras de los menús vayan a parar al cubo. La crisis es confiar en el descuido de los que todavía no la viven. La crisis es haber renunciado a pedir trabajo a aquellos que ni siquiera saben si van a tener trabajo la mañana siguiente.
La crisis es celebrar que se haya pasado de mileurista a quinientoseurista y encima dar las gracias. La crisis es ver cómo las calles ya no están iluminadas por los escaparates, porque las tiendas se traspasan y en los balcones ya no florecen plantas sino solo números de teléfono. La crisis es comprobar que incluso el top manta ha desaparec

En este panorama ciudadano, aún hay gente que insiste en los famosos brotes verdes de la economía. Se da por supuesto que estamos viviendo un periodo excepcional y que más temprano que tarde volveremos a la abundancia en la que estuvimos viviendo. Y no es así, porque tal vez la excepción no es esta crisis. Tal vez la excepción fue la abundancia enloquecida. Y ahora solo los que tienen una cierta capacidad de resistencia pueden sobrevolar los yermos de una pobreza que se expande poco a poco a las antiguas y autosuficientes clases medias.
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Todo ello conlleva una nueva civilización de la exaltación del low cost. Algunos dicen que lo último que se pierde es la esperanza. Pero en realidad lo último que se ha de perder son los clientes. Y el gran aprisco donde se estabulan los clientes es el bajo coste, la ficción de que todo sigue como antes aún a costa de vivir en un mundo de sucedáneos. La escasez deja el lujo al alcance de pocos y lo básico queda para los ahorradores. Ese era al fin y al cabo el mundo real. Y a todos esos universitarios a los que se ha educado en los beneficios del estudio y del trabajo bien hecho solo les espera el milagro de la suerte y el aprendizaje de la austeridad.
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(*) JOAN BARRIL CUIXART (1952) Estudia en la Universidad de Barcelona. Como periodista su labor es extensa y brillante. Dirigió semanario El Mon. Columnista en La Vanguardia, El Periódico y El País. Como cronista de la actualidad cotidiana ha creado auténticas estampas literarias, prolongadas a lo largo de su actividad como narrador. Recibió los premios literarios como Ciudad de Barcelona y el Ramón Llul, por la que muy posiblemente sea su mejor obra, "Parada obligatoria". Colaborador habitual en radio y TV, Joan Barril conserva un compromiso constante con el mundo en el que vive.
Todo ello conlleva una nueva civilización de la exaltación del low cost. Algunos dicen que lo último que se pierde es la esperanza. Pero en realidad lo último que se ha de perder son los clientes. Y el gran aprisco donde se estabulan los clientes es el bajo coste, la ficción de que todo sigue como antes aún a costa de vivir en un mundo de sucedáneos. La escasez deja el lujo al alcance de pocos y lo básico queda para los ahorradores. Ese era al fin y al cabo el mundo real. Y a todos esos universitarios a los que se ha educado en los beneficios del estudio y del trabajo bien hecho solo les espera el milagro de la suerte y el aprendizaje de la austeridad.
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(*) JOAN BARRIL CUIXART (1952) Estudia en la Universidad de Barcelona. Como periodista su labor es extensa y brillante. Dirigió semanario El Mon. Columnista en La Vanguardia, El Periódico y El País. Como cronista de la actualidad cotidiana ha creado auténticas estampas literarias, prolongadas a lo largo de su actividad como narrador. Recibió los premios literarios como Ciudad de Barcelona y el Ramón Llul, por la que muy posiblemente sea su mejor obra, "Parada obligatoria". Colaborador habitual en radio y TV, Joan Barril conserva un compromiso constante con el mundo en el que vive.
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