FIN DE COPA
Escribe
Bernardo
Escribe
Bernardo
el 14 de Julio 2010
Algunas semanas siguiendo la pelota, especulando incansablemente sobre los resultados del próximo partido, asistiendo con puntualidad religiosa al desarrollo de esta fiesta global, lo mismo fanáticos del balompié que ignorantes incorregibles en el deporte masa -cual es mi caso- son una prueba incontrastable de que podemos vivir sin política.
La usual conversación de ascensor, el fugaz encuentro con un conocido en la cola de un supermercado, los besamanos en cualquier reunión social, usualmente iniciaban en tono prudente por los posibles infiltrados, seguían con ánimo sombrío, sea de resignación o de indignación, y giraban o resbalaban inevitablemente en algún tópico político.
Algunas semanas siguiendo la pelota, especulando incansablemente sobre los resultados del próximo partido, asistiendo con puntualidad religiosa al desarrollo de esta fiesta global, lo mismo fanáticos del balompié que ignorantes incorregibles en el deporte masa -cual es mi caso- son una prueba incontrastable de que podemos vivir sin política.
La usual conversación de ascensor, el fugaz encuentro con un conocido en la cola de un supermercado, los besamanos en cualquier reunión social, usualmente iniciaban en tono prudente por los posibles infiltrados, seguían con ánimo sombrío, sea de resignación o de indignación, y giraban o resbalaban inevitablemente en algún tópico político.
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Que si el juicio político a fulano quedó en el limbo, que si la fiscalización entera está en el limbo, que si los acuerdos comerciales con la Unión Europea no salen del limbo, que si la ley mordaza ya va a salir del limbo -¡vaya que nos traemos algo en el Ecuador con esto del limbo!-, eran las armas con las que, tarde o temprano, algún aguafiestas se encargaba de arruinar un diálogo profundo sobre la crianza de ranas, un intercambio silencioso y apacible con el ser querido, la algarabía de una mesa entre amigos, la reflexión trascendente sobre cuál cerveza es más amarga o si Charly García tiene oído musical absoluto.
Que si el juicio político a fulano quedó en el limbo, que si la fiscalización entera está en el limbo, que si los acuerdos comerciales con la Unión Europea no salen del limbo, que si la ley mordaza ya va a salir del limbo -¡vaya que nos traemos algo en el Ecuador con esto del limbo!-, eran las armas con las que, tarde o temprano, algún aguafiestas se encargaba de arruinar un diálogo profundo sobre la crianza de ranas, un intercambio silencioso y apacible con el ser querido, la algarabía de una mesa entre amigos, la reflexión trascendente sobre cuál cerveza es más amarga o si Charly García tiene oído musical absoluto.
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Pero, en este último período, a la que mandaron al limbo es a la política toda, a la criolla igual que a la extranjera. Durante el mes mundialista en Sudáfrica y las semanas de calentamiento que le precedieron, el cambio de paradigma en la psicología colectiva fue casi milagroso.
Pero, en este último período, a la que mandaron al limbo es a la política toda, a la criolla igual que a la extranjera. Durante el mes mundialista en Sudáfrica y las semanas de calentamiento que le precedieron, el cambio de paradigma en la psicología colectiva fue casi milagroso.
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Las caras largas y cuadradas de los ascensores, de los pasillos, de las colas, adquirieron el perfil de una pelota, y los días parecían soleados; las pasiones afloraron; los comentarios y críticas se voceaban sin recato; los goles se cantaban a gritos, las lágrimas se derramaban sin vergüenza.
Las caras largas y cuadradas de los ascensores, de los pasillos, de las colas, adquirieron el perfil de una pelota, y los días parecían soleados; las pasiones afloraron; los comentarios y críticas se voceaban sin recato; los goles se cantaban a gritos, las lágrimas se derramaban sin vergüenza.
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La gente vivía con más alegría y espontaneidad y, además, con una poderosa razón para levantarse cada día: ver goles. Por fin, las prioridades volvían a su sitio, como aquella de que, si vas a ver un partido hoy, deja el trabajo para mañana, o la de emplear horas "hábiles" en reuniones con familia y amigos -hábiles para todo, menos para dedicar tiempo a lo importante, digo yo-. Por fin, un pulpo clarividente lograba más atención en los medios y más respeto en la audiencia que todos los políticos juntos. Y, así, el único calentamiento global que importaba fue el generado al son de las caderas de Shakira.
La gente vivía con más alegría y espontaneidad y, además, con una poderosa razón para levantarse cada día: ver goles. Por fin, las prioridades volvían a su sitio, como aquella de que, si vas a ver un partido hoy, deja el trabajo para mañana, o la de emplear horas "hábiles" en reuniones con familia y amigos -hábiles para todo, menos para dedicar tiempo a lo importante, digo yo-. Por fin, un pulpo clarividente lograba más atención en los medios y más respeto en la audiencia que todos los políticos juntos. Y, así, el único calentamiento global que importaba fue el generado al son de las caderas de Shakira.
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Si en España hubieran desaparecido desempleo y deuda pública en un mes, no se habrían producido ni las chispas iniciales de esa explosión de euforia colectiva que cautivó toda la Península ibérica y que, traducido a renovada convicción de la gente común en el éxito, podría tener más efectos positivos en la economía que todos los planes de La Moncloa.
La Copa Mundial alteró de tal modo muchos paradigmas que guían nuestras vidas cotidianas que parece un buen momento para convenir en su cambio antes de que se enfríe del todo lo que los entendidos llaman "pasión de multitudes".
Si en España hubieran desaparecido desempleo y deuda pública en un mes, no se habrían producido ni las chispas iniciales de esa explosión de euforia colectiva que cautivó toda la Península ibérica y que, traducido a renovada convicción de la gente común en el éxito, podría tener más efectos positivos en la economía que todos los planes de La Moncloa.
La Copa Mundial alteró de tal modo muchos paradigmas que guían nuestras vidas cotidianas que parece un buen momento para convenir en su cambio antes de que se enfríe del todo lo que los entendidos llaman "pasión de multitudes".
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