EL REVISIONISMO EXISTE POR LA HISTORIA OFICIAL.
SIN LA
MISMA NO HABRÍA REVISIONISMO HISTÓRICO,
PUES NADA REVISARIAN VIGOROSOS HISTORIADORES
Escribe
JOSÉ PABLO FEINMANN (*)
Columnista habitual en “Página 12"
de Buenos
Aires, Argentina
14 de diciembre 2014
(*) JOSÉ
PABLO FEINMANN (Buenos Aires, 1943) Es un filósofo,
docente, escritor, ensayista, guionista y conductor de radio y televisión argentino.
Es licenciado en Filosofía y fue profesor universitario en la Universidad de
Buenos Aires. Su programa recibió 5 estrellas de 5. En él despliega las
propuestas de los grandes pensadores de todos los tiempos. Con Horacio González
es autor del libro “Historia y pasión”, que reúne un fructífero diálogo entre
ambos
Los revisionistas del
’30 se dedicaron a una explicitación más o menos rigurosa (convincente, sin
duda) de la historia oficial (la de la oligarquía que había ganado las guerras
civiles en el siglo XIX) para desmentir cada una de sus afirmaciones. Ser la
contracara de mi enemigo me hace su esclavo. No tengo una cara propia.
No supe
construirla. Elegí un camino incorrecto: el del plagio en negativo, no el de la
creación. Así, el revisionismo escribe la historia de los derrotados y
construye un panteón alternativo. Lo que fue negado por los triunfadores ellos
lo reivindican, lo exaltan y explican el fracaso del país por la mala
resolución de ese conflicto. En lo esencial sencillamente digamos que todo lo que sucede,
aun cuando no responda a ninguna teleología, sucede porque una serie de cosas
sucedieron antes, esta sucesión se descubre de adelante hacia atrás, cuando ya
ocurrió, ya que no está inscripta en ninguna finalidad secreta, inmanente, de
los hechos que se han venido desarrollando: en ninguna parte estaba pre-fijado
que Urquiza se retiraría en Pavón, no pertenece a ningún telos –fin– de los
hechos históricos, fue un producto del elemento de azar que debemos incluir en
la historia o de una negociación en caliente con sus enemigos de Buenos Aires
que
le hizo cambiar la gloria por las ovejas), el revisionismo ha existido
gracias a la historia oficial. Sin historia oficial no habría revisionismo
histórico, ya que nada tendrían que revisar sus vigorosos pero dependientes
historiadores. Es (me permitiré este ejemplo) lo que ocurre en la actual
política argentina. Hay un gobierno que, mal o bien, hace cosas. Y hay una
oposición que sistemáticamente las niega, se opone. Así, el país (toda su enorme
complejidad) ha sido reducido a la antinomia K/anti-K. El revisionismo
histórico (con mayor talento, por supuesto) jugó ante la historia oficial un
papel semejante al que la oposición anti-K juega contra el gobierno K. Los
anti-K sólo han avanzado en la tarea –sencilla y nulamente
autónoma y creativa–
de oponerse a todo lo K. No se puede crecer así. Nadie debiera extrañarse de la
pobreza humana y conceptual que presenta la llamada oposición. Esta gente –a quienes también se les dice
“opo”, acaso para señalar que están siempre divididos o que ni siquiera llegan
a ser una “oposición”–, para dibujar su propio rostro, sólo atina a llevar a
cabo la copia en negativo del rostro de su enemigo. (Dado el odio que cunde en
el país lamento tener que escribir esta palabra. Desearía escribir
“adversario”. Pero un “adversario” tendría propuestas y no odio.) Volviendo al
revisionismo. Hay que buscar una cara propia. Y ciertos
importantes rasgos de
esa cara están en la de mi enemigo. El también hizo el país. No puedo negarlo
en totalidad. Un solo ejemplo: hace muchos años (en 1975) escribía Filosofía y
nación. Algo me llevó a la historia de Belgrano de Mitre. La leí y me interesó
mucho. Había elementos de trabajo que jamás habría encontrado en otra parte. Lo
que significa: para dibujar nuestro propio rostro necesitamos tomar elementos
del rostro del enemigo. Pero no para hacer un trabajo contrafáctico con ellos.
Sino para incluirlos como parte de nuestro ser, de nuestra cara. Esto es lo que
Borges consigue brillantemente en su “Poema conjetural”.
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