martes, 31 de mayo de 2011

ECOS DE LA ESPAÑA DEL M15

ABIERTAS LAS APUESTAS

Escribe
JORGE
GÓMEZ BARATA (*)
(ARGENPRESS.info)
Martes 31 de mayo de 2011
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(*) Jorge Gómez Barata- Profesor, escritor, historiador, investigador y periodista cubano- Vive en La Habana- autor de numerosos estudios sobre EEUU. Especializado en temas de política internacional. Colaborador habitual en los principales medios de prensa, latinoamericanos y extranjeros.
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Sin que España haya sido bombardeada ni nadie se haya preocupado por la protección de los civiles reprimidos en la plaza de Cataluña, la apuesta del momento es: quién se irá primero: ¿Muammar al-Gaddafi o José Luis Rodriguez Zapatero? y quién puede más: ¿la OTAN o los Indignados? Salvando enormes distancias, a la socialdemocracia europea le ocurre como a la izquierda autoritaria afroasiática a las que el poder desconcertó; unos porque creyeron que bastaba con derrocar a Franco, Oliveira Salazar y al coronel Papadopoulus y los otros porque pasada la euforia de la libertad, se acomodaron asumiendo que con mejor el nivel de vida de ciertas capas era suficiente para eternizarse en el poder.
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Actualmente comienza a ser evidente que la democracia en España, Grecia y Portugal y en ninguna parte colma las aspiraciones de la gente como tampoco en Tunez, Egipto, Argelia, Libia, Baherein, Indonesia, India y otros lugares, la elevación del bienestar, una meta ya cumplida no es la única aspiración. Quizás, como alguna vez explicara Fidel Castro: “Con los estímulos materiales se consigue un poco más, pero un poco más no basta”. Es probable que estemos ante uno de aquellos momentos excepcionales en que emerge una era en la historia en la cual aparecen no sólo nuevas aspiraciones de bienestar, sino que se estrenan nociones acerca de la libertad, la soberanía y otras categorías políticas que no son eternas ni inmutables. Tal vez al hombre nuevo no haya que crearlo, sino que llegará por sus propios pies para edificar su propio entorno.

Leyendo la prensa del día y tratando de seguir los acontecimientos locales y mundiales, aterra la simpleza, no se sabe si hipócrita, ingenua o maledicente como algunos líderes, ejecutivos, comentaristas e instituciones que, principalmente en las naciones desarrolladas, asumen la problemática actual de algunos países y de la humanidad en su conjunto. Tal perece como si los líderes del G8 en verdad creyeran que el actual orden mundial es inmutable y eterno y que en Alemania, Inglaterra, Francia, Rusia, los Estados Unidos y otros países, el sistema ha logrado colmar todas las expectativas. La idea de que el desarrollo, el confort y la seguridad alcanzados son un punto de llegada en el cual las aspiraciones humanas se paralizaran y los pueblos serán como rebaños mansos a los que les basta con pastar, son equivocadas. El desarrollo y el progreso son caminos, no destinos.

En algunas otras latitudes: China, India, Brasil, Argentina y otra media docena de países que han logrado paliar la crisis económica, las cosas marchan mejor porque el desarrollo y la gestión política, por fin han pasado de las promesas y de los esfuerzos fallidos a realizaciones asociadas al progreso, que dan lugar a metas compartidas y a consensos que, aunque temporales, ofrecen horizontes no exentos de tensiones, aunque menos abrumadores.

A las innovaciones introducidas por los movimientos sociales que rápida y exitosamente desplazan a los partidos políticos tradicionales, ocupan sus espacios y buscan las respuestas que el liberalismo no pudo encontrar. Las revoluciones de los siglos XVIII, XIX y XX fueron respuestas de las vanguardias ilustradas, no sólo a la exclusión económica y a la pobreza, sino sobre todo al despotismo y a la ausencia de libertades. No basta con lograr sociedades más eficientes, de lo cual el capitalismo desarrollado es paradigma, sino también más justas, participativas e inclusivas.

Tampoco hay que hacerse ilusiones ni creer que los movimientos en marcha son la fórmula ganadora. Pasará mucho tiempo antes de que la democracia participativa y los estados asuman su posición de garantes del bien común y habrá que ganar para el progreso político la batalla de ideas. El mundo que viene, si es que los poderosos no se equivocan y sacrifican a la humanidad por defender sus privilegios, no estará espiritualmente vacio ni sus inquietudes podrán ser llenadas con simplezas, falsas promesas, dogmas o consignas. Seguramente aparecerán talentos como los de Montesquieu, Rousseau, Adam Smith, Carlos Marx, John Maynard Keynes y otros que como aquellos aportarán las ideas que confieren el perfil moral a la época.

Queda por ver qué papel desempeñaran en lo inmediato los pobres y los excluidos, que si bien no están en condiciones de ser protagonistas de grandes cambios, tampoco esperarán resignados a ser exterminados por el hambre y las enfermedades. Por otra parte, en la reciente reunión del G8 se revelaron algunos de los temores de los poderes facticos del mundo de hoy, que acaban de identificar como nuevos adversarios. Entre los fantasmas de ahora y las recién estrenadas excusas para otras formas de intolerancia, represión y persecución de la cultura, figuran: Internet, Twitter Facebook, el correo electrónico, los teléfonos móviles y otras tecnologías a las que se culpa de la conflictividad social y de la inseguridad.

Culpar a la cultura y al progresó de la inconformidad y de la rebelión de los jóvenes es tratar de imponer a la ignorancia como opción. La estabilidad política alcanzada a base de prácticas autoritarias y de restricciones a las libertades como son usuales en el Medio Oriente y el Magreb, aun cuando estén acompañadas por cierto bienestar, a la larga, no favorece el desarrollo de las naciones y los pueblos sino que lo comprometen.

Los españoles de hoy, como tampoco los egipcios y los sirios, viven peor ni tienen menos libertades que cuarenta años atrás, el asunto es que los sistemas políticos y los mecanismos de participación se retrasan respecto al desarrollo de la condición humana y de sus expectativas. Las democracias cooptadas de occidente y la propuesta de bienestar sin democracia han cumplido su ciclo histórico. Las elites están avisadas: el crecimiento económico sin justicia, equidad y democracias genuinas; sin integración social, participación decisoria y sin desarrollo de los componentes morales, éticos, y espirituales del progreso, no colman los ideales humanos. No necesariamente se trata de cambiar, sino de avanzar. Allá nos vemos.

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