martes, 10 de mayo de 2011

VIERNES 13 de mayo de 2011 -------- hora 14:30

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DISCULPEN LA MOLESTIA Y NOS VEMOS... FD
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OSAMA BIN LADEN: MORIR POR ENCARGO

Escribe
JORGE
GÓMEZ BARATA (*)
( ARGENPRESS.info)
Martes 10 de mayo 2011
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(*) Jorge Gómez Barata- Profesor, escritor, historiador, investigador y periodista cubano- Vive en La Habana- autor de numerosos estudios sobre EEUU. Especializado en temas de política internacional. Colaborador habitual en los principales medios de prensa, latinoamericanos y extranjeros.
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El domingo aproveché un evento social para indagar entre varios adultos jóvenes: ¿Quién fue Timothy McVeigh? Ninguno conocía al sujeto. En cambio todos sabían de Osama Bin Laden y se dividían entre quienes creían o dudaban de la veracidad de la información sobre su muerte.

Tuve deseos de explicarles que tal como sostiene Walter Martínez, único comentarista extranjero que, aunque en reposición, con un día de atraso, puede ser visto en la televisión cubana: “Siempre existen dos escenarios: el de los hechos reales y el que muestran los medios de difusión masiva…” Casi siempre — podría añadir —, el segundo prevalece sobre el primero…”

En el mundo de hoy los terroristas no mueren acribillados por las balas o afectados por dolencias renales, sino sepultados por papel y tinta; cuándo y cómo los medios de difusión deciden que mueran. Pudiera decirse que del mismo modo que Bin Laden pudo no morir el domingo 8 en Abbottabad, McVeigh tampoco fue ejecutado el 11 de junio de 2001 en La prisión de Terre Haute, Indiana. Los terroristas no perecen a manos de comandos SEAL de la Armada, los matan o los reviven los medios de prensa que a veces, también por encargo, fabrican héroes.

Bin Laden cumplió su ciclo histórico y probablemente los niños de hoy al cumplir 20 años lo ignoren todo sobre él. En honor a la verdad no se habrán perdido nada meritorio, como no desmereció a mis encuestados ignorar a un monstruo como Timothy McVeigh; es para alegrarse de su virginal ignorancia.

Si bien la anécdota no aporta descubrimiento alguno, sirve para ilustrar uno de los más relevantes de los fenómenos políticos y culturales de nuestro tiempo que es la capacidad, no sólo para exponer la realidad, sino para crearla y recrearla cuantas veces sea necesario.

La misma historia será contada de modo diferente en distintos lugares y a diferentes generaciones; aunque siempre prevalecerá la del más fuerte: “Las ideas dominantes en una época histórica son las ideas de la clase dominante.” Con esa afirmación Carlos Marx sintetizó la versión ideológica de la ley de la selva.

Nunca tuve vergüenza en confesar que era ya bien adulto cuando en una Bienal de La Habana, a la entrada del Palacio de Bellas Artes, quedé paralizado ante la visión de un objeto tan trivial como una silla; lo excepcional del momento fue que se trataba de “La silla” de Wifredo Lam. Nunca había sido para mí tan evidente la capacidad de los talentos excepcionales no sólo para revelar matices de la realidad no captados por los ojos, el oído o la sabiduría del hombre corriente, sino para crear nuevas visiones de esas realidades.

Aquella capacidad creadora, antes exclusiva de los talentos excepcionales que de ese modo levantaron paradigmas y mejoran la cognición humana, está ahora al alcance de las levas de tecnócratas que, al servicio de las burocracias que detentan el poder; manipulan hechos, imágenes, palabras, datos para hacer que la gente perciban e interpreten la realidad tal y como ellos mandan.

Todo es más grave en la medida en que la política y el ejercicio del poder es menos ético. No discuto que el presidente de los Estados Unidos tuviera el deber y la obligación moral de encontrar a quienes fueron responsables de los trágicos hechos del 11/S, apresarlos, juzgarlos e incluso liquidarlos en combate si no hubiera otra alternativa.

Lo discutible radica en que el ejecutivo no se sienta obligado a informar al pueblo, del cual es servidor y no al revés, incluyendo revelar los detalles acerca de cómo fueron los hechos y cuáles las circunstancias que hicieron letal la operación, privando al acusado del derecho al debido proceso y al público de la oportunidad para conocer sus descargos. Barack Obama ni ningún otro gobernante debería tener la prerrogativa de pensar por su pueblo, suplantar su juicio ni decidir acerca de lo que las masas pueden o no conocer.

Seguramente muchos estadounidenses se sentirán tratados como minusválidos incapaces de administrar sus emociones cuando se les niega el acceso a pruebas documentales porque “Un hombre con un tiro en la cabeza es una imagen impactante…”

Por qué no pueden los ciudadanos comunes ver en fotos o filmes, lo que Obama, Hillary Clinton y una docena de altos cargos del gobierno presenciaron en vivo y por qué permite Estados Unidos que prosperen rumores acerca de la veracidad de la información ofrecida por el presidente, cosa que compromete el crédito del país, teniendo en su poder las pruebas necesarias.

De lo que se trata exactamente es de que, en la cima, es decir en los estratos más altos de la sociedad, sobre la base de intereses afines, se ha consumado una asociación entre el poder político y el poder mediático que permite a las elites de uno y otro sector, a tecnócratas y burócratas, un control de la información y el conocimiento, por medio de los cuales se gobiernan también las conductas.

No hay misterio ni novedad alguna: Timothy McVeigh murió el día en que los medios de difusión en connivencia con el poder decidieron sepultarlo en el olvido. Lo mismo ocurrirá con Osama Bin Laden, que perecerá cuando ellos quieran que muera.

No debiera existir preocupación porque Bin Laden pueda ser convertido en un símbolo capaz de trascender; nadie, excepto aquellos poderosos medios tienen el poder para crear tales fantasmas. Allá nos vemos.

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