domingo, 4 de enero de 2015

EL CÁNCER DE LA MADRE TIERRA

DESDE QUE EL HOMO SAPIENS SE APODERÓ 
DE LOS SAGRADOS RECURSOS NATURALES, 
LA VIDA SE CONVIRTIÓ EN DESGRACIA


Escribe  
CARLOS FERMÍN (*) 
Publica “Eco Portal” 
2 de enero 2015

(*) CARLOS FERMÍN (Venezuela)Periodista. Se especializa en temas de Ecologia y Medio Ambiente. Graduado en Comunicación Social, mención Periodismo en la Universidad de Zulia, Venezuela    Escribe en la Web  y otros medios de la prensa alternativa.


Con la llegada del Dios dinero, el Medio Ambiente se transformaría en una mercancía explotada a imagen y semejanza de la codicia de los gobiernos de turno. Poco a poco, el Mundo sacaba a relucir toda su hostilidad en contra de la Tierra, y la práctica del Conservacionismo terminó siendo una tarea imposible de alcanzar. La irracional fuga de hidrocarburos, la expansión de la frontera agrícola
por el narcotráfico, el cultivo de alimentos transgénicos, la criminal pesca de arrastre, la minería ilegal y la colosal fractura hidráulica. Fue así, como la vida en el planeta se volvió una historia insostenible e insustentable para la Sociedad Moderna, a medida que los glaciares se descongelaban, que el metano se olfateaba en el horizonte, que los océanos se acidificaban de madrugada, que la sequía recalentaba la capa vegetal, que los agrotóxicos envenenaban el suelo orgánico, que la miel se amargaba en la colmena, y que los bosques se asfixiaban en la soledad taciturna. Con un arsenal de orgullo, cobardía y

petulancia que apagaba la luz del futuro, el Homo Sapiens traicionaría a su progenitora, gracias al holocausto de la guerra mediática que se atosigaba de bombas, cohetes y proyectiles, para romperle el corazón a la Naturaleza del siglo XXI. Una vez más, la radiografía demostraba que la quema de combustibles fósiles como el petróleo, el gas y el carbón, estaban satisfaciendo la abismal demanda de productos y servicios de la comunidad global, a costa de complicar seriamente su propia recuperación. Por eso, la única forma de reponer la salud era olvidándose de la bolsa de valores, de las ganancias cuatrimestrales, de los contratos multimillonarios, de las campañas de marketing, del bombardeo publicitario, de los ingresos netos del PIB, del canibalismo corporativo y del infierno capitalista.

Tras pensarlo con detenimiento, el Homo Sapiens se dio cuenta que la prematura colonización del planeta Marte, era la mejor opción para extrapolar su clásica miseria espiritual fuera de las fronteras del planeta Tierra. En la carcomida Tierra, seguíamos sufriendo de una terrible sobrepoblación, que generaba infecciones, plagas y pandemias a mansalva. Por un lado, las familias humildes de Uganda, Mozambique, Sierra Leona, Somalia, Etiopía y Ruanda, se enfermaban con la transmisión de la malaria, del ébola, del VIH, del VPH y del dengue. Y en la otra esquina, las familias adineradas de EEUU, México, Australia, España, China, Brasil, Emiratos Árabes y Francia, se enfermaban con la aparición de la diabetes, de la obesidad, de la migraña y de la hipertensión.  El Homo Sapiens se convirtió en una máquina robótica que no se cansaba de lavar los
dólares que pedían los inversionistas extranjeros, de comprar la licencia ambiental que emitían los corruptos entes ministeriales, y de perforar el matorral de oleoductos que escondía el placebo de la burocracia. Con la caja de ahorros y la póliza de seguro firmada por adelantado, el Ser Vivo Inconsciente empezó a vender los costosísimos boletos para visitar la extravagante atmósfera de Marte. El Mundo se caía a pedazos entre fuertes terremotos, lluvias torrenciales, inundaciones, descargas eléctricas, tornados, huracanes, avalanchas, erupciones volcánicas, incendios forestales, tsunamis y olas de calor, que produjeron el trágico etnocidio y genocidio en las aldeas de los pueblos originarios.   
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