LA INVASIÓN TRANSGÉNICA
Y EL DETERIORO DE LA SALUD
Escribe LUIS E. SABINI FERNÁNDEZ (*)
Fuente “Rebelión” 13 de
diciembre 2013
(*) LUIS E SABINI -
Periodista especializado en cuestiones ambientales y de cultura y vida
cotidiana; a cargo del seminario de Ecología Escritor. Autor de “Genética y socialismo: la ideología
configurando ciencia y política” (Imago.Mundi) La expansión de
la soja en
los campos de Uruguay es avasallante. Lo que también se llama sojización del
agro. El negocio del capital, imperar sobre la vida. Matar la vida: el negocio
(del) capital.
Nancy L. Swanson, de la Armada de EE.UU., al jubilarse
inició una investigación. Difícil imaginar mejor aplicación de su tiempo y su
capacidad. Abordando una cuestión tan escabrosa como trascendente: el deterioro
de la salud humana. Le preocupaba la incorporación de alimentos transgénicos a
la dieta humana llevada a
cabo de modo tan desproblematizado, como si se
tratara de una modificación de detalle o de orden administrativo. Es decir,
tuvo la misma reacción que tuvimos muchos que tomamos contacto con la cuestión
y rechazamos su secreteo y la nonchalance con que las empresas y los organismos
públicos avanzaron con “la novedad”. La cuestión brotó al combinar la
proliferación de enfermedades (nuevas o “renovadas”), y cierta insatisfacción
ante los métodos asumidos por las autoridades públicas estadounidenses para
habilitar el ingreso de los alimentos transgénicos a la dieta humana. Swanson
no podía comparar simultáneamente (nadie puede) dietas transgénicas y dietas
convencionales porque “el trabajo” de lobbying de los emporios de la ingeniería
genética se negaron de manera radical al etiquetado de alimentos transgénicos y
no hubo instancia pública ni resistencia
Nancy L. Swanson |
social que los venciera, con lo cual
se perdió históricamente toda posibilidad de rastreo de los posibles efectos
que tales alimentos podían provocar (o no) en la especie humana en particular y
en los organismos vivos en general y se perdió así la posibilidad de comparar
grupos humanos que ingirieran alimentos transgénicos con grupos que no lo
hicieran. Desde mediados de los ’90 en que “entran al mercado tales alimentos”
no existió un solo organismo regulador que les torciera el brazo en EE.UU. y la
situación en el resto del mundo no es mucho más auspiciosa: hay estados que han
prohibido su producción, pero no su consumo, como Francia y Alemania; hay
estados que han prohibido los transgénicos en general, pero coexisten con
ellos, violando sus propias leyes, como Venezuela; los hay, como Zambia y
Zimbabwe, que bajo la presión de organismos de la ONU, como el PMA, los han
aceptado a regañadientes para consumo –a causa de hambrunas devastadoras que
estaban sufriendo− pero no para producción propia; en otros que los han
prohibido no resulta fácil verificar su alcance
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