
SOCIEDADES INSÍPIDAS
Escribe
JOAN BARRIL (*)
Columnista de
“El Periódico” de Catalunya
Jueves 18 de marzo de 2010.
En el país de las prohibiciones y tal vez de la libertad se han sacado de la manga una nueva medida para protegernos. Porque ya se sabe que la protección solo se paga con el recorte de la libertad. Leía ayer en este mismo periódico una crónica desde Nueva York
firmada por el colega Emilio López Romero en la que anunciaba la voluntad del alcalde de la ciudad, Michael Bloomberg, de reducir la ingesta de sal de los neoyorquinos en un 25% durante los próximos cinco años.
La medida de Bloomberg se fundamenta en lo mala que es la sal para la hipertensión, que sin duda lo es. No es el único que se dispone a emprender la cruzada de la sosería. Un legislador de Brooklyn, el demócrata Félix Ortiz, propone que no sea el 25%, sino que la sal debería estar prohibida en todos los restaurantes de la ciudad. ¿Y cómo lo conseguirán? Pues con el sofisticado sistema de la multa. Mil dólares cada vez que un inspector considere que el chef ha metido en su plato el ancestral potenciador de sabor que es la sal.
Parece extraño, pero algún día tal vez la sal haya desaparecido de las cocinas en beneficio de nuestra salud. Ni en Estados Unidos ni en España se prohíben las centrales nucleares, pero alguien ha descubierto ahora que la sal es un veneno. Bloomberg debe pensar que el ciudadano neoyorquino es un idiota incapaz de saber si un plato está demasiado salado. Hasta ahora el plato salado se devolvía a la cocina y en paz. Ahora lo moderno es la multa.
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A los turistas que acudan a Nueva York ya solo les quedará el curioso recurso de llevar en su equipaje de mano un salero de bolsillo con el que aderezar las insípidas y temerosas recetas de los cocineros neoyorquinos. Cabe suponer además que, en un país tan grande como Estados Unidos, los viajeros van a encontrarse con verdaderas sorpresas y que el famoso entrecot New York style sabrá distinto en la Gran Manzana que en la hasta ahora permisiva California.
.
Pero lo cierto es que Bloomberg, con el pretexto de la hipertensión, está cargándose la base de la civilización culinaria desde los tiempos de los antiguos griegos, cuando la sal que el mar depositaba en las rocas se convirtió en un condimento básico para la cocina y para la conservación de los alimentos. Si a la cocaína se le llama nieve en el argot narco, ¿cómo se va a denominar ahora la sal del Himalaya, las escamas de la sal de Maldon o simplemente la sal de las salinas de Torrevieja o de Gerri de la Sal? Lo del fumador pasivo tenía una cierta justificación solidaria. Pero la sal no es nociva para los pocos que no la usan. ¿A qué responde, pues, este conato de prohibición del que Bloomberg ha hecho bandera?
.
Tal vez lo que sucede es que es más importante la demostración del poder que la hipócrita atención a nuestra salud. Sobre todo cuando hay multas de por medio, que son la verdadera esencia del poder. Pero lo curioso de esa tendencia salutífera es la negación del derecho individual a las pequeñas cosas. ¿Se prohibirá la sal en los supermercados neoyorquinos? ¿Será de ahora en adelante una sustancia prohibida en la gran taifa de Bloomberg? La alimentación siempre ha ido asociada a las religiones.
¿Qué extraña nueva religión pretende imponerse con la negación totalitaria de la sal? Sin duda se trata de la creación de sociedades insípidas a las que se invita a pensar en su propia muerte para que no piensen en su capacidad de organizarse solidariamente para acabar con los abusos legislativos de poderes aburridos. Menos mal que son los liberales.
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(*) JOAN BARRIL CUIXART (1952) Estudia en la Universidad de Barcelona. Como periodista su labor es extensa y brillante. Dirigió semanario El Mon. Columnista en La Vanguardia, El Periódico y El País. Como cronista de la actualidad cotidiana ha creado auténticas estampas literarias, prolongadas a lo largo de su actividad como narrador. Recibió los premios literarios como Ciudad de Barcelona y el Ramón Llul, por la que muy posiblemente sea su mejor obra, "Parada obligatoria". Colaborador habitual en radio y TV, Joan Barril conserva un compromiso constante con el mundo en el que vive.
Escribe
JOAN BARRIL (*)
Columnista de
“El Periódico” de Catalunya
Jueves 18 de marzo de 2010.
En el país de las prohibiciones y tal vez de la libertad se han sacado de la manga una nueva medida para protegernos. Porque ya se sabe que la protección solo se paga con el recorte de la libertad. Leía ayer en este mismo periódico una crónica desde Nueva York

La medida de Bloomberg se fundamenta en lo mala que es la sal para la hipertensión, que sin duda lo es. No es el único que se dispone a emprender la cruzada de la sosería. Un legislador de Brooklyn, el demócrata Félix Ortiz, propone que no sea el 25%, sino que la sal debería estar prohibida en todos los restaurantes de la ciudad. ¿Y cómo lo conseguirán? Pues con el sofisticado sistema de la multa. Mil dólares cada vez que un inspector considere que el chef ha metido en su plato el ancestral potenciador de sabor que es la sal.
Parece extraño, pero algún día tal vez la sal haya desaparecido de las cocinas en beneficio de nuestra salud. Ni en Estados Unidos ni en España se prohíben las centrales nucleares, pero alguien ha descubierto ahora que la sal es un veneno. Bloomberg debe pensar que el ciudadano neoyorquino es un idiota incapaz de saber si un plato está demasiado salado. Hasta ahora el plato salado se devolvía a la cocina y en paz. Ahora lo moderno es la multa.
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A los turistas que acudan a Nueva York ya solo les quedará el curioso recurso de llevar en su equipaje de mano un salero de bolsillo con el que aderezar las insípidas y temerosas recetas de los cocineros neoyorquinos. Cabe suponer además que, en un país tan grande como Estados Unidos, los viajeros van a encontrarse con verdaderas sorpresas y que el famoso entrecot New York style sabrá distinto en la Gran Manzana que en la hasta ahora permisiva California.
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Pero lo cierto es que Bloomberg, con el pretexto de la hipertensión, está cargándose la base de la civilización culinaria desde los tiempos de los antiguos griegos, cuando la sal que el mar depositaba en las rocas se convirtió en un condimento básico para la cocina y para la conservación de los alimentos. Si a la cocaína se le llama nieve en el argot narco, ¿cómo se va a denominar ahora la sal del Himalaya, las escamas de la sal de Maldon o simplemente la sal de las salinas de Torrevieja o de Gerri de la Sal? Lo del fumador pasivo tenía una cierta justificación solidaria. Pero la sal no es nociva para los pocos que no la usan. ¿A qué responde, pues, este conato de prohibición del que Bloomberg ha hecho bandera?
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Tal vez lo que sucede es que es más importante la demostración del poder que la hipócrita atención a nuestra salud. Sobre todo cuando hay multas de por medio, que son la verdadera esencia del poder. Pero lo curioso de esa tendencia salutífera es la negación del derecho individual a las pequeñas cosas. ¿Se prohibirá la sal en los supermercados neoyorquinos? ¿Será de ahora en adelante una sustancia prohibida en la gran taifa de Bloomberg? La alimentación siempre ha ido asociada a las religiones.
¿Qué extraña nueva religión pretende imponerse con la negación totalitaria de la sal? Sin duda se trata de la creación de sociedades insípidas a las que se invita a pensar en su propia muerte para que no piensen en su capacidad de organizarse solidariamente para acabar con los abusos legislativos de poderes aburridos. Menos mal que son los liberales.
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(*) JOAN BARRIL CUIXART (1952) Estudia en la Universidad de Barcelona. Como periodista su labor es extensa y brillante. Dirigió semanario El Mon. Columnista en La Vanguardia, El Periódico y El País. Como cronista de la actualidad cotidiana ha creado auténticas estampas literarias, prolongadas a lo largo de su actividad como narrador. Recibió los premios literarios como Ciudad de Barcelona y el Ramón Llul, por la que muy posiblemente sea su mejor obra, "Parada obligatoria". Colaborador habitual en radio y TV, Joan Barril conserva un compromiso constante con el mundo en el que vive.
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