LA VERDAD
DE LA CRISIS
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GABRIEL ROSAS
VEGA
rosgo12@hotmail.com
Para los colegas economistas fanáticos del mercado, la imagen del Premio Nobel, Joseph Stiglitz, es la de un izquierdista incrustado en las altas esferas, enemigo del sistema financiero representado por Wall Street y del FMI.
Sus fuertes críticas a la gestión de los banqueros y al Fondo en cabeza de los últimos dos presidentes Alan Greenspan y Ben Bernanke, lo ponen en una categoría especial de economistas identificados con las ideas keynesianas. Con Krugman comparte el punto de vista que -no obstante la teoría económica moderna- con su fe en el libre mercado y en la globalización, haber prometido prosperidad para todos, tal hecho no ocurrió.
Se suponía que la pregonada nueva economía iba a hacer posible una mejor gestión de los riesgos, y que traería consigo el final de los ciclos económicos. Si la combinación de ésta y aquella no había eliminado las fluctuaciones económicas, por lo menos las estaba moderando. Eso era lo que decían.
La gran recesión -a todas luces la peor crisis económica desde la gran depresión de hace setenta y cinco años- hizo añicos esas ilusiones, advierte. A la luz de lo ocurrido en el 2008, no debe haber duda de que el legado que deja incluirá nuevas perspectivas acerca del inveterado conflicto sobre el tipo de sistema económico que con mayor probabilidad proporciona los máximos beneficios.
Puede que la batalla entre el capitalismo y el comunismo haya terminado, pero las economías de mercado tienen muchas modalidades y la competencia sigue siendo feroz.
En su último libro Caída libre, el distinguido profesor de Columbia, en tono directo y muy crítico, hace una serie de planteamientos que deben ser analizados con el mayor cuidado por parte de los llamados policy makers del mundo.
Los motivos que tengo para formular tal apreciación son los siguientes: en primer lugar, porque la crisis no fue algo que simplemente ocurrió en los mercados financieros; fue creada por el hombre, fue algo que Wall Street se hizo a sí misma y al resto de la sociedad.
Muy al contrario de lo que algunos piensan, que los mercados sin trabas funcionaban, que la desregulación había hecho posible el elevado crecimiento, que sería sostenido, la realidad es bastante diferente. El crecimiento se basaba en una acumulación de endeudamiento.
En segundo, porque de manera clara y contundente demuestra que la crisis fue el resultado de actos, decisiones y razonamientos de los responsables del sector financiero.
El fracaso no se materializó por sí sólo. Es evidente que un mercado desregulado, inundado de liquidez y con unos tipos de interés bajos, una burbuja inmobiliaria mundial y unos créditos de alto riesgo en rápido aumento eran una combinación peligrosa.
Además, añádase el déficit fiscal y comercial de Estados Unidos y la tremenda voracidad de unos banqueros inmorales que minaron la confianza en que se fundamentaba el sistema bancario. Sin duda, lo que fue distinto en esta crisis con respecto a las numerosas que la precedieron fue que ésta llevaba la etiqueta made in USA.
En tercero, porque comprueba que los mercados financieros estadounidenses omitieron el cumplimiento de sus esenciales funciones societarias de gestionar el riesgo, asignar el capital y movilizar los ahorros, manteniendo al mismo tiempo unos bajos costos de transacción.
Lo triste es que en los mercados las innovaciones estaban concebidas para eludir las normas, los estándares contables y los controles. Por eso sostengo que debe ser analizado el libro en cuestión.
GABRIEL ROSAS VEGA
rosgo12@hotmail.com
Para los colegas economistas fanáticos del mercado, la imagen del Premio Nobel, Joseph Stiglitz, es la de un izquierdista incrustado en las altas esferas, enemigo del sistema financiero representado por Wall Street y del FMI.
Sus fuertes críticas a la gestión de los banqueros y al Fondo en cabeza de los últimos dos presidentes Alan Greenspan y Ben Bernanke, lo ponen en una categoría especial de economistas identificados con las ideas keynesianas. Con Krugman comparte el punto de vista que -no obstante la teoría económica moderna- con su fe en el libre mercado y en la globalización, haber prometido prosperidad para todos, tal hecho no ocurrió.
Se suponía que la pregonada nueva economía iba a hacer posible una mejor gestión de los riesgos, y que traería consigo el final de los ciclos económicos. Si la combinación de ésta y aquella no había eliminado las fluctuaciones económicas, por lo menos las estaba moderando. Eso era lo que decían.
La gran recesión -a todas luces la peor crisis económica desde la gran depresión de hace setenta y cinco años- hizo añicos esas ilusiones, advierte. A la luz de lo ocurrido en el 2008, no debe haber duda de que el legado que deja incluirá nuevas perspectivas acerca del inveterado conflicto sobre el tipo de sistema económico que con mayor probabilidad proporciona los máximos beneficios.
Puede que la batalla entre el capitalismo y el comunismo haya terminado, pero las economías de mercado tienen muchas modalidades y la competencia sigue siendo feroz.
En su último libro Caída libre, el distinguido profesor de Columbia, en tono directo y muy crítico, hace una serie de planteamientos que deben ser analizados con el mayor cuidado por parte de los llamados policy makers del mundo.
Los motivos que tengo para formular tal apreciación son los siguientes: en primer lugar, porque la crisis no fue algo que simplemente ocurrió en los mercados financieros; fue creada por el hombre, fue algo que Wall Street se hizo a sí misma y al resto de la sociedad.
Muy al contrario de lo que algunos piensan, que los mercados sin trabas funcionaban, que la desregulación había hecho posible el elevado crecimiento, que sería sostenido, la realidad es bastante diferente. El crecimiento se basaba en una acumulación de endeudamiento.
En segundo, porque de manera clara y contundente demuestra que la crisis fue el resultado de actos, decisiones y razonamientos de los responsables del sector financiero.
El fracaso no se materializó por sí sólo. Es evidente que un mercado desregulado, inundado de liquidez y con unos tipos de interés bajos, una burbuja inmobiliaria mundial y unos créditos de alto riesgo en rápido aumento eran una combinación peligrosa.
Además, añádase el déficit fiscal y comercial de Estados Unidos y la tremenda voracidad de unos banqueros inmorales que minaron la confianza en que se fundamentaba el sistema bancario. Sin duda, lo que fue distinto en esta crisis con respecto a las numerosas que la precedieron fue que ésta llevaba la etiqueta made in USA.
En tercero, porque comprueba que los mercados financieros estadounidenses omitieron el cumplimiento de sus esenciales funciones societarias de gestionar el riesgo, asignar el capital y movilizar los ahorros, manteniendo al mismo tiempo unos bajos costos de transacción.
Lo triste es que en los mercados las innovaciones estaban concebidas para eludir las normas, los estándares contables y los controles. Por eso sostengo que debe ser analizado el libro en cuestión.
GABRIEL ROSAS VEGA
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