jueves, 26 de agosto de 2010

VEJEZ...COSTUMBRE QUE TIENE LA GENTE...


UN CREADOR
LLAMADO CEREBRO

Escribe
Prof Francisco Mora
(*)

Nuestro cerebro es el producto de una lucha por la supervivencia y no por alcanzar conocimiento. Nada hay que pase por él de una forma pasiva, transmitida sin más. analizamos desde las más recientes teorías de la neurociencia, las diferentes formas de entender la realidad de un mundo construido y ordenado por el cerebro y que es percibido de forma distinta según las pautas de la evolución.

No hace mucho un célebre y prestigioso neurocientífico norteamericano me dijo algo así como “¡Ah, si supiéramos como ve un perro el mundo que le rodea no sólo nos quedaríamos boquiabiertos, sino que nos ayudaría a entender cómo percibimos y construimos también nosotros el nuestro! Ese sería el gran descubrimiento del siglo XXI”. Y es que, efectivamente, desde la neurociencia actual, hoy se piensa que el mundo de nuestro entorno y en el que vivimos, es filtrado, y en muy buena medida creado, por nuestro propio cerebro.

Nada hay que pase por el cerebro de una forma pasiva, transmitida sin más, desde la percepción de nuestro mundo físico, de todos los días, hasta el mundo de nuestras propias ideas, incluidos los abstractos matemáticos mas universales. Por eso, especies diferentes, con cerebros y organizaciones cerebrales diferentes, perciben y construyen mundos externos diferentes. Hemos mencionado al perro, que tiene un cerebro muy pequeño. Pero al igual ocurre con animales de cerebros grandes, como pueden ser los del delfín o el hombre.

Estos dos últimos pueden servir mejor de comparación. Precisamente, el ser humano tiene un cerebro muy grande y pesado en relación al peso de su cuerpo. Tanto, que si el cuerpo del ser humano siguiera las proporciones, con respecto al cerebro, que se dan como media en los mamíferos, su cuerpo debería pesar casi 10 toneladas, (aproximadamente el peso de un rinoceronte o un hipopótamo). Caso parecido es el del delfín.

Eso sí, la historia evolutiva del delfín y la del hombre, al igual que la organización interna de sus cerebros, son muy distintas y a ello se debe que el delfín, como el perro, perciban y tengan una realidad del mundo que les rodea muy diferente a la la humana. La conclusión es que el mundo exterior es mundo construido y ordenado en tanto que construido y ordenado por el cerebro. Nuestro conocimiento del mundo nace de una construcción que hace el cerebro.

Por eso, aunque sea difícil de comprender en el mundo cotidiano, se piensa que el mundo que vemos, oímos o tocamos es mundo “real” en tanto solo que mundo “real” humano. Y que fuera de la concepción humana del mundo, todo aquello que hay “ahí afuera” sería diferente ¿Quiere todo esto decir que los árboles, las montañas y los mares que vemos no son “reales” y que pueden ser otra cosa que árboles, montañas y mares? No para el hombre, dado que no tenemos más referencia que esa misma realidad. Pero sí para otro ser vivo que tenga un cerebro de estructura y función diferente a la del hombre.

Por eso el delfín, aun siendo como mamífero pariente nuestro y compartiendo con nosotros parte de su historia evolutiva, construye con su cerebro un mundo diferente y vé un mundo que posiblemente ni podríamos imaginar. Nuestro cerebro es el producto de una lucha por la supervivencia y no una lucha por alcanzar conocimiento. Las fuerzas de nuestro cerebro, como las de la gravedad, nos anclan inevitablemente a la tierra en la que hemos nacido.

Podemos, sí, volar con nuestra imaginación y hacer asociaciones múltiples de figuras y conceptos, pero toda imaginación es hija de nuestras memorias que lo son, a su vez, de esas memorias antiguas, ancladas en los genes, desde hace millones de años. Y es por ello que nuestra imaginación no puede llevarnos más allá de las asociaciones que arrancan de nuestras memorias.

Ni siquiera el dibujante o escritor de ciencia ficción más avezado e imaginativo podría alcanzar nunca más allá de dibujar seres con los órganos de los sentidos que conocemos. Podemos imaginar seres extraterrestres con ojos, sin ojos, con millones de ellos o de mil formas y colores, pero todo girará siempre alrededor de ese receptor que nos convierte las ondas electromagnéticas en el lenguaje, físico y químico, que entienden nuestros cerebros y con el que se construye nuestro mundo visual.

Pero nadie, nunca, podrá imaginar nada tan nuevo e innovador que no esté unido, aun siquiera por un sutil hilo umbilical, a las memorias ancestrales de la evolución de nuestra tierra. Al igual podríamos decir de un extraterrestre, no de un planeta próximo, con el que compartiríamos tal vez parte de la historia astronómica, sino de un posible ser de otras galaxias a millones de años luz y con una historia evolutiva, de miles de millones de años, diferente. Ni siquiera podríamos comunicarnos con ellos pues los abstractos y con ellos las matemáticas y los números son producto de la organización.

De nuestros cerebros e instrumentos con los que hemos ordenado nuestro universo y el mundo inmediato que nos rodea. Otros cerebros, no imaginables en su construcción física, química, organizativa y funcional producirían, sin duda alguna, mundos diferentes y hasta casi con seguridad nunca comunicables a los seres humanos. Por eso, la comunicación posible con seres vivos “inteligentes” de otra galaxia, no pasa de ser un cuento ingenuo para niños.
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(*) FRANCISCO MORA es doctor en medicina por la Universidad de Granada y doctor en neurociencias por la Universidad de Oxford. Asimismo, es catedrático de fisiología humana en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y catedrático adscrito del departamento de fisiología y biofísica de la Facultad de Medicina en la Universidad de Iowa en Estados Unidos. Es autor de una veintena de libros publicados.

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