miércoles, 19 de mayo de 2010

LA SEMANA DE MARIO BENEDETTI - Cuarta entrega


ESE POCO
DE EQUILIBRIO


Escribe
MARIO
BENEDETTI

El 9 de agosto de1945, o sea el día en que el azar (encarnado en aquel patriarca, tan venido a menos, que me aconsejara en el Casino) había decidido protegernos y graciosamente nos había permitido especular sobre un techo propio, justamente ese día los norteamericanos lanzaron sobre Nagasaki su segunda y descomunal bomba A, que despojo de sus vidas y de sus techos a decenas o acaso cientos de miles de seres humanos.
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Mariana y yo solo nos enteramos al día siguiente. No se porque la bomba de Nagazaki me afectó más que la de Hiroshima. Tal vez porque no solo representó el horror sino su continuidad. En el noticiero especificaron que la potencia del artefacto había sido de 15,5 kilotoneladas, agregando que una kilotonelada equivalía a mil toneladas de TNT. Yo no tenía idea de cuanto significaba ese desorbitado poder de destrucción, pero debía Sr. considerable, a juzgar por las fervorosas hipérboles de los comentaristas.
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Ahora bien, como los que arrojaron la bomba no eran alemanes ni franceses ni rusos, sino norteamericanos, los locutores se pasaron el día celebrando el acontecimiento y alabando los formidables adelantos de las técnicas bélicas de las fuerzas democráticas. Por otra parte, los cientos de miles de víctimas no eran blancuzcos sino amarillentos, así que tampoco había que preocuparse demasiado.
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A mi aquello me parecía un horror. No podía entender que la gente oscilara tan irresponsablemente entre el alboroto y el alborozo. Pronosticaban que con esto se acababa la guerra y lo decían tan jubilosamente como si hasta ayer hubiéramos sido nosotros los diariamente bombardeados. La deje a Mariana con su propia angustia y sin pasar siquiera por la calle Ariosto me fui a ver al tío Edmundo. Solo el podía explicarme esta locura. Llegue a su casa casi corriendo y empuje la puerta. Solo a la noche ponía llave.
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Estaba en el patio, tomando mate, aprovechando el solcito de las once de un día de Agosto excepcionalmente cálido. “Sentate”, me dijo, y me señaló un sillón de mimbre. El sabía a que venía. “No tengo explicación”, dijo. “¿Quién puede explicar semejante ferocidad? La única interpretación es que el hombre puede ser infinitamente cruel con su semejante. Puede ser cruel sin conocer al prójimo, sin haberle visto el rostro ni sostenido su mirada. Puede ser cruel por decisión soberana y autónoma. Como si ese prójimo no fuera un espejo. Cuando destruye el espejo se destruye a si mismo.
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La decisión de arrojar estas bombas, es una decisión asesina, pero también suicida. Todavía es prematuro. Hasta ahora solo ha llegado la imagen grotesca y alucinante del hongo atómico. Pero algún día llegarán las imágenes humanas e inhumanas de este hecho demencial. Es posible que el presidente Truman sea un hombre duro, pertinaz, inclemente, pero me atrevería a augurar que nunca más, hasta el día de su muerte, podrá dormir tranquilo. Y aun los pilotos encargados de estas misiones, ¿podrán resistir durante mucho tiempo la incandescente tentación el suicidio?
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Le dio una última chupada al mate y lo dejó sobre un banquito, junto al termo. “¿Y nosotros?”, pregunté. Edmundo sonrío, alicaído. “Nada. No podemos hacer nada. Como no sea conservar la cordura. Que ya es bastante”.
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Mario Benedetti.
“La borra del café” – edición Cal y Canto
De la sexta edición. Abril 1994,Págs.185/187

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