DEL ESTANCAMIENTO
QUE ME PERDONE T.S. ELIOT, PERO EL MES MÁS CRUEL NO ES ABRIL, SINO SEPTIEMBRE. ANTES DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001 FUE EL 11 DE SEPTIEMBRE DE 1973, CUANDO EL GENERAL PINOCHET DERROCÓ AL GOBIERNO DE ALLENDE E INAUGURÓ UN RÉGIMEN DE 17 AÑOS DE TERROR.
MÁS RECIENTEMENTE, EL 15 DE SEPTIEMBRE DE 2008, LEHMAN BROTHERS ESTALLÓ Y TORPEDEÓ LA ECONOMÍA GLOBAL, CONVIRTIENDO LO QUE HASTA ENTONCES HABÍA SIDO UNA CRISIS DE WALL STREET EN UNA EXPERIENCIA CASI MORTAL PARA EL SISTEMA FINANCIERO GLOBAL.
Escribe
WALDEN BELLO (*)
Foreing Policy in Focus
Publicado en:
“Tribuna Hispana USA”
7 de setiembre de 2010
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Dos años después, la economía global sigue muy frágil. Los indicios de recuperación que unos políticos desesperados declaraban haber detectado a fines de 2009 y a comienzos del presente año han resultado espejismos. En Europa, 40 millones de personas están sin empleo, y los programas de austeridad impuestos a países muy endeudados como Grecia, España, Italia e Irlanda añadirán unos cuantos centenares de miles más al subsidio de desempleo. Alemania es la excepción de esta triste regla.
Escribe
WALDEN BELLO (*)
Foreing Policy in Focus
Publicado en:
“Tribuna Hispana USA”
7 de setiembre de 2010
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Dos años después, la economía global sigue muy frágil. Los indicios de recuperación que unos políticos desesperados declaraban haber detectado a fines de 2009 y a comienzos del presente año han resultado espejismos. En Europa, 40 millones de personas están sin empleo, y los programas de austeridad impuestos a países muy endeudados como Grecia, España, Italia e Irlanda añadirán unos cuantos centenares de miles más al subsidio de desempleo. Alemania es la excepción de esta triste regla.
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Aunque técnicamente los EE.UU. no están en recesión, la recuperación es una perspectiva lejana en la mayor economía del mundo, que se contrajo un 2,9% en 2009. Tal es el mensaje de la anémica tasa de crecimiento del segundo trimestre –un 1,6%— y de un desempleo real por encima del 9,6% de la tasa oficial, si se toma en cuenta a quienes han abandonado la búsqueda de empleo. Las empresas siguen absteniéndose de invertir, los bancos siguen sin prestar y los consumidores siguen negándose a gastar. Y a falta de un nuevo programa de estímulos, cuando se evaporen los 787.000 millones de dólares que Washington inyectó en la economía en 2009, está prácticamente asegurada la muy temida segunda zambullida en la recesión.
Aunque técnicamente los EE.UU. no están en recesión, la recuperación es una perspectiva lejana en la mayor economía del mundo, que se contrajo un 2,9% en 2009. Tal es el mensaje de la anémica tasa de crecimiento del segundo trimestre –un 1,6%— y de un desempleo real por encima del 9,6% de la tasa oficial, si se toma en cuenta a quienes han abandonado la búsqueda de empleo. Las empresas siguen absteniéndose de invertir, los bancos siguen sin prestar y los consumidores siguen negándose a gastar. Y a falta de un nuevo programa de estímulos, cuando se evaporen los 787.000 millones de dólares que Washington inyectó en la economía en 2009, está prácticamente asegurada la muy temida segunda zambullida en la recesión.
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Que el consumidor estadounidense se abstenga de gastos tiene consecuencias no sólo para la economía de EE.UU., sino para el conjunto de la economía global. El gasto alimentado por deuda de los consumidores estadounidenses fue el motor de la economía globalizada pre-crisis, y nadie ha dado un paso al frente para sustituirlos desde que empezó la crisis. El gasto de consumo en China, alimentado por un estímulo público de 585.000 millones de dólares, ha logrado invertir temporalmente las tendencias contractivas en ese país y en el este asiático. También ha tenido cierto impacto en África y en América Latina. Pero no ha sido lo bastante fuerte como para sacar a EEUU y a Europa del estancamiento. Por lo demás, en ausencia de un nuevo paquete de estímulos en China, es más que factible la recaída en la recesión en el este asiático.
¿RECORTES O ESTÍMULOS?
Entretanto, el debate de los círculos políticos occidentales los ha escindido en dos campos. Un grupo ve la amenaza de la deuda pública como un problema mayor que el del estancamiento, y rechaza más gastos en estímulo público. El otro grupo cree que el estancamiento es la mayor amenaza y exige más estímulos para contrarrestarla. En la reunión de Toronto del G20, celebrada el pasado junio, se enfrentaron los dos campos. La alemana Ángela Merkel abogaba por la austeridad, apuntando a la amenaza de quiebra que se cernía sobre algunas economías europeo-meridionales satélites de Alemania lastradas por la deuda, señaladamente Grecia. El presidente Obama, por otro lado, enfrentado a una pertinaz elevada tasa de desempleo, quería proseguir las políticas expansivas aun careciendo del poder político para sostenerlas.
¿RECORTES O ESTÍMULOS?
Entretanto, el debate de los círculos políticos occidentales los ha escindido en dos campos. Un grupo ve la amenaza de la deuda pública como un problema mayor que el del estancamiento, y rechaza más gastos en estímulo público. El otro grupo cree que el estancamiento es la mayor amenaza y exige más estímulos para contrarrestarla. En la reunión de Toronto del G20, celebrada el pasado junio, se enfrentaron los dos campos. La alemana Ángela Merkel abogaba por la austeridad, apuntando a la amenaza de quiebra que se cernía sobre algunas economías europeo-meridionales satélites de Alemania lastradas por la deuda, señaladamente Grecia. El presidente Obama, por otro lado, enfrentado a una pertinaz elevada tasa de desempleo, quería proseguir las políticas expansivas aun careciendo del poder político para sostenerlas.
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Para los partidarios del gasto público los antidéficit andan faltos de argumentos. En una época en la que la mayor amenaza es la de la deflación, está fuera de lugar el temor a un gasto público generador de inflación. La idea de que se carga con deudas a las generaciones es absurda, puesto que el mejor modo de beneficiar a los ciudadanos venideros es asegurarse de que heredan economías sanas y con crecimiento. Gastar ahora con déficit es el medio adecuado para lograr ese crecimiento. Además, la quiebra del Estado no es ninguna amenaza para países que, como los EE.UU., toman prestado en monedas que están bajo su control, puesto que, en último término, pueden devolver sus deudas haciendo simplemente que su banco central imprima más dinero.
Para los partidarios del gasto público los antidéficit andan faltos de argumentos. En una época en la que la mayor amenaza es la de la deflación, está fuera de lugar el temor a un gasto público generador de inflación. La idea de que se carga con deudas a las generaciones es absurda, puesto que el mejor modo de beneficiar a los ciudadanos venideros es asegurarse de que heredan economías sanas y con crecimiento. Gastar ahora con déficit es el medio adecuado para lograr ese crecimiento. Además, la quiebra del Estado no es ninguna amenaza para países que, como los EE.UU., toman prestado en monedas que están bajo su control, puesto que, en último término, pueden devolver sus deudas haciendo simplemente que su banco central imprima más dinero.
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Tal vez el más elocuente abogado de los estímulos públicos sea Paul Krugman, el premio Nobel, que se ha convertido en la bestia negra de buena parte de la derecha. Para Krugman, el problema fue que los estímulos originarios no fueron lo bastante grandes. Ahora bien, ¿cuál es el volumen de los estímulos públicos adicionales necesarios y qué otras medidas puede tomar el gobierno? Sobre estas cuestiones, Krugman parece vacilar, acaso percatándose de que el keynesianismo tradicional tiene sus límites:"Nadie puede decir a ciencia cierta que estas medidas funcionarán a la perfección, pero es mejor intentar algo que quizá no funcione que poner excusas mientras los trabajadores sufren". La robusta alternativa a un mayor gasto financiado con déficit es "el estancamiento permanente y el desempleo elevado", dice Krugman.
Puede que Krugman lleve razón, pero la razón anda a la zaga de la ideología, de los intereses y de la política. A pesar de los elevados índices de desempleo, lo cierto es que los enemigos del Estado social, las fuerzas hostiles al déficit llevan la iniciativa en tres países occidentales claves: Gran Bretaña, donde los conservadores ganaron con un programa de reducción del Estado; Alemania, donde la imagen de prodigalidad de unos griegos y unos españoles financiados con préstamos de los laboriosísimos alemanes fue el potente caballo a cuyos lomos cabalgó el partido de Merkel para mantenerse en el poder; y los EE.UU.
LA DEBACLE DE OBAMA
A pesar del elevado desempleo, la perspectiva de los antidéficit ha ganado ascendencia en los EE.UU. por varias razones. En primer lugar, la posición antidéficit apela a sentimientos hostiles al Estado interventor, muy arraigados en la clase media estadounidense. En segundo lugar, Wall Street ha abrazado oportunistamente las políticas antidéficit para hacer descarrilar los esfuerzos reguladores de Washington. El Estado interventor es el problema, chillan, no los grandes bancos. Tercero, y a no subestimar, es la reaparición de la influencia ideológica de los neoliberales doctrinarios, incluidos aquellos que, como dice Martin Wolf, "creen que un gran desplome purgaría los excesos del pasado, llevando así a unas economías y a unas sociedades más saneadas". Cuarto, la teoría económica del antidéficit tiene una base de masas, el movimiento del Tea Party. En cambio, la posición pro-estímulo público es defendida por intelectuales progresistas sin base social, o cuya base potencial está ya completamente desencantada con Obama.
Con todo, el triunfo de los halcones no estaba cantado. De acuerdo con Anatole Kaletsky, el comentarista económico del Times de Londres, no precisamente un simpatizante del progresismo, el auge de las fuerzas antidéficit viene de un error táctico de primer orden de Obama, añadido al fracaso de los progresistas a la hora de ofrecer una narración convincente de la crisis. La garrafal metedura de pata de Obama consistió en aceptar responsabilidades en la crisis con su gesto bipartidista, a diferencia de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que "se negaron a aceptar la menor culpa en materia de penurias económicas". Reagan y Thatcher dedicaron "los primeros años de su gobierno a convencer a los votantes de que el desastre económico era de la exclusiva responsabilidad de los anteriores gobiernos de centroizquierda, del sindicalismo militante y de las elites progresistas".
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(*) WALDEN BELLO - Analista del centro de estudios filipino Focus on the Global South, investigador asociado del TNI y representante de Akbayan en el Congreso de Filipinas Autor de más de 14 libros, Bello fue galardonado en 2003 con el Right Livelihood Award (también conocido como el premio Nobel alternativo) por “sus destacados esfuerzos para educar a la sociedad civil sobre las repercusiones de la globalización encabezada por las grandes empresas y sobre cómo poner en práctica alternativas”. La revista The Economist aludió en una ocasión a Bello como el hombre “que popularizó un nuevo término: desglobalización”.
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ESTA ES LA PRIMERA PARTE
SI HACE CLICK EN EL SIGUIENTE ENLACE
ENCUENTRA LA INTERESANTE NOTA COMPLETA:
http://www.tribunahispanausa.com/detallesdelanoticia.php?noticia=10824
Tal vez el más elocuente abogado de los estímulos públicos sea Paul Krugman, el premio Nobel, que se ha convertido en la bestia negra de buena parte de la derecha. Para Krugman, el problema fue que los estímulos originarios no fueron lo bastante grandes. Ahora bien, ¿cuál es el volumen de los estímulos públicos adicionales necesarios y qué otras medidas puede tomar el gobierno? Sobre estas cuestiones, Krugman parece vacilar, acaso percatándose de que el keynesianismo tradicional tiene sus límites:"Nadie puede decir a ciencia cierta que estas medidas funcionarán a la perfección, pero es mejor intentar algo que quizá no funcione que poner excusas mientras los trabajadores sufren". La robusta alternativa a un mayor gasto financiado con déficit es "el estancamiento permanente y el desempleo elevado", dice Krugman.
Puede que Krugman lleve razón, pero la razón anda a la zaga de la ideología, de los intereses y de la política. A pesar de los elevados índices de desempleo, lo cierto es que los enemigos del Estado social, las fuerzas hostiles al déficit llevan la iniciativa en tres países occidentales claves: Gran Bretaña, donde los conservadores ganaron con un programa de reducción del Estado; Alemania, donde la imagen de prodigalidad de unos griegos y unos españoles financiados con préstamos de los laboriosísimos alemanes fue el potente caballo a cuyos lomos cabalgó el partido de Merkel para mantenerse en el poder; y los EE.UU.
LA DEBACLE DE OBAMA
A pesar del elevado desempleo, la perspectiva de los antidéficit ha ganado ascendencia en los EE.UU. por varias razones. En primer lugar, la posición antidéficit apela a sentimientos hostiles al Estado interventor, muy arraigados en la clase media estadounidense. En segundo lugar, Wall Street ha abrazado oportunistamente las políticas antidéficit para hacer descarrilar los esfuerzos reguladores de Washington. El Estado interventor es el problema, chillan, no los grandes bancos. Tercero, y a no subestimar, es la reaparición de la influencia ideológica de los neoliberales doctrinarios, incluidos aquellos que, como dice Martin Wolf, "creen que un gran desplome purgaría los excesos del pasado, llevando así a unas economías y a unas sociedades más saneadas". Cuarto, la teoría económica del antidéficit tiene una base de masas, el movimiento del Tea Party. En cambio, la posición pro-estímulo público es defendida por intelectuales progresistas sin base social, o cuya base potencial está ya completamente desencantada con Obama.
Con todo, el triunfo de los halcones no estaba cantado. De acuerdo con Anatole Kaletsky, el comentarista económico del Times de Londres, no precisamente un simpatizante del progresismo, el auge de las fuerzas antidéficit viene de un error táctico de primer orden de Obama, añadido al fracaso de los progresistas a la hora de ofrecer una narración convincente de la crisis. La garrafal metedura de pata de Obama consistió en aceptar responsabilidades en la crisis con su gesto bipartidista, a diferencia de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que "se negaron a aceptar la menor culpa en materia de penurias económicas". Reagan y Thatcher dedicaron "los primeros años de su gobierno a convencer a los votantes de que el desastre económico era de la exclusiva responsabilidad de los anteriores gobiernos de centroizquierda, del sindicalismo militante y de las elites progresistas".
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(*) WALDEN BELLO - Analista del centro de estudios filipino Focus on the Global South, investigador asociado del TNI y representante de Akbayan en el Congreso de Filipinas Autor de más de 14 libros, Bello fue galardonado en 2003 con el Right Livelihood Award (también conocido como el premio Nobel alternativo) por “sus destacados esfuerzos para educar a la sociedad civil sobre las repercusiones de la globalización encabezada por las grandes empresas y sobre cómo poner en práctica alternativas”. La revista The Economist aludió en una ocasión a Bello como el hombre “que popularizó un nuevo término: desglobalización”.
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