CUANDO
LLEGO EL ARBOL…
Escribe
FELIX DUARTE
FELIX DUARTE
(2006)
La pequeña población, de unos pocos ranchos en medio del campo –y del tiempo– tenía que ver con la enorme estancia de la que formaban parte con su pobreza y ese campo que se perdía en el horizonte, lo compartían aquellos seres con orgullosos toros y elegantes vacas de pura raza, que a veces se detenían, rumiando, a mirar esa miseria que tenían que soportar. Allí vivían - es un decir- mujeres e hijos de los peones que trabajaban en la estancia. Cuando él llegó, como cada semana, con la bolsa conteniendo restos de la mansión de los patrones, trajo una noticia que convulsionó a todos: -"Sentí que una empresa gringa compró la estancia y se va a liquidar el ganado y lo demás, porque en el campo van a plantar arbolitos..."
La pequeña población, de unos pocos ranchos en medio del campo –y del tiempo– tenía que ver con la enorme estancia de la que formaban parte con su pobreza y ese campo que se perdía en el horizonte, lo compartían aquellos seres con orgullosos toros y elegantes vacas de pura raza, que a veces se detenían, rumiando, a mirar esa miseria que tenían que soportar. Allí vivían - es un decir- mujeres e hijos de los peones que trabajaban en la estancia. Cuando él llegó, como cada semana, con la bolsa conteniendo restos de la mansión de los patrones, trajo una noticia que convulsionó a todos: -"Sentí que una empresa gringa compró la estancia y se va a liquidar el ganado y lo demás, porque en el campo van a plantar arbolitos..."
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Y así fue. Poco después se liquidó todo en un gran remate. El campo lo compró una petrolera de los Estados Unidos. Llegó la empresa, que en la gran casa señorial instaló oficinas. Y aparecieron máquinas modernas, gente midiendo y parcelando el terreno y hasta tenían un helicóptero. Un día, en un Jeep, llegó un funcionario a los ranchos, en una esperada visita. Les comunica que debían dejar libre el lugar, pues de inmediato empezaban a plantar y también les informó que podían ir a la oficina, porque se estaba tomando personal. Quien sea aceptado, quedará habitando en instalaciones de la empresa. Allá fue él y su mujer; vistiendo sus mejores y humildes ropas, pero muy limpias y planchadas.
Y así fue. Poco después se liquidó todo en un gran remate. El campo lo compró una petrolera de los Estados Unidos. Llegó la empresa, que en la gran casa señorial instaló oficinas. Y aparecieron máquinas modernas, gente midiendo y parcelando el terreno y hasta tenían un helicóptero. Un día, en un Jeep, llegó un funcionario a los ranchos, en una esperada visita. Les comunica que debían dejar libre el lugar, pues de inmediato empezaban a plantar y también les informó que podían ir a la oficina, porque se estaba tomando personal. Quien sea aceptado, quedará habitando en instalaciones de la empresa. Allá fue él y su mujer; vistiendo sus mejores y humildes ropas, pero muy limpias y planchadas.
Eran dos filas. Hombres de un lado, mujeres en el otro. Primero tocó el turno a ella; breve entrevista y sale sonriendo. La aceptaban y trabajaría como limpiadora. En seguida le tocó a él: – "¿Cómo se llama?" –Lo dijo. "¿Sabe leer y escribir?"–-" No, señor" –"¿Qué edad tiene?" –la dijo. Aquí el funcionario arrugó el papel que escribía, al tiempo que manifiesta: –"lo siento, no está usted dentro de los parámetros..." El quiso intentar una pregunta, pues no entendió nada, pero quien lo atendía, ignorando su presencia, dirige la mirada hacia la puerta y ordena en forma autoritaria: –"¡Que pase el que sigue...!" Al salir, halló a su esposa. Lo que tenían que decirse era simple, como simples habían sido aquellas pobres y desoladas vidas.
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Repartieron los pocos pesos que el patrón de la estancia les había entregado, como despedida. De un bolsillo sacó un viejo papel arrugado, con la dirección de un pariente de la capital, tan pobre como ellos, que sobrevivía clasificando basura. La despedida fue allí y en aquel momento. Porque ella empezada a trabajar ese mismo día. Pasó por el rancho a recoger sus pocas pertenencias. Ya al borde de la carretera, los coches seguían ignorando su señal. Pero un viejo y desvencijado camión se detuvo. Subió en la parte de atrás, pues iba vacío. En dos horas, con suerte, podían estar en la capital.
Repartieron los pocos pesos que el patrón de la estancia les había entregado, como despedida. De un bolsillo sacó un viejo papel arrugado, con la dirección de un pariente de la capital, tan pobre como ellos, que sobrevivía clasificando basura. La despedida fue allí y en aquel momento. Porque ella empezada a trabajar ese mismo día. Pasó por el rancho a recoger sus pocas pertenencias. Ya al borde de la carretera, los coches seguían ignorando su señal. Pero un viejo y desvencijado camión se detuvo. Subió en la parte de atrás, pues iba vacío. En dos horas, con suerte, podían estar en la capital.
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A través de la polvareda, que el camión levantaba de la tierra reseca, en forma borrosa podía ver como unas enormes máquinas amarillas, con grandes palas, avanzaban sobre los desvalidos ranchos, ya vacíos, que caían como en un juego de naipes, y al poco andar, una vuelta del camino sacó de foco aquella escena. Solo permanecía la polvareda y los viejos ruidos del destartalado camión, que aparentaba estar tan desvalido como él. Aquellos campos hoy pertenecen a esa buena parte del país forestado. Pasaron los veinte años que debían esperar los árboles, para su mayoría de edad. Y vendría la hora de la verdad: Por que y para qué se plantó tanto árbol.
A través de la polvareda, que el camión levantaba de la tierra reseca, en forma borrosa podía ver como unas enormes máquinas amarillas, con grandes palas, avanzaban sobre los desvalidos ranchos, ya vacíos, que caían como en un juego de naipes, y al poco andar, una vuelta del camino sacó de foco aquella escena. Solo permanecía la polvareda y los viejos ruidos del destartalado camión, que aparentaba estar tan desvalido como él. Aquellos campos hoy pertenecen a esa buena parte del país forestado. Pasaron los veinte años que debían esperar los árboles, para su mayoría de edad. Y vendría la hora de la verdad: Por que y para qué se plantó tanto árbol.
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Eso se inició en 1985, con una ley en el gobierno del Dr. Julio María Sanguinetti, que establecía subsidios y otros asuntitos que dieron lugar a jugosos “negocios” para los padrinos de grupos políticos y económicos, que juntaron millones de la nada. Y para el país, sus tierras se degradaban, tal vez se agotarían cursos de agua. En las forestaciones, casi todas de firmas extranjeras había salario basura y había explotación. Y el país se cubrió de los árboles que vinieron al sur porque el norte no quería plantarlos. Y empieza una nueva historia, con el tema de la celulosa, que nos dará asunto para seguir con esto. Eso es parte del destino de estos pueblos pobres... o mejor dicho empobrecidos.
Félix Duarte
13 de febrero, 2006
Eso se inició en 1985, con una ley en el gobierno del Dr. Julio María Sanguinetti, que establecía subsidios y otros asuntitos que dieron lugar a jugosos “negocios” para los padrinos de grupos políticos y económicos, que juntaron millones de la nada. Y para el país, sus tierras se degradaban, tal vez se agotarían cursos de agua. En las forestaciones, casi todas de firmas extranjeras había salario basura y había explotación. Y el país se cubrió de los árboles que vinieron al sur porque el norte no quería plantarlos. Y empieza una nueva historia, con el tema de la celulosa, que nos dará asunto para seguir con esto. Eso es parte del destino de estos pueblos pobres... o mejor dicho empobrecidos.
Félix Duarte
13 de febrero, 2006
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