Jueves
3 de noviembre, 2011
EL
AGUJERO EN LA CUBETA DE EUROPA
Escribe
PAUL
KRUGMAN (*)
Fuente:
“El Universo” Ecuador
(New
York Times News Service)
2 de
noviembre 2011
.
(*) PAUL ROBIN KRUGMAN (1953) es un economista, divulgador y
periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos.
Actualmente es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad
de Princeton. Desde 2000 escribe una columna en el periódico New York Times y,
también, para el periódico peruano Gestión y el colombiano “La República”. En
2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía. Ha escrito más de 200
artículos y 21 libros -alguno de ellos académicos
.
Si no
fuera tan trágica la actual crisis europea, sería divertida con una especie de
humor negro. Ya que un plan de rescate tras otro fracasan rotundamente, las
Personas Muy Serias de Europa –que son, si es que eso es posible, aún más
presuntuosas y engreídas que sus contrapartes estadounidenses– solo siguen
pareciendo más y más ridículas.
Llegaré
a la tragedia en un minuto. Primero, hablemos sobre los batacazos, que a
últimas fechas me han hecho tararear una antigua canción infantil: “There’s a
Hole in My Bucket” (Mi cubeta tiene un agujero).
Para
quienes no están familiarizados con la canción, trata de un granjero perezoso
que se queja de dicho agujero y su esposa le dice que lo arregle. No obstante,
cada acción que ella sugiere, requiere de una anterior, y, finalmente, ella le
dice que saque algo de agua del pozo. “Pero mi cubeta tiene un agujero, querida
Liza, querida Liza”.
En este
momento, Grecia, donde comenzó la crisis, no es más que un deprimente
espectáculo secundario. El peligro presente y claro proviene, más bien, de una
especie de corrida bancaria contra Italia, la tercera economía más grande de la
eurozona. Es un círculo vicioso, con los temores de que el incumplimiento de
pago amenace con convertirse en profecía autocumplida. Para salvar al euro, se
debe contener a esta amenaza. Sin embargo, ¿cómo? La respuesta tiene que
implicar crear un fondo que pueda, de ser necesario, prestarle a Italia (y a
España, que también está bajo la amenaza) dinero suficiente para que no tenga
que pedir prestado a esas tasas elevadas.
Es
probable que ese fondo no tuviera que usarse, ya que su sola existencia debería
poner fin al ciclo del temor. Sin embargo, el potencial para créditos realmente
a gran escala, sin duda que con valor de más de un billón de euros, tiene que
estar allí. Y este es el problema: todas las diversas propuestas para crear tal
fondo requieren, en última instancia, el respaldo de los principales gobiernos
europeos, cuyas promesas a los inversionistas deben ser creíbles para que
funcione el plan.
¿Ven a
qué me refiero con que la situación es chistosa en el sentido del humor negro?
Lo que hace que la historia sea realmente dolorosa es el hecho de que nada de
esto tenía que pasar.
Se
puede pensar en países como Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos, que tienen
grandes deudas y déficits, pero todavía pueden pedir prestado a tasas bajas de
interés. ¿Cuál es su secreto? La respuesta, en gran parte, es que conservan sus
propias monedas y los inversionistas saben que, si fuera necesario, podrían
financiar sus déficits imprimiendo más de esas monedas. Si el Banco Central
Europeo estuviera detrás de las deudas europeas en forma similar, la crisis
podría disminuir drásticamente.
¿No
generaría inflación? Es probable que no: sin importar lo que pueda creer la
gente como Ron Paul, la creación de dinero no es inflacionaria en una economía
deprimida. Es más, Europa en realidad necesita una inflación de conjunto modestamente
más alta: demasiado baja condenaría al sur de Europa a años de deflación
agotadora, prácticamente garantizando tanto un desempleo elevado persistente
como una serie de moratorias.
Sin
embargo, ese tipo de medidas, se nos sigue diciendo, no está sobre la mesa.
Supuestamente, los estatutos según los cuales se estableció el Banco Central
prohíben este tipo de cosas, aunque uno sospecha que abogados abusados podrían
encontrar una forma de hacerlo realidad. No obstante, el problema más general
es que se diseñó a todo el sistema del euro para pelear la guerra económica más
reciente. Es una Línea Maginot construida para prevenir la repetición de 1970,
que es peor que inútil cuando el peligro real es una réplica de 1930.
No
obstante, ese logro está amenazado porque la élite europea, en su arrogancia,
encerró al continente en un sistema monetario que recreó la rigidez del patrón
oro, y –como el patrón oro en 1930– se convirtió en una trampa letal. Quizá
ahora a los dirigentes europeos se les ocurra un plan de rescate verdaderamente
creíble. Eso espero pero no cuento con ello. La verdad amarga es que cada vez
más parece que el sistema del euro está perdido. Y la verdad aún más amarga es
que, dada la forma en la que ha estado funcionando ese sistema, a Europa podría
irle mejor si se colapsara más pronto que tarde.
© 2011 New York Times News Service.
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