Escribe
MIGUEL RIERA
BLOG El Viejo Topo
7 de Abril de 2011
La increíble acumulación de acontecimientos, casi todos terribles, que estamos viviendo en estos últimos años configuran un panorama en buena medida apocalíptico en relación con la vida en el planeta. Crisis económica; hambrunas; cambio climático con abundantes catástrofes naturales; deforestación; dramática extinción de especies; guerra abierta en Libia, Afganistán, Irak, y más velada en Pakistán o en el Cáucaso; grave violación de los derechos humanos en Argelia, Bahrein, Palestina, Irán, Colombia, Congo, Somalia… y un larguísimo etcétera muestran un mundo globalizado que parece a punto de abismarse en el caos.
Sólo faltaba Japón.
Frente a este panorama, tanto el país líder, el del “destino manifiesto”, los Estados Unidos de América, como la subalterna Europa, “cuna de la civilización”, se muestran absolutamente incapaces de marcar un rumbo, de ofrecer soluciones, de establecer un modelo. Gigantes devenidos enanos (no en poder económico, ni en capacidad militar, pero sí en credibilidad y capacidad de influencia). Su modelo actual, el de una “democracia” demediada y corrupta, vinculada a los grandes intereses financieros especulativos, no puede ya engañar a nadie.
Estamos asistiendo al enorme fracaso de las instituciones políticas diseñadas en eso que venimos llamando Occidente y cuyo emblema ha sido hasta ahora la democracia representativa. Claro que por aquí, a trancas y barrancas, los de a pie vamos tirando: mejor una democracia devaluada que la tiranía; mejor dejarse engañar por los poderes políticos, religiosos, mediáticos (o hacerlo ver) que afrontar una represión generalizada.
Pero no nos equivoquemos: cada vez más las sociedades occidentales se sumergen en el desengaño.
Cada vez más palabras como democracia, libertad, derechos, justicia, suenan a retórica hueca, lejos ya de nombrar conceptos con pleno contenido. Cada vez más gente deja de creer en la política, y por ende, en sus instituciones, parlamentos incluidos.
¿Hasta cuándo? ¿Tiene capacidad de regenerarse el sistema político llamado democrático? ¿Pueden dejarse de lado los enormes intereses económicos –y por tanto geopolíticos – que manejan el cotarro democrático? Y si se intenta, ¿a qué costo?
La clase política “democrática”, en su lejanía, no es capaz de advertir cómo y cuánto el sistema representativo ha sobrepasado cualquier límite razonable, desviándose de sus intenciones declaradas, que ha llevado a la práctica sólo mínimamente. Cada vez más es una clase, excepciones aparte, que se representa a sí misma y a sus amigos (y asociados), pero no a quienes dice que representa.
No advierte la magnitud de la crisis (ética, y por tanto política). Y no parece tener la menor intención de emprender una regeneración imprescindible.
¿Debemos seguir actuando como súbditos resignados? ¿Durante cuánto tiempo más? ¿Per mi ti remos nuevos Berlusconis? ¿Contemplaremos en el futuro con indiferencia (y tal vez con algo de asco) a mafiosos de cuello blanco reconvertidos en líderes de “talla” mundial? ¿Cómo va a acabar todo esto?
Y por último: ¿exagero? ¿Crees tú, querido lector, que esta democracia nuestra de tres al cuarto puede cambiar para llegar a ser verdaderamente democrática?
En cualquier caso de ti, de mí, de todos nosotros, depende.
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