
LA ANCIANIDAD
Escribe
Escribe
Dr. RAMÓN
DURÓN RUIZ (foto)
Profesor y Abogado (*)
filosofo2006@prodigy.net.mx
Somos una sociedad llena de contradicciones, cada diciembre esperamos con alegría el año nuevo, reverenciando al que se va, representado por un viejecito canoso. Al término ancianidad le aplicamos un racismo biológico e intelectual que lastra posibilidades para todos, una representación de renuncia; cuando en verdad es testimonio de capacidad de victoria, de fuerza para sobrevivir, para salir adelante.
La ancianidad está llena de vida, de sabiduría, de magia, que dan respuestas a cuestiones cuya solución está velada a sus sucesores, a no ser que nuestros ancianos intervengan en la solución de preguntas sin aparentes respuestas. Es necesario aprender a envejecer en una sociedad cretina, en la que somos "civilizados" pero cada vez más incultos; que vive en el encono, ignorando que la ancianidad es la edad de los encuentros, de vivir con miras altas, de ser una ardiente promesa.
Grandes naciones han confiado los más altos oficios a los "viejos", entre ellos el de gobernar. El sanedrín de Israel estaba integrado por 72 ancianos; el Senado romano (senado viene de senectud: viejo) tenía tanto o más poder que el César; llamamos a los sacerdotes católicos presbíteros, en griego significa viejo, para honrarlos; la vejez es título de sabiduría. Muchos genios han realizado lo mejor de sus obras en la ancianidad: Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Moisés, Goethe. Fausto demandó en su vejez permutar su cuerpo por uno joven, nunca solicitó, cambiar su alma vieja y sabia por una inexperta.
Un país de sabios apoya, estimula, apuntala y descansa en el reconocimiento a sus ancianos, reconquista su dignidad, lucha por el respeto y el amor a ellos mismos, reconoce que en ellos se encuentra la raigambre de su historia, es necesario llevar a nuestros adultos a no temer la tercera edad, sino a recobrar la conciencia de su valía, de la preeminencia de habernos adelantado en las batallas de la vida.
La ancianidad es infinitamente más que cualquier enfermedad, puede disminuir el cuerpo, pero agiganta el espíritu -Roosevelt llegó a la presidencia de los EE.UU. con parálisis en las piernas-. Cierta vez le preguntaron a Napoleón desde cuándo debe educarse un niño: "veinte años antes, educando a sus padres", esa debe de ser la misión de nuestro sistema educativo, educar a los padres para formar niños triunfadores y educar a la sociedad para respetar a nuestros ancianos. Una endemia de nuestra sociedad es la vinculación del anciano con la improductividad, no con un conocimiento de lejanas raíces. Por ello me permito compartir con usted el decálogo de la ancianidad:
1. Cuida tu cuerpo, la vida es una fiesta, sal a su encuentro con alegría, vive tu edad armónica y amorosamente. Jubilación deriva de la voz júbilo: alegría; recuerda que la sabiduría, el talento, el ingenio que llegan con la ancianidad... no se jubilan.
2. No te encierres, vive tu etapa cumbre con plenitud. Vives la etapa más alta de la existencia.
3. Ama el movimiento como a ti mismo, no estés estático. Contra la apatía, actívate.
4. Evita la ausencia de ánimo, de sonrisas, el deseo de callar; eres una expresión viva de triunfo, has triunfado sobre las enfermedades y sobre el tiempo.
5. Maravíllate de tu vejez, cada anciano que ríe, ama y es amado, es una luz que se enciende.
6. Cultiva el optimismo, potencializará tu fuerza espiritual, encontrando respuestas a los problemas de la vida, haciendo que tu existencia tenga un porqué.
7. Sé útil a ti mismo; actualmente la sociedad no busca personas útiles, sino importantes.
8. Trabaja y no dejes de estudiar, es la mejor medicina, permite crecer, amar, intimar con el más recóndito secreto de la vida.
9. Escucha tu corazón -no tiene edad-, no dejes de sembrar amigos, los árboles crecen por sus raíces, los hombres por sus amigos,
10. Siembra paz en tu corazón, que tu microcosmos sea una luz que llene de plenitud y amor tu espacio de vida; la paz es la mejor arma para contrarrestar todo, aún la bomba atómica.
Lo anterior me recuerda la ocasión en que, en su infancia, un exgobernador de Tamaulipas, acompañado de sus amigos, miraban asombrados la tranquilidad con la que el armero de Guemes desarrollaba meticulosa y pacientemente su trabajo, preguntándole:
--Disculpe, don Simpliano, ¿qué se siente llegar a viejo?
--Pues más feo -dijo el armero mirándolos a todos-, van a sentir si no llegan... cabrones.
.
(*) Ramón Durón Ruiz es Profesor y Licenciado en Pedagogía y en Derecho, Posgraduado en Administración Municipal y Doctor en Derecho por la Universidad de México. Imparte conferencias en todo el país sobre el Poder del Humor, Cultura Popular, Alternancia y Transición, Gobernabilidad. Ha participado en las ferias del libro de Guadalajara, Monterrey y en el Festival Cervantino.
DURÓN RUIZ (foto)
Profesor y Abogado (*)
filosofo2006@prodigy.net.mx
Somos una sociedad llena de contradicciones, cada diciembre esperamos con alegría el año nuevo, reverenciando al que se va, representado por un viejecito canoso. Al término ancianidad le aplicamos un racismo biológico e intelectual que lastra posibilidades para todos, una representación de renuncia; cuando en verdad es testimonio de capacidad de victoria, de fuerza para sobrevivir, para salir adelante.
La ancianidad está llena de vida, de sabiduría, de magia, que dan respuestas a cuestiones cuya solución está velada a sus sucesores, a no ser que nuestros ancianos intervengan en la solución de preguntas sin aparentes respuestas. Es necesario aprender a envejecer en una sociedad cretina, en la que somos "civilizados" pero cada vez más incultos; que vive en el encono, ignorando que la ancianidad es la edad de los encuentros, de vivir con miras altas, de ser una ardiente promesa.
Grandes naciones han confiado los más altos oficios a los "viejos", entre ellos el de gobernar. El sanedrín de Israel estaba integrado por 72 ancianos; el Senado romano (senado viene de senectud: viejo) tenía tanto o más poder que el César; llamamos a los sacerdotes católicos presbíteros, en griego significa viejo, para honrarlos; la vejez es título de sabiduría. Muchos genios han realizado lo mejor de sus obras en la ancianidad: Pitágoras, Sócrates, Platón, Aristóteles, Moisés, Goethe. Fausto demandó en su vejez permutar su cuerpo por uno joven, nunca solicitó, cambiar su alma vieja y sabia por una inexperta.
Un país de sabios apoya, estimula, apuntala y descansa en el reconocimiento a sus ancianos, reconquista su dignidad, lucha por el respeto y el amor a ellos mismos, reconoce que en ellos se encuentra la raigambre de su historia, es necesario llevar a nuestros adultos a no temer la tercera edad, sino a recobrar la conciencia de su valía, de la preeminencia de habernos adelantado en las batallas de la vida.
La ancianidad es infinitamente más que cualquier enfermedad, puede disminuir el cuerpo, pero agiganta el espíritu -Roosevelt llegó a la presidencia de los EE.UU. con parálisis en las piernas-. Cierta vez le preguntaron a Napoleón desde cuándo debe educarse un niño: "veinte años antes, educando a sus padres", esa debe de ser la misión de nuestro sistema educativo, educar a los padres para formar niños triunfadores y educar a la sociedad para respetar a nuestros ancianos. Una endemia de nuestra sociedad es la vinculación del anciano con la improductividad, no con un conocimiento de lejanas raíces. Por ello me permito compartir con usted el decálogo de la ancianidad:
1. Cuida tu cuerpo, la vida es una fiesta, sal a su encuentro con alegría, vive tu edad armónica y amorosamente. Jubilación deriva de la voz júbilo: alegría; recuerda que la sabiduría, el talento, el ingenio que llegan con la ancianidad... no se jubilan.
2. No te encierres, vive tu etapa cumbre con plenitud. Vives la etapa más alta de la existencia.
3. Ama el movimiento como a ti mismo, no estés estático. Contra la apatía, actívate.
4. Evita la ausencia de ánimo, de sonrisas, el deseo de callar; eres una expresión viva de triunfo, has triunfado sobre las enfermedades y sobre el tiempo.
5. Maravíllate de tu vejez, cada anciano que ríe, ama y es amado, es una luz que se enciende.
6. Cultiva el optimismo, potencializará tu fuerza espiritual, encontrando respuestas a los problemas de la vida, haciendo que tu existencia tenga un porqué.
7. Sé útil a ti mismo; actualmente la sociedad no busca personas útiles, sino importantes.
8. Trabaja y no dejes de estudiar, es la mejor medicina, permite crecer, amar, intimar con el más recóndito secreto de la vida.
9. Escucha tu corazón -no tiene edad-, no dejes de sembrar amigos, los árboles crecen por sus raíces, los hombres por sus amigos,
10. Siembra paz en tu corazón, que tu microcosmos sea una luz que llene de plenitud y amor tu espacio de vida; la paz es la mejor arma para contrarrestar todo, aún la bomba atómica.
Lo anterior me recuerda la ocasión en que, en su infancia, un exgobernador de Tamaulipas, acompañado de sus amigos, miraban asombrados la tranquilidad con la que el armero de Guemes desarrollaba meticulosa y pacientemente su trabajo, preguntándole:
--Disculpe, don Simpliano, ¿qué se siente llegar a viejo?
--Pues más feo -dijo el armero mirándolos a todos-, van a sentir si no llegan... cabrones.
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(*) Ramón Durón Ruiz es Profesor y Licenciado en Pedagogía y en Derecho, Posgraduado en Administración Municipal y Doctor en Derecho por la Universidad de México. Imparte conferencias en todo el país sobre el Poder del Humor, Cultura Popular, Alternancia y Transición, Gobernabilidad. Ha participado en las ferias del libro de Guadalajara, Monterrey y en el Festival Cervantino.
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