NI APLAUSOS NI LAMENTOS
Escribe
JORGE
GÓMEZ BARATA (*)
( ARGENPRESS.info)
4 de Mayo 2011 .
(*) Jorge Gómez Barata- Profesor, escritor, historiador, investigador y periodista cubano- Vive en La Habana- autor de numerosos estudios sobre EEUU. Especializado en temas de política internacional. Colaborador habitual en los principales medios de prensa, latinoamericanos y extranjeros.
.Con la muerte de Osama Bin Laden en el mundo hay un terrorista menos y un precedente negativo más.
Obviamente el cabecilla de la organización que se atribuyó los atentados del 11/S en Nueva York y otros actos terroristas, merecía ser perseguido, capturado y condenado según mandara la justicia; no mediante la “Ley del Talión”. La lógica de “ojo por ojo y diente por diente” conduce a un mundo de ciegos y desdentados”. Lo que pudo ser la culminación de un esfuerzo legítimo por atrapar a un criminal, ha terminado en otra ejecución extrajudicial. El hecho de que la víctima sea un terrorista confeso no cambia el significado.
Osama Bin Laden no era un líder revolucionario, un combatiente antiimperialista ni un patriota; no era un estadista, tampoco un representante del Islam, una fe que no promueve la violencia y merece respeto, sino un delincuente prófugo, protegido por otros de su misma catadura; era además parte de un engranaje que ha costado demasiada sangre y un pretexto para políticas agresivas y belicosas.
Recrearse en un hecho de sangre que suma violencia a la violencia y promover la idea de que la muerte de un cabecilla es la solución a un problema que hunde sus raíces en fenómenos sociales y económicos, en complejas circunstancias políticas e incluso en motivaciones ideológicas de carácter racista, profundiza errores en los que se incurrió en el pasado. Si la muerte de Osama Bin Laden significara el fin de la impunidad para todos los actos terroristas, incluidos el terrorismo de Estado, entonces la anécdota tendría mayor sentido.
Ojalá un hecho que, aunque de manera sumamente cruenta, pone fin a la mayor cacería humana en toda la historia, sirva para una profunda e integral reflexión política, asistida por el Derecho acerca de las causa que engendran el terrorismo y el mejor modo de allegar fuerzas y razones para luchar contra ese flagelo
Se corre el riesgo de que en medio de la euforia, ocurra lo contrario y como en los días infaustos del 11/S, Estados Unidos caiga en la tentación de creer que puede combatir con flotas, ejércitos y guerras un fenómeno que debe ser tratado de otro modo y con otras herramientas. La comprensión integral del fenómeno, la cooperación internacional, la participación de las mayorías y la justicia plena son las únicas opciones frente al terrorismo.
Preocupa sin embargo, que la declaración del presidente Barack Obama acerca de que: “América puede hacer lo que se proponga…”, se refiera no a las capacidades del pueblo norteamericano, sino que se homologue a la afirmación de George W Bush, acera de que: “Estados Unidos debe estar listo para atacar en 60 o más rincones oscuros del mundo”.
Cuando el 7 de diciembre de 1941 Japón atacó Pearl Harbor, Franklin D. Roosevelt fue al Congreso y pidió a los representantes del país que declararan la guerra a Japón y así ocurrió el día 8. La legitimidad del acto estuvo fuera de toda duda; tampoco los aliados ultimaron a los cabecillas nazis, sino que los juzgaron y conforme a las leyes ahocaron a muchos de ellos. La justicia, es bueno reiterarlo, no es una primitiva venganza.
Esta vez los hechos se desarrollaron en Pakistán, país donde probablemente Osama Bin Laden se hubiera ocultado hace años, cosa que no podía hacer sin algún género de tolerancia y protección; en un Estado que autoriza las operaciones militares y policiacas norteamericanas en su territorio. No hay que lamentar la violación de la soberanía de un país que no la reclama ni la defiende.
Otro tema es el de los estándares. A la luz del comportamiento de las administraciones norteamericanas; es pertinente la pregunta de si en lugar de en Nueva York las Torres Gemelas hubieran estado en La Habana y no se tratara de Osama Bin Laden, sino de alguno de los terroristas anticastristas que en Miami piden licencia para matar en Cuba: ¿Se trataría o no de terrorismo?
¿Por qué Bin Laden ha de responder con su vida por sus actos terroristas y a Posada Carriles, autor intelectual confeso de la voladura del avión de la compañía Cubana de Aviación y de los atentados con bombas a hoteles y discotecas de La Habana, ni siquiera se le encausa? Por extraño que pueda parecer, se trata de un mismo gobierno aunque de una doble concepción de la justicia.
Cuba no quiere cazar y ejecutar a Posada Carriles como hizo Estados Unidos con Bin Laden; simplemente pide que se le juzgue conforme a Derecho y a patrones universales. Los cubanos ni siquiera reclaman que sea en La Habana, pueden hacerlo en Caracas, Nueva York o La Haya; Cuba no aspira a tomar venganza, simplemente reclama honestidad y advierte que el hecho de que no haya justicia para todos es una premisa para que algún día no la haya para nadie.
Los miles de norteamericanos que hoy marchan en Nueva York y acuden a la Zona Cero de Manhattan a rendir tributo a las víctimas del 11/S, tienen derecho también a reclamar el fin de la desproporcionada e irracional violencia que en nombre de la lucha antiterrorista condujo a las guerras de Irak y Afganistán, ha alimentado la idea de un “conflicto de civilizaciones” e impide acciones eficaces para combatir el terrorismo.
No hay derecho a confundir a la opinión pública, a convertir la necesidad en virtud ni a politizar la justicia. Osama Bin Laden es parte del pasado, de un modo u otro respondió por sus crímenes y toca ahora mirar al porvenir donde hay mucho trabajo por hacer antes de que el mundo sea un lugar seguro para todas las personas honradas. Allá nos vemos.
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