EL CAPITALISMO NO
CONSIGUE IR MÁS ALLÁ;
NO TIENE NADA MÁS QUE OFRECER,
A NO SER MÁS DE LO MISMO,
QUE ES AQUELLO QUE PRODUCE LA CRISIS:
SU ILIMITADA VORACIDAD.
Escribe
LEONARDO BOFF (*)
Fuente Web del autor
29 de mayo 2015
(*)LEONARDO
BOFF (BRASIL) Teólogo, filósofo y escritor Uno de los fundadores de la Teología
de la Liberación. en 1985, la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida
por el Cardenal Ratzinger (ex Papa) le silenció por un año por su libro “La Iglesia,
Carisma y Poder” . Profesor de ética y filosofía en Brasil. Conferencista en
muchas universidades, como Heidelberg, Harvard, Salamanca, Barcelona, Lund,
Lovaina, París, Oslo, Turín entre otras. Escribió más de 100 libros, traducidos
a diversas lenguas. En 1997, el Parlamento Sueco le otorgó el premio Right
Livelihood, considerado el Nobel Alternativo.
Prolongando reflexiones anteriores, veo que para intentar
salir de la crisis actual (si es que es posible) hay dos presupuestos que deben
ser considerados seriamente. De lo contrario corremos el riesgo de perder todo
lo que hayamos proyectado: el colapso del orden capitalista y los límites de la
Tierra que no se pueden traspasar. Naturalmente se trata de hipótesis, pero
creo que fundadas. Primer
presupuesto: el sistema del capital ha entrado en
colapso, lo que significa su fin en un doble sentido: fin en el sentido de que
ha alcanzado su propósito fundamental: aumentar la acumulación privada hasta su
límite extremo. Como constató Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI:
«los pocos que están arriba tienden a apropiarse de una gran parcela de la riqueza
nacional». Hoy esa tendencia es no sólo nacional sino global. Los datos varían
de año en año, pero en el fondo se resumen en esto: un grupo cada vez menor
detenta y controla gran parte de la riqueza mundial. Hoy son, según datos de la
respetada Escuela Politécnica Federal de Zurich (ETH), 737 actores que
controlan cerca del 80% de los flujos financieros mundiales. Dentro de poco
serán muchos menos. Pero ese fin significa también fin como colapso y desenlace
final. La agonía puede prolongarse, pues usa mil estratagemas para
perpetuarse,
pero la crisis es inevitablemente terminal. El capitalismo ha tocado techo y no
consigue ir más allá; peor aún, no tiene nada más que ofrecer, a no ser más de
lo mismo, que es aquello que produce la crisis: su ilimitada voracidad. Ocurre
que sobrepasó los límites físicos de la Tierra; el agotamiento de los bienes
naturales es de tal orden que ya no tiene condiciones para autorreproducirse,
pues los necesita. Al forzar su lógica interna, puede volverse biocida, ecocida
y, en el límite, geocida. Como no puede autorreproducirse más, se vuelve sobre
sí mismo, acumulando con más y más furia, vía especulación financiera: dinero
haciendo dinero. El lema sigue siendo el mismo, el perverso “greed is good” (la
codicia es buena). Que se
dañe la humanidad, la naturaleza y el futuro de las
próximas generaciones. Si en Brasil queremos salir de la crisis a base de esta
lógica, estamos escogiendo el camino del abismo. Dentro de poco, todos
experimentaremos en carne propia el sentido de la metáfora de Sören Kirkegaard:
el payaso pidió a los espectadores que ayudasen a apagar el fuego de las
cortinas de atrás del teatro. Todos reían y aplaudían pues pensaban que era
parte del espectáculo. Nadie hizo caso al payaso hasta que el fuego quemó el teatro
entero y a todos los que estaban dentro y aún en los alrededores. El segundo
presupuesto, ausente casi siempre en los analistas económicos convencionales,
es el estado gravemente enfermo del planeta Tierra. La aceleración
productivista está destruyendo rápidamente las bases físico-químicas que
sustentan la vida, además de producir una espantosa erosión de la biodiversidad
(cerca de cien mil especies, según E. Wilson, desparecen cada año) y el
imparable calentamiento global, cuyos
gases de efecto invernadero han alcanzado
en la actualidad los niveles más elevados desde hace 800 mil años. Con la
subida de la temperatura 2 grados centígrados podremos todavía gestionar la
biosfera. Sin embargo, si no hacemos nada a partir de ahora, como afirmó ya en
2002 la sociedad científica norteamericana, aun en este siglo podríamos conocer
el “calentamiento abrupto”. Este podría llegar a 4-6 grados centígrados más.
Bajo esa temperatura, advierte la comunidad científica, las formas de vida
conocidas no podrían subsistir y gran parte de la humanidad se vería afectada
gravemente
con millones de víctimas. ¿Cómo salir de ese impasse? Tal vez nadi etenga condiciones para ofrecer una alternativa realmente viable, porque tiene
una dimensión que va más allá de Brasil, pues es global. A nosotros, los
intelectuales, nos toca reflexionar, alertar y urgir medidas concretas. Es
nuestro imperativo ético. El primero, ante la gravedad de la crisis, consiste
en crear un consenso mínimo, suprapartidario, que incluya a parlamentarios
progresistas, sindicatos, empresas, intelectuales, ONGs, iglesias y pueblo de
la calle en torno a un proyecto mínimo de Brasil fundado en algunos principios
y valores asumidos por todos (seguramente se exigirá una reforma política,
tributaria y fuerte inversión en la agroecología). Estimo que el liderazgo de
Lula sería suficientemente fuerte todavía para encabezar esta propuesta. El
Gobierno de Itamar Franco, pos-crisis Collor, podría servir de referencia
inspiradora.
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