martes, 10 de agosto de 2010

LA MANCHA DE ACEITE QUE SE EXTIENDE POR EL MUNDO...



LA CORRUPCION
de la
DEMOCRACIA

Escribe
IGNACIO RAMONET
(*)
“Le Monde diplomatique”
Agosto 2010 (“La República”)

El caso “Bettencourt” que zarandea a Francia con su vendaval de arrestos, odios familiares, cheques ocultos, grabaciones furtivas, fechorías fiscales y donaciones ilegales al partido del presidente Nicolás Sarkozy está hundiendo al país en una profunda crisis moral.
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Liliane Bettencourt, una de las mujeres más ricas del planeta, poseedora de una fortuna de 17.000 millones de euros y propietaria del imperio de cosméticos y perfumes L’Oreal, está en el epicentro de un alucinante culebrón devenido asunto de Estado. Unas conversaciones robadas en su domicilio revelaron que el Ministro del Trabajo, Eric Woerth, usó de su influencia (cuando era ministro de Presupuesto, y por consiguiente responsable de la administración fiscal) para obtener que su esposa Florence, fuera contratada por la multimillonaria –con un salario anual de 200.000 euros– para administrar su fortuna.
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De paso, Eric Woerth, que también era tesorero del partido del Presidente, percibió presuntamente donaciones de decenas de miles de euros para financiar la campaña electoral de Sarkozy... A cambio se sospecha que el ministro hizo la vista gorda sobre una parte del patrimonio oculto de la dueña de L’Oreal: por ejemplo varias cuentas millonarias en Suiza y una isla en las Seychelles valorada en unos 500 millones de euros.
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Este asunto, de por si bochornoso, adquiere mayor morbo en la medida en que Eric Woerth es el encargado de conducir la dura reforma de las jubilaciones que castigará a millones de asalariados modestos. En un ambiente de fuertes tensiones sociales y de motines de desclasados en los ghettos urbanos, el caso Bettencourt” está reactivando el viejo litigio entre las élites y el pueblo común.
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Según el filósofo Marcel Gauchet, “hoy en la sociedad se respira un clima de revuelta latente y se percibe un sentimiento de distancia radical hacia los cuadros dirigentes. Francia no es la única democracia carcomida por la corrupción de algunos políticos y la permanente confusión que muchos de ellos mantienen entre cargos públicos y beneficios privados. Está aun fresco en las memorias el escándalo de los abusos de los gastos parlamentarios a expensas de los contribuyentes ocurridos en el Reino Unido y que junto con otras causas, provocó el descalabro de los laboristas en las elecciones del 6 de mayo pasado.
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O el de Italia de Silvio Berlusconi, casi veinte años después de la operación “mani pulite” que decapitó a gran parte de la clase política, la corrupción, a modo de metástasis vuelve a extenderse ante la impotencia de una izquierda paralizada y sin ideas. El Tribunal de Cuentas italiano, en su último informe, establece que los delitos de corrupción activa de los funcionarios públicos, aumentaron el año pasado en más de i50%.
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Y que decir de España, agobiada por los múltiples casos de corrupción de cargos públicos asociados a los “señores del ladrillo” enriquecidos por las delirantes políticas urbanistas. Sin hablar del esperpéntico “caso Gürtel” que sigue coleando. A escala internacional, la corrupción alcanza hoy, en la era de la globalización, una dimensión estructural.
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Su práctica se ha banalizado igual que otras formas de la criminalidad corruptora: malversación de fondos, manipulación de contratos públicos, abuso de bienes sociales, creación y financiación de hémelos ficticios, fraude fiscal, blanqueo e capitales procedentes de actividades ilícitas, etc. Se confirma así que la corrupción es un pilar fundamental del capitalismo.
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El ensayista Moisés Naím afirma que en los próximos decenios, “las actividades de las redes ilícitas del tráfico global y sus socios del mundo ‘legítimo’ ya sea gubernamental o privado, tendrán muchísimo más impacto en las relaciones internacionales, las estrategias de desarrollo económico, la promoción de la democracia, los negocios, las finanzas, las migraciones, la seguridad global, en fin, en la guerra y en la paz que lo que hasta ahora ha sido comúnmente imaginado.
Según el Banco Mundial, los flojos del dinero procedentes de la corrupción, de actividades delictivas y de la evasión fiscal hacia los paraísos fiscales alcanzan la astronómica suma de 1,6 billones de euros anuales en todo el planeta... De ese modo, unos 250.000 millones corresponden al fraude fiscal cometido anualmente en la sola Unión Europea.
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Reinyectados en la economía legal esos millones permitirían evitar los actuales planes de austeridad y ajuste que tantos estragos sociales están causando. Ningún dirigente debe olvidar que la democracia es esencialmente un proyecto ético, basado en la virtud y en un sistema de valores sociales y morales que dan sentido al ejercicio del poder.
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En su libro póstumo de indispensable lectura, José Vidal–Beneyto afirma que cuando en una democracia, “las principales fuerzas políticas, en plena armonía mafiosa, se ponen de acuerdo para timar a los ciudadanos” se produce un descrédito de la democracia, una repulsa de la política, un aumento de la abstención y, más peligroso, una subida de la extrema derecha. Y concluye: “El gobierno se corrompe por la corrupción, y cuando hay corrupción en la democracia, la corrompida es la democracia.
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(*) Director de Le Monde Diplomatique, edición española. Nacido en 1943, en Tánger donde sus padres, que huían de Franco, se instalaron en 1948. Estudió en la Universidad de Burdeos. En 1972 se trasladó a París, donde se inició como periodista y crítico cinematográfico. Es doctor en Semiología e Historia de la Cultura por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París y catedrático de Teoría de la Comunicación en la Universidad Denis-Diderot (Paris-VII). Especialista en geopolítica y estrategia internacional y consultor de la ONU, actualmente imparte clases en la Sorbona de París.

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