RETRATO DIRECTO
DE JOSÉ ARTIGAS
por
John P. Robertson
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Parte 2
(CONTINUACION de la entrada de AYER)
Tenía alrededor de 1.500 seguidores andrajosos en su campamento que actuaban en la doble capacidad de infantes y jinetes. Eran indios principalmente sacados de los decaídos establecimientos jesuíticos, admirables jinetes y endurecidos en toda clase de privaciones y fatigas. Las lomas y fértiles llanuras de la Banda Oriental y Entre Ríos suministraban abundante pasto para sus caballos, y numerosos ganados para alimentarse. Poco más necesitaban.
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Chaquetilla y un poncho ceñido en la cintura a modo de “kilt” escocés, mientras otro colgaba de sus hombros, completaban con el gorro de fajina y un par de botas de potro, grandes espuelas, sable, trabuco y cuchillo, el atavío artigueño. Su campamento lo formaban filas de toldos de cuero y ranchos de barro; y éstos, con una media docena de casuchas de mejor aspecto, constituían lo que se llamaba Villa de la Purificación.
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De qué manera Artigas, sin haber pasado a la Banda Occidental del Paraná, obtuvo jurisdicción sobre casi todo el territorio situado entre aquel río y la vertiente oriental de los Andes, requiere una explicación. Muy poco tiempo después de estallar la Revolución, los habitantes de Buenos Aires se mostraron inclinados a enseñorarse de las ciudades y provincias del interior.
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Todos los gobernadores y la mayor parte de los funcionarios superiores eran nativos de aquel lugar; las ciudades eran guarnecidas con tropas de allí; el aire de superioridad y, a menudo, arrogante de los porteños disgustaba a muchos de los principales habitantes del interior, y los hacía ver en sus altaneros compatriotas solamente otros tantos delegados substitutos de las antiguas autoridades españolas. Por consiguiente, tan pronto como las armas de Buenos Aires sufrieron reveses en el Perú, Paraguay y Banda Oriental, las ciudades del interior se negaron a obedecer, nombraron gobernadores de su elección, y para fortificar sus manos, pidieron la ayuda de Artigas, el más poderoso y popular de los jefes alzados. Así quedaron habilitados para hacer causa común contra Buenos Aires.
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Cada pequeña ciudad conquistó su propia independencia, pero a expensas de todo orden y ley. Los recursos del país se hacían cada día menos valederos para el propósito de fijar la base de una prosperidad permanente y sólida; y, mientras, en este momento, las riñas rencorosas y los odios de partido están diariamente ensanchando la brecha entre la familia sudamericana, su caudal está padeciendo aquel proceso de agotamiento inseparable siempre de la guerra civil. Su comercio está casi paralizado por la inseguridad que nace así para las persona y la propiedad.
Cada pequeña ciudad conquistó su propia independencia, pero a expensas de todo orden y ley. Los recursos del país se hacían cada día menos valederos para el propósito de fijar la base de una prosperidad permanente y sólida; y, mientras, en este momento, las riñas rencorosas y los odios de partido están diariamente ensanchando la brecha entre la familia sudamericana, su caudal está padeciendo aquel proceso de agotamiento inseparable siempre de la guerra civil. Su comercio está casi paralizado por la inseguridad que nace así para las persona y la propiedad.
Pasadas algunas horas con el general Artigas, le entregué la carta del capitán Percy; y en términos tan medidos como eran necesarios para exponer claramente mi causa, inicié mi reclamo de compensación.“Vea”, dijo el general con gran candor e indiferencia, “cómo vivimos aquí; y es todo lo que podemos hacer en estos tiempos duros, manejarnos con carne, aguardiente y cigarros.
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Pagarle seis mil pesos, me sería tan imposible como pagarle sesenta o seiscientos mil. Mire, prosiguió; y, así diciendo, levantó la tapa de un viejo baúl militar y señalando una bolsa de lona en el fondo. “Ahí” añadió, “está todo mi efectivo, llega a 300 pesos; y de dónde vendrá el próximo ingreso, sé tanto como usted”.
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Es bueno conocer el momento de abandonar con buena gracia una reclamación infructuosa; y pronto me convencí de que en la presente circunstancia la mía lo era. Haciendo de la necesidad virtud, le cedí, por tanto, voluntariamente, lo que ninguna compulsión me habría habilitado para recobrar; y apoyado así en mi generosidad, obtuve del Excelentísimo Protector, como demostración de su gratitud y buena voluntad, algunos importantes privilegios mercantiles relativos al establecimiento que yo había formado en Corrientes.
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Me produjeron poco más que la pérdida sufrida. Con mutuas expresiones de consideración nos despedimos. El general insistió en darme uno o dos de sus guardias como escolta, extendiéndome pasaporte hasta la frontera paraguaya. Esto me valió todo lo que necesitaba: caballos, hospedajes, alojamiento, en todo el camino de Purificación a Corrientes.
La jornada me tomó cuatro días; y ansioso ahora, después de todo lo que había sufrido por causa de Francia, de entrevistarme con él, determiné sin dilación seguir al Paraguay.
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Con materiales de archivo
JUAN JULIO
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Con materiales de archivo
JUAN JULIO
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Especial de la Enciclopedia Escolar Uruguaya "La Mochila"
Edición de Setiembre de 2000
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CONTINUA MAÑANA en parte 3:
¿QUIÉN ERA JOHN P. ROBERTSON?
¿QUÉ ERA EL CAMPAMENTO DE PURIFICACION?
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