DIOS NO JUEGA A LOS DADOS
(1)
Escribe
LUIS DE LA PEÑA
5 de Febrero de 2005
En cualquier encuesta que se hiciera para seleccionar a un puñado de los grandes constructores del siglo XX, cualquiera que fuera el conjunto de criterios razonables que se adoptara, esa lista de elegidos incluiría a Einstein en un lugar de privilegio. No es pues de mi héroe de quien voy a hablarles —aunque confieso que lo es—, sino de un héroe que probablemente es de todos ustedes, y de muchos otros.
LUIS DE LA PEÑA
5 de Febrero de 2005
En cualquier encuesta que se hiciera para seleccionar a un puñado de los grandes constructores del siglo XX, cualquiera que fuera el conjunto de criterios razonables que se adoptara, esa lista de elegidos incluiría a Einstein en un lugar de privilegio. No es pues de mi héroe de quien voy a hablarles —aunque confieso que lo es—, sino de un héroe que probablemente es de todos ustedes, y de muchos otros.
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Cuando Einstein murió, a los 76 años de edad, estaba en plena organización un magno congreso internacional para conmemorar los cincuenta años de la teoría de la relatividad. Hace veinte años el mundo de nuestra ciencia organizó decenas de reuniones, simposios y congresos para conmemorar y discutir en su cincuentenario otro famoso trabajo, aquél conocido en nuestra jerga como el artículo EPR, por las iniciales de sus autores: Einstein y sus dos jóvenes colaboradores Podolsky y Rosen. En un mundo académico acostumbrado a que la vida de un trabajo científico, juzgada por el uso declarado que de él se hace, se reduzca a unos pocos años cuando bien le va —plazo que se estrecha cada vez más ante la presión del publish or perish—, no deja de ser excepcional la longevidad de las contribuciones einsteinianas. La explicación es simple: es la misma longevidad de que gozan la Geometría de Euclides o los Principia de Newton; es la longevidad de los grandes cimientos.
Cuando Einstein murió, a los 76 años de edad, estaba en plena organización un magno congreso internacional para conmemorar los cincuenta años de la teoría de la relatividad. Hace veinte años el mundo de nuestra ciencia organizó decenas de reuniones, simposios y congresos para conmemorar y discutir en su cincuentenario otro famoso trabajo, aquél conocido en nuestra jerga como el artículo EPR, por las iniciales de sus autores: Einstein y sus dos jóvenes colaboradores Podolsky y Rosen. En un mundo académico acostumbrado a que la vida de un trabajo científico, juzgada por el uso declarado que de él se hace, se reduzca a unos pocos años cuando bien le va —plazo que se estrecha cada vez más ante la presión del publish or perish—, no deja de ser excepcional la longevidad de las contribuciones einsteinianas. La explicación es simple: es la misma longevidad de que gozan la Geometría de Euclides o los Principia de Newton; es la longevidad de los grandes cimientos.
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Cuando Einstein murió, también estaba en proceso la organización de lo que devendría la Primera Conferencia Pugwash, inspirada en el manifiesto que promovieron Bertrand Russel y Einstein, llamando a todas las naciones a renunciar al armamento nuclear. Einstein es conocido por su obra científica, pero el enorme prestigio y la consecuente capacidad de acción que adquirió por ésta, le abrieron espacios que difícilmente puede ocupar un ciudadano común y que usó para luchar contra el militarismo y contra el advenimiento del nazismo en Alemania; por los derechos conculcados del pueblo judío, por la paz y contra la carrera armamentista nuclear, sobre la cual fue uno de los primeros en alertar y a la que consagró los últimos diez años de su vida.
La vida científica oficial de Einstein se inicia casi al nacer el siglo XX con la aparición de su primer trabajo, el 16 de diciembre de 1900. Éste es el único trabajo de Einstein de entre su primera veintena de publicaciones que podemos considerar convencional, pues no contribuye a abrir compuertas insospechadas o a generar una revolución en el pensamiento físico de al época. Su impresionante talento para sondear a la naturaleza e incomparable intuición física, aunadas a su capacidad para llegar hasta las últimas consecuencias de sus observaciones, le llevan muy pronto de milagro en milagro: entre 1901 y 1904 concibe y construye lo que hoy conocemos como la mecánica estadística (también descubierta de manera independiente por el físico norteamericano Willard Gibbs) y la utiliza para reconstruir deductivamente a partir de ella la termodinámica y la teoría general del calor.
Cuando Einstein murió, también estaba en proceso la organización de lo que devendría la Primera Conferencia Pugwash, inspirada en el manifiesto que promovieron Bertrand Russel y Einstein, llamando a todas las naciones a renunciar al armamento nuclear. Einstein es conocido por su obra científica, pero el enorme prestigio y la consecuente capacidad de acción que adquirió por ésta, le abrieron espacios que difícilmente puede ocupar un ciudadano común y que usó para luchar contra el militarismo y contra el advenimiento del nazismo en Alemania; por los derechos conculcados del pueblo judío, por la paz y contra la carrera armamentista nuclear, sobre la cual fue uno de los primeros en alertar y a la que consagró los últimos diez años de su vida.
La vida científica oficial de Einstein se inicia casi al nacer el siglo XX con la aparición de su primer trabajo, el 16 de diciembre de 1900. Éste es el único trabajo de Einstein de entre su primera veintena de publicaciones que podemos considerar convencional, pues no contribuye a abrir compuertas insospechadas o a generar una revolución en el pensamiento físico de al época. Su impresionante talento para sondear a la naturaleza e incomparable intuición física, aunadas a su capacidad para llegar hasta las últimas consecuencias de sus observaciones, le llevan muy pronto de milagro en milagro: entre 1901 y 1904 concibe y construye lo que hoy conocemos como la mecánica estadística (también descubierta de manera independiente por el físico norteamericano Willard Gibbs) y la utiliza para reconstruir deductivamente a partir de ella la termodinámica y la teoría general del calor.
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El siguiente año, 1905, annus mirabilis, es el momento en que cuajan abruptamente en unos cuantos meses unas tras otras las ideas que bullen en su cabeza: en marzo escribe el que quizá sea el más revolucionario de todos sus trabajos (y el de más difícil aceptación por los físicos de la época) en el que descubre la estructura cuántica de la luz; en abril elabora su tesis doctoral sobre el mismo movimiento browniano, trabajo que serviría de base para establecer la realidad de las moléculas; en mayo redacta el primer trabajo publicado sobre el movimiento browniano, con lo que da nacimiento a la teoría de los procesos estocásticos y descubre la naturaleza de este fenómeno, que tenía perplejos a los científicos desde 80 años atrás: en junio escribe el trabajo en que propone y da vida a la teoría especial de la relatividad; en septiembre prepara la nota en que deriva la más famosa fórmula de la física, esa única fórmula que todos sabemos, seamos científicos o no: E=mc2.
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En fin, en diciembre, la revista en que publicó sus resultados, Annalen der Physik, recibe la continuación de su trabajo sobre el movimiento browniano y las dimensiones moleculares. Y en el ínterin, se da tiempo para viajar a lo que todavía eran tierras yugoslavas, para visitar y conocer a la familia de su esposa Mileva Maric.
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Este vuelo lo continúa por caminos antes inexplorados. En 1907 publica otras dos de sus grandes contribuciones. En una de ellas propone que la cuantización, recién descubierta en el campo electromagnético, debe ser tomada como un fenómeno universal que se da también en la materia, y muestra que esta hipótesis permite entender propiedades caloríficas de los cuerpos hasta entonces inexplicadas; así, abre de paso el camino para lo que con el curso del tiempo se transformaría en la teoría cuántica de los sólidos.
Este vuelo lo continúa por caminos antes inexplorados. En 1907 publica otras dos de sus grandes contribuciones. En una de ellas propone que la cuantización, recién descubierta en el campo electromagnético, debe ser tomada como un fenómeno universal que se da también en la materia, y muestra que esta hipótesis permite entender propiedades caloríficas de los cuerpos hasta entonces inexplicadas; así, abre de paso el camino para lo que con el curso del tiempo se transformaría en la teoría cuántica de los sólidos.
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La otra gran contribución de ese año incluye lo que tiempo después Einstein calificaría como la idea más feliz de su vida, el principio de equivalencia, al cual nos referiremos más adelante. Notable es el hecho de que todos estos trabajos fueron escritos cuando Einstein estaba totalmente desvinculado del medio académico, trabajando como oficial de tercera en la oficina de patentes de Berna, pues fue hasta 1909 cuando obtuvo su primera plaza en una universidad.
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(CONTINUARÁ)
(CONTINUARÁ)
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