"SEGUIMOS CIVILIZÁNDOLOS EN SUS PAÍSES DE ORIGEN,
SEGUIMOS
SELECCIONANDO MANO DE OBRA BARATA,
SEGUIMOS PROHIBIENDO EL TRÁFICO
Y SEGUIMOS
ARROJÁNDOLOS AL MAR..."
Escribe
SANTIAGO ALBA RICO (*)
Fuente: “Diagonal”
Lunes 4 de mayo 2015
(*) SANTIAGO ALBA RICO (ESPAÑA) es un escritor, ensayista y
filósofo español nacido en Madrid en 1960. De formación marxista ha publicado varios libros de ensayo sobre
filosofía, antropología y política.
Redactor en varias revistas y medios
como Gara, Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura, LDNM, el
Comité de Solidaridad con la Causa Árabe. Rebelion, etc. Tradujo al castellano autores árabes, como el poeta egicpio Naguib
Surur o al escritor iraquí Mohamed Judayr. Actualmente reside en Túnez.
Frente a la hipocresía y la indiferencia, apetece y hasta se
impone ser un poco demagógicos. Digamos la verdad: Europa está acostumbrada a
tirar gente al mar. Lo hizo durante siglos en el marco del
rentabilísimo
comercio de esclavos del que participaron todas las grandes naciones que dan
hoy lecciones de humanidad y democracia al resto del mundo. El antropólogo
Fernando Ortiz recordaba en uno de sus libros la cifra: en 1825 se calculaba
que cada año los negreros clandestinos arrojaban al océano 3.000 esclavos
vivos, bien para escapar de las patrullas, bien para desprenderse de la
mercancía defectuosa. Muchos más habían muerto antes, durante el acarreo por el
continente africano o durante la espera en los barracones del puerto. En 1818,
cuando se prohibió el tráfico al tiempo que se mantenía la esclavitud (¡igual
que hoy!), el muy católico rey español Fernando VII justificaba la medida
diciendo que
ya no hacía falta trasladar a América a los africanos para
civilizarlos porque la empresa colonial iba a ocuparse de civilizarlos en sus
propios países de origen. La gran escritora negra Toni Morrison emitió hace
años el veredicto: “No puedes hacer eso durante cientos de años y no pagar un
peaje. (Los europeos) tenían que deshumanizar no sólo a los esclavos, sino a sí
mismos. Tenían que reconstruir todo para hacer que el sistema pareciera
verdadero. Hizo que todo fuera posible en la segunda guerra mundial. Hizo que
la primera guerra mundial fuera necesaria. Racismo es la palabra que utilizamos
para englobar todo esto”. Lo que el teólogo alemán Franz Hinkellammert llama
con
razón “genocidio estructural” se inscribe en una larga enfermedad europea
que nos ha podrido el alma hasta el punto de que podemos empujarlos al mar y
luego irnos a Malta en un crucero. Son más de mil muertos en una semana; más de
20.000 en los últimos 15 años. Cifras parciales, engañosas, que no censan el
fondo de los mares. No estoy dispuesto a negar la responsabilidad de los
traficantes que explotan la desesperación de los humanos; tienen la misma que
los negreros del siglo XIX y mantienen con el sistema neocolonial europeo la
misma relación de dependencia y funcionalidad. Tampoco estoy dispuesto a negar
la
responsabilidad de los que alquilan un centímetro de azar en estas barcas de
Caronte. Hasta el más desgraciado de los humanos puede decidir su destino; pero
hasta el más desgraciado de los humanos tiene derecho a elegir un destino mejor
sin jugarse la vida. ¿De qué son responsables?. Su crimen, como dice Juan
Goytisolo, es “su instinto de vida y el ansia de libertad”, ese átomo de
libertad que emplean en huir de la guerra o de la miseria y en reivindicar su
derecho a desplazarse, a trabajar, a existir sin pedir limosnas o disculpas. Hemos
visto la respuesta de nuestros gobiernos y nuestros
políticos. Hay dos. Una, la
hipocresía: se lamentan las muertes y se exhibe contrición mientras se refuerza
Frontex y la operación Tritón; es decir, mientras se multiplican los medios,
como Fernando VII, para “civilizar” en origen a los africanos y destruir las
barcas de los traficantes. Ya sabemos lo que eso significa y las consecuencias
que traerá: apoyar dictaduras y justificar intervenciones que generarán más
frustración, más miseria, más guerras, más yihadismo, en un circuito de
retroalimentación del que sólo se benefician los más poderosos, los más ricos y
los más injustos. La otra respuesta es el cinismo de los partidos e
intelectuales de ultraderecha que echan levadura a la enfermedad europea con un
desprecio explícito hacia esos miles de personas que, según la propaganda de la
Liga Norte, buscarían unas “vacaciones pagadas” en Europa y por los que no
debemos sentir ninguna piedad o consideración.
No hay comentarios:
Publicar un comentario