SE PRODUCE COMIDA PARA 12.000 MILLONES
Y EN EL PLANETA SOMOS 7.000.
TODOS DEBERÍAN COMER.PERO...
CASI 1.000
MILLONES PASAN HAMBRE
Escribe
ESTHER VIVAS (*)
Fuente:
BLOG en “ Público.es”
14 de octubre 2014
(*) ESTHER VIVAS (Sabadell, 1975) Es una activista española
autora de diversos libros y publicaciones sobre movimientos sociales.
Licenciada en periodismo y diplomada en estudios superiores de sociología por
la Universitat Autònoma de Barcelona. Desmonta uno a uno los mitos sobre los
cuales está construído el actual sistema agroalimentario. Explica el criminal
negocio de las técnicas y empresas alimentarias. Con Joseph Maria Antentas
Profesor de Sociología de la Universitat Autónoma de Barcelona (UAB). son
autores del libro “Planeta Indignado”, son militantes de Izquierda
Anticapitalista, miembros de la redacción de la revista Viento Sur y
columnistas en varios medios.
Nos
dicen que el sistema agrícola y alimentario es el mejor de los posibles. Un
modelo altamente productivo que permite dar de comer a todo el mundo, muy
eficiente, que ofrece una gran variedad de alimentos, que facilita el trabajo a
los agricultores y lo mejor… que nunca antes habíamos comido de una manera tan
segura. ¿En serio?. Sin embargo, cuando analizamos en detalle, y con números
en
la mano, cada una de estas afirmaciones vemos que son falsas. Quienes las dicen
piensan que por repetirlas una y otra vez nos las vamos a tragar. La verdad es
que el actual modelo de producción, distribución y consumo de alimentos se
sustenta en una serie de mitos que son mentira. Uno de los”mantras” más
repetidos es que la agricultura industrial e intensiva, con su alta productividad,
puede acabar con el hambre. No debería haber nadie sin comer. La realidad, en
cambio, es bien distinta: uno de cada ocho habitantes en el mundo, casi 1.000
millones, pasan hambre. Comida hay, y mucha, pero no acaba en nuestros estómagos… solo en los de
aquellos que se lo pueden permitir. Más
comida no significa poder comer. ¿Por
qué? Los alimentos en el sistema agroalimentario se han convertido en una
mercancía. La cadena que une el campo con la mesa está en manos de unas pocas
empresas del agronegocio y los supermercados que han convertido el derecho a la
alimentación en un privilegio. En consecuencia, o tienes dinero para pagar el
precio cada día más caro de los comestibles o acceso a aquello que da de comer
(tierra, agua, semillas) o no comes. No tenemos un problema de falta de producción
o superpoblación, sino de democracia, de acceso a los alimentos.Y cuando nos hablan de eficiencia… ¿qué
eficiencia? La de un sistema que desperdicia anualmente, según datos de la FAO,
un tercio de la comida que produce para consumo humano: un total de 1.300
millones de toneladas. ¿Alimentos para comer o tirar? He aquí la cuestión. La
agroindustria es al negocio del hambre, lo que la banca es al negocio de la
pobreza. Nos insisten en que somos “libres” para elegir entre una gran “variedad”
de productos. Caprabo así nos da la bienvenida, como “librecomprador”. En
cambio, bajo la ilusión de lo diverso se esconde la más estricta uniformidad. En
el campo, le brindan al agricultor todo tipo de semillas híbridas y
transgénicas. En el supermercado, nos venden un
sinfín de comestibles. Pero
nunca como ahora nos habían alimentado tan pocos cultivos. En tan solo un
siglo, hemos perdido el 75% de la diversidad agrícola y alimentaria, según
cifras de la FAO. Alimentos que hasta hace unas décadas eran anecdóticos, como
la soja, actualmente se han vuelto omnipresentes. En los lineales de la gran
distribución encontramos siempre las mismas marcas. ¿Libertad? ¿Variedad? Más
bien, todo lo contrario.
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