Lunes 7 de Noviembre de 2011
LA IGUALDAD
Escribe
SANDRA RUSSO (*)
Fuente:
“Pagina 12” CONTRATAPA
Sábado 5 de noviembre/011
.
(*)
SANDRA RUSSO (Argentina) Periodista en la prensa escrita, radial y TV.
Columnista en “Pagina 12” en temas económicos y políticos, entre otros medios.
Escritora. En sus libros figura una biografía a la presidente “La presidenta,
historia de una vida”. (Ed. Sudamericana) originada en cuatro entrevistas con
la Presidente (las únicas que concedió desde su llegada al Gobierno). El libro
lideró ranking de ventas
.
Si se
piensa en 2009 y en la primera vez que Wall Street comenzó a experimentar en
carne propia el tembladeral que acostumbraba a sembrar en otros lugares del
mundo, le viene a uno a la mente el estallido de la burbuja financiera. Las
hipotecas, las cuotas de las casas comiéndose los salarios familiares. En ese
momento no hubo tiempo de fabricar un relato paliativo para esa crisis; los
afectados eran norteamericanos y los reflejos narrativos del establishments
global no pudieron impedir que a las cosas se las llamara por su nombre.
El
sector financiero había sobregirado su rol, había penetrado el sistema, había
convencido a millones de personas para que se endeudaran. Era fácil. ¿Cómo no
convencerlas si lo único que había que hacer era subrayar en spots televisivos
o en avisos de diario que el sueño americano era posible? ¿Qué tenía de raro
consumir en un país en el que el modo de vida prometido y exaltado incluía el
acceso al consumo?
Esta
crisis mundial empezó, así, con un engaño a los ciudadanos que se sentían más
seguros que ningún ciudadano del mundo. Al menos, financieramente seguros. Los
que pisaron el palito, y esto es obvio pero conviene señalarlo, son los que
todavía no tenían su casa. De modo que esta crisis empezó como una falsa
promesa política –la de vivir “a lo norteamericano”–, pero fue una maniobra
financiera. Los que tentaron a la base más chata de los incluidos en el sistema
para que se endeudaran fueron los bancos, con el implícito consentimiento
político.
En
aquellos primeros meses de la presidencia de Obama, todo estuvo a la vista más
que nunca, mejor que nunca. La presidencia demócrata estuvo comprometida en esa
crisis desde su debut y sigue siendo condicionada por ella. Pero apenas el establishments
logró reacomodarse, dejó su huella en el lenguaje. En esos meses Obama lidió
con el Congreso para que le aprobaran el “salva taje”. También entonces, pero
no esa única vez, el presidente norteamericano ha representado frente al
Congreso de su país, liderado por el ala dura de los republicanos, un papel
bastante emparentado con el que hoy, más patéticamente, asume el premier griego
Papandreu. Así como Obama dijo estar de acuerdo con quienes ocupan Wall Street,
pero actúa como si no los escuchara o como si escucharlos fuera imposible, algo
fuera de los cánones de la realidad.
Papandreu tuvo un último gesto de afirmación
política llamando al pueblo a pronunciarse sobre el paquete del FMI que debe
aprobar y que efectivamente comprometerá el destino y la suerte de los griegos.
Pero lo han llamado a la realidad, a esa realidad creada, generada, sostenida y
sopleteada artificialmente por los organismos internacionales como la única
posible en la que se pueden tomar decisiones. Y en la que la única decisión
política será decir siempre que sí.
Ya en 2009,
Obama había dejado de dirigirse a los ciudadanos. El “salvataje” no era para
las personas, sino para los bancos. Desde entonces, la crisis, esa misma
crisis, se ha extendido a todo el mundo pero también, gracias a las lecturas de
la crisis que solidariamente con el establishments financiero se hacen desde la
mayoría de los medios de comunicación en el mundo, el lenguaje ha sido
intervenido para disfrazar la crisis y camuflar cínicamente sus orígenes.
Diariamente
se escriben, se publican, se leen y se escuchan infinidad de interpretaciones
de la crisis que se hacen pasar por descripciones. Esto es lo que los pueblos
ya disciernen por sí mismos y lo que reflejan los medios de comunicación
alternativos al Pensamiento Único: hace décadas que una mera interpretación de
la realidad se hace pasar por la descripción de la realidad. Y en eso ha
consistido la trampa.
En
Islandia, en Grecia, en España, en Portugal, en Estados Unidos, en fin, allí
donde el único derrame conocido es el de la pobreza y la bancarrota, no se
hablaba de crisis financiera hasta que las plazas de todo el mundo comenzaron a
llenarse de jóvenes. Sólo un truco de sentido, sólo el tráfico ideológico ha
hecho que a los respectivos gobiernos los jaqueen por el presunto mal uso o la exageración
del gasto público. Como si la crisis se hubiera originado donde no se originó.
Esta
semana, la marcha atrás de Papandreu con el referéndum fue una patética
capitulación que lo deja aún más inerme y ya completamente vencido ante sus
superiores del Banco Europeo. Que un pueblo se exprese es una amenaza que el
FMI no puede tolerar. Porque sabe que cuando los pueblos se expresan, le votan
indefectiblemente en contra.
El
activista de Attac Islandia Gunnar Skuli Armannsson, entrevistado por la
española Patricia Rivas, recordaba esta semana qué pasó en su país cuando el
pueblo pudo expresarse. Esa experiencia explica en buena parte por qué
Papandreu fue humillado y acorralado esta semana. Anestesista de profesión, el
islandés Armannsson trabaja en un hospital en el que faltan insumos. El
activista recuerda que el pueblo islandés votó que no al rescate de los bancos
y a la indemnización de los inversores extranjeros. Hace apenas tres años,
dice, Islandia era “simplemente otro país neoliberal”. En 2008, los tres bancos
de Islandia, que constituían el 85 por ciento del sistema bancario del país,
colapsaron.
El país intentó pedir créditos a otros países. No quería recurrir al FMI. Uno de los bancos, Landsbanki, abrió una sucursal on line en el Reino Unido, Holanda y Alemania. Tuvo un éxito inmediato por los intereses altos que pagaba uno de los bonos. Dos semanas después de la quiebra de Lehman Brothers, el Reino Unido detectó que los bancos islandeses estaban traspasando dinero de Gran Bretaña a Islandia, y sin más aplicó a Islandia la Ley Antiterrorista, la misma que aplicaban a Al Qaida. Los fondos islandeses fueron inmediatamente congelados.
Fue
entonces que un petitorio pidió al presidente islandés que sometiera el paquete
del FMI a referéndum, como marca la Constitución cuando una ley del Parlamento
no tiene la firma presidencial. El presidente aceptó abstenerse, el referéndum
se hizo y el pueblo votó que no. Pero ningún país amigo hizo ningún gesto de
apoyo.
Dice
Armannsson: “Cuando quedaban entre 10 y 12 días de alimento y combustible,
tuvimos que rendirnos”. Un representante del FMI visitó Reikjavik, y el primer
ministro islandés le dijo una frase ya tristemente histórica: “Por favor, sean
buenos con nosotros”. Una escena más de subordinación, de impotencia. Desde
entonces, Islandia es gobernada por un programa estándar de ajustes
neoliberales: la prioridad fue salvar a los bancos. Por lo demás, ajuste en
todo lo social.
El
presupuesto del hospital en el que trabaja Armannsson ya fue reducido en un 25
por ciento. Islandia fue obligada a contraer deuda. Ya le fueron otorgados
cuatro mil millones de euros, pero ese dinero está depositado en una cuenta
bancaria en Washington. El gobierno islandés no tiene autonomía para usarlo ni
en hospitales ni en escuelas ni en programas sociales. El argumento es que si
Islandia tiene una cuenta con mucho dinero, los inversores confiarán en ella.
Pero no lo hacen, y crece el desempleo.
En 2009
hubo elecciones en Islandia. Permanecieron los socialdemócratas, pero en lugar
de seguir aliados a los conservadores en el gobierno, desde entonces lo hacen
con la Izquierda Verde. “Estuvieron prometiendo cosas muy buenas en la campaña,
pero han roto sus promesas. De modo que los islandeses, igual que los
irlandeses, igual que los griegos, igual que los españoles, sabemos que cambiar
de gobierno no es la solución. No importa que haya elecciones. No tienen ningún
efecto en las políticas. Es obvio que son los bancos los que tienen el control”,
dice el activista islandés.
Mientras
los mercados se degluten a la política, resuenan triunfales las definiciones de
Edmund Burke, el filósofo adorado por los viejos conservadores y los neo
cultores del neoliberalismo que ya no hacen hablar a los economistas porque
todo lo que dicen es demasiado refutable y apelan a las fundaciones, los medios
concentrados y algunos intelectuales de la derecha inescrupulosa. Por ejemplo,
la que reza que “los apóstoles de la igualdad pervierten el orden natural de las
cosas”. Lo escribió en el siglo XVIII, cuando se opuso a la Revolución
Francesa. Así de antiguo es todo esto y a eso es a lo que siempre se ha opuesto
rabiosamente el neoliberalismo. Su verdadero enemigo es la igualdad.
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