domingo, 15 de diciembre de 2013

EL ÚNICO ESTADO CON UNA NEGATIVA TOTAL ES NORUEGA.

UNA TESIS ESCALOFRIANTE:
LA INVASIÓN TRANSGÉNICA 
Y EL DETERIORO DE LA SALUD

Escribe LUIS E. SABINI FERNÁNDEZ (*)
 Fuente “Rebelión” 13 de diciembre 2013

 (*) LUIS E SABINI - Periodista especializado en cuestiones ambientales y de cultura y vida cotidiana; a cargo del seminario de Ecología Escritor. Autor de  “Genética y socialismo: la ideología configurando ciencia y política” (Imago.Mundi) La expansión de la soja en los campos de Uruguay es avasallante. Lo que también se llama sojización del agro. El negocio del capital, imperar sobre la vida. Matar la vida: el negocio (del) capital.

Nancy L. Swanson, de la Armada de EE.UU., al jubilarse inició una investigación. Difícil imaginar mejor aplicación de su tiempo y su capacidad. Abordando una cuestión tan escabrosa como trascendente: el deterioro de la salud humana. Le preocupaba la incorporación de alimentos transgénicos a la dieta humana llevada a
Nancy L. Swanson
cabo de modo tan desproblematizado, como si se tratara de una modificación de detalle o de orden administrativo. Es decir, tuvo la misma reacción que tuvimos muchos que tomamos contacto con la cuestión y rechazamos su secreteo y la nonchalance con que las empresas y los organismos públicos avanzaron con “la novedad”. La cuestión brotó al combinar la proliferación de enfermedades (nuevas o “renovadas”), y cierta insatisfacción ante los métodos asumidos por las autoridades públicas estadounidenses para habilitar el ingreso de los alimentos transgénicos a la dieta humana. Swanson no podía comparar simultáneamente (nadie puede) dietas transgénicas y dietas convencionales porque “el trabajo” de lobbying de los emporios de la ingeniería genética se negaron de manera radical al etiquetado de alimentos transgénicos y no hubo instancia pública ni resistencia
social que los venciera, con lo cual se perdió históricamente toda posibilidad de rastreo de los posibles efectos que tales alimentos podían provocar (o no) en la especie humana en particular y en los organismos vivos en general y se perdió así la posibilidad de comparar grupos humanos que ingirieran alimentos transgénicos con grupos que no lo hicieran. Desde mediados de los ’90 en que “entran al mercado tales alimentos” no existió un solo organismo regulador que les torciera el brazo en EE.UU. y la situación en el resto del mundo no es mucho más auspiciosa: hay estados que han prohibido su producción, pero no su consumo, como Francia y Alemania; hay estados que han prohibido los transgénicos en general, pero coexisten con ellos, violando sus propias leyes, como Venezuela; los hay, como Zambia y Zimbabwe, que bajo la presión de organismos de la ONU, como el PMA, los han aceptado a regañadientes para consumo –a causa de hambrunas devastadoras que estaban sufriendo− pero no para producción propia; en otros que los han prohibido no resulta fácil verificar su alcance

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