EJERCER LA “LIBERTAD” QUE AMENAZE LA VIDA
DE PERSONAS O DE TODO UN ECOSISTEMA,
NO DEBE TENER LUGAR
EN LA SOCIEDAD HUMANA.
Escribe
LEONARDO BOFF (*)
Fuente Web del autor
Viernes 6 de marzo 2015
(*)LEONARDO BOFF (BRASIL) Teólogo, filósofo y escritor Uno
de los fundadores de la Teología de la Liberación. en 1985, la Congregación
para la Doctrina de la Fe, dirigida por el Cardenal Ratzinger (ex Papa) le silenció
por un año por su libro “La Iglesia, Carisma y Poder” . Profesor de ética y
filosofía en Brasil. Conferencista en muchas universidades, como Heidelberg,
Harvard, Salamanca, Barcelona, Lund, Lovaina, París, Oslo, Turín entre otras.
Escribió más de 100 libros, traducidos a diversas lenguas. En 1997, el
Parlamento Sueco le otorgó el premio Right Livelihood.
Los atentados terroristas al principio de este año en París
y en Copenhague a propósito de caricaturas consideradas como insultantes a
Mahoma, atentados perpetrados por extremistas islámicos, han puesto sobre la
mesa la libertad de expresión. En Francia hay una verdadera obsesión, casi
histeria, con la afirmación ilimitada de la libertad de expresión, legado
sagrado, como dicen, del iluminismo y de la naturaleza laica del Estado. Es
algo absoluto. Contrariamente y con razón
afirmó el obispo profético Don Pedro
Casaldáliga: «nada hay absoluto en el mundo a no ser Dios y el hambre; todo lo
demás es relativo y limitado». Extendiendo el teorema de Gödel más allá de la
matemática, se puede afirmar la insuperable incomplección y limitación de todo
lo que existe. ¿Por que debería ser diferente con la libertad de expresión?
Esta no escapa a los límites que deben ser reconocidos, de lo contrario
daríamos libre curso al vale todo y a las vendettas. La idea francesa de la
libertad de expresión supone una tolerancia ilimitada: hay que tolerar todo.
Afirmamos por el contrario: toda tolerancia tiene siempre un límite ético que
impide el «vale todo» y la falta de respeto a los otros que corroe las relaciones
personales y sociales.Todo ejercicio de la libertad que implique
ofender al
otro, amenazar la vida de las personas y hasta de todo un ecosistema
(deforestación indiscriminada) y violar lo que es considerado como sagrado, no
debe tener lugar en una sociedad que se quiere mínimamente humana. Ahora bien,
hay franceses (no todos) que quieren la libertad de expresión inmune a
cualquier restricción. El resultado de esa pretensión ha sido tristemente
constatado: si la libertad es total entonces debe valer para todos y en todas
las circunstancias. Es lo que pensaron, ciertamente, (no yo) los terroristas
que asesinaron a los caricaturistas de Charlie Hebdo y a otras personas en
Copenhague. En nombre de esta misma libertad ilimitada. De poco vale alegar que
existe el recurso a la ley. Pero el mal una vez hecho no siempre es reparable
y
deja marcas indelebles. La libertad sin límite es absurda y no hay como
defenderla filosóficamente. Para contrapesar las exageraciones de la libertad
solemos oír la frase, tenida casi como un principio: «mi libertad termina donde
empieza la tuya». Nunca vi a nadie cuestionar esta afirmación, pero tenemos que
hacerlo. Pensando en los presupuestos subyacentes debemos someterla a una
crítica más atenta. Se trata de la típica libertad del liberalismo como
filosofía política. Con la llegada al poder de Thatcher y Reagan volvieron con
toda la fuerza los ideales liberales y la cultura capitalista sin el
contrapunto socialista: la exaltación del individuo, la
supremacía de la
propiedad privada, la democracia solo delegataria, y por eso reducida, y la
libertad de los mercados. Las consecuencias son visibles: actualmente hay mucha
menos solidaridad internacional y preocupación por los cambios en pro de los pobres
del mundo. Predomina la competición perversa y la falta de solidaridad que
elimina a los débiles. Con este telón de fondo debe ser entendida la frase «mi
libertad termina donde empieza la tuya». Se trata de una comprensión
individualista, del yo solo, separado de la sociedad. Es el deseo de verse
libre del otro y no de ejercer la libertad con el otro.
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