martes, 9 de diciembre de 2014

TURQUÍA Y RUSIA: SE ACERCAN DOS REPUDIADOS DE EUROPA

   PROFUNDOS CAMBIOS TRAS EL FIN DE LA GUERRA FRÍA 
ESTÁN SUCEDIENDO EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES 
Y DE HECHO EN EL EQUILIBRIO DE FUERZAS EN EL MUNDO.

Escribe 
NAZANÍN ARMANIAN (*)  
Fuente BLOG de la autora en 
"Público.es" de España 
8 de diciembre 2014-12-08

(*) NAZANÍN ARMANIAN (IRANI) Escritora. Periodista free lane. Radicada en España en su exilio desde 1983. Licenciada en Ciencias Políticas y cursa  doctorado en Filosofía. politóloga. Es profesora-tutora de Ciencias Políticas en la UNED y en la Universidad.  Analista especializada en Política Internacional. Autora de 15 libros que han logrado  éxito editorial, a nivel internacional. Entre ellos: “Kurdistán, el país inexistente” (Flor del viento, 2005), “Irak, Afganistán e Irán, 40 respuestas al conflicto de Oriente Próximo” (Lengua de Trapo, 2007) y “El Islam sin velo” (Bronce, 2009) Columnista .habitual en importantes medios de la prensa alternativa americana y europea.  

A pesar de que a Turquía se le denomina “el único Estado musulmán de la Alianza Atlántica”, es obvio el poco (o nulo) peso que tiene la religión en las tácticas y estrategias del país. La brújula de los andares de este gran país, no ha sido otra que los intereses económico-políticos de un capitalismo expansionista
Pte. Erdogan
gestionado por la burguesía conservadora religiosa o laica, aunque muy dinámica. Durante las últimas semanas, jugando el papel de los grandes sultanes de antaño,  un Erdogan consciente del lugar que ocupa su país en el mapamundi,  recibía en su mega palacio faraónico al estadounidense Joe Biden, dirigente de la aún principal superpotencia global; al Papa Francisco, jefe del diminuto y poderoso Estado Vaticano; y a Vladimir Putin, presidente de una Rusia con la viva memoria de la superpotencia soviética, que se atreve a hablar de “tú a tú” con la OTAN, la temible alianza militar planetaria. Desde su privilegiada posición, ubicada entre los Balcanes, el Cáucaso, Oriente Medio y el Golfo Pérsico; entre árabes, persas, judíos y kurdos, y entre los llamados “mundo musulmán y mundo cristiano”, Turquía parece disfrutar jugando todas esas cartas, con escasos aciertos, y graves y trágicos errores. A pesar de que al comienzo de su mandato un Barak Obama que confundía las teocracias islámicas (que son cuatro)  con los mandatarios de fe islámica que ejecutan leyes mundanas (que son la mayoría) empezó a señalar a Turquía como el modelo ideal de un Islam
democrático versus Arabia Saudí o a Irán. Su respaldo a los Hermanos Musulmanes, que con  su chaqueta y corbata maquillan el oscurantismo religioso (sobre todo, en su dimensión misógina) con el neoliberalismo moderno, hundía sus raíces en esta incomprensible confusión, entre otros simplismos que cometen también las fuerzas progresistas de Occidente. Sin embargo, los clavos en el ataúd de las buenas relaciones Ankara-Washington empezaron a ponerse cuando los turcos se opusieron a las sanciones contra Irán —su gran socio comercial— y con el apoyo incondicional de EEUU a Israel —tanto en el incidente de la flotilla propalestina como en los continuos ataques militares de Netanyahu a Gaza—. El corto tiempo que duró la luna de miel entre ambos gobiernos, los poco
que se tardó en abortar las aspiraciones democráticas de los que lucharon por una democracia política y económica en las “Primaveras Árabes”, se quedó en una anécdota: los Hermanos Musulmanes (HM) perdieron la oportunidad de hacerse con parte del poder en los nuevos regímenes. La única esperanza que aún alberga Erdogan es Siria. Quizás ya no quiera instalar en Damasco a sus correligionarios de los HM; se conformaría con ver la caída de su antiguo amigo Bashar Al Assad por haber desoído sus consejos de buen gobierno. Para ello ha recurrido a todos los medios salvo al envío de tropas. Incluso ha respaldado al Estado Islámico, al que llama “la organización de los  aterrorizados”, que no grupo terrorista. Se trata de una simple cuestión psicóloga, de su orgullo personal, y no le ha importado participar en la carnicería desatada contra el pueblo sirio.   

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