VORACIDADPor IGNACIO RAMONET
Director de
"Le Monde Diplomatique"
Mientras que, contra el horror económico, el discurso crítico --que un tiempo atrás se llamó alter mundista se embrolla y se vuelve inaudible, un nuevo capitalismo se instala, aun más brutal y conquistador. Es el de una nueva categoría de fondos vampiros, las private equities, fondos de inversión con apetito de ogro que disponen de capitales colosales
Los nombres de esos titanes --The Carlyle Group, Kohlberg Kravis Roberts & Co (KKR), The Blackstone Group, Colony Capital, Apolo Management, Starwood Capital Group, Texas Pacific Group, Wendel Eurazeo, etc.-- son poco conocidos por el gran público. Y, cobijados por esta discreción, se están apoderando de la economía mundial. En cuatro años, de 2002 a 2006, el monto de los capitales absorbidos por estos fondos de inversión, que recogen el dinero de los bancos, de las aseguradoras, de los fondos de pensión y los haberes de particulares riquísimos, pasó de 94 mil millones de euros a 358 mil millones. Su potencia de fuego es fenomenal y sobrepasa 1 millón 100 mil millones de euros. Nada les resiste. El año pasado en Estados Unidos los principales private equities invirtieron unos 290 mil millones de euros en la recompra de empresas, y más de 220 mil millones durante solamente el primer semestre, tomando de esta forma el control de ocho mil sociedades... Ya un asalariado norteamericano sobre cuatro --y casi un asalariado francés sobre doce-- trabaja para estos mastodontes
Francia se ha transformado, después del Reino Unido y los Estados Unidos, en su principal objetivo. El año pasado se apoderaron de 400 empresas (por un monto de 10 mil millones de euros) y ahora asumen la dirección de más de 1.600. Marcas muy conocidas --Picard, Dim, los restaurantes Quick, Buffalo Grill, las Páginas Amarillas, Alociné o Afflelou-- se hallan bajo el control de private equities, a menudo anglosajones, que apuntan ahora a los gigantes del CAC 40.
El fenómeno de estos fondos rapaces apareció hace unos quince años, pero gracias a un crédito barato y a la creación de instrumentos financieros cada vez más sofisticados, adquirió en estos últimos tiempos una amplitud preocupante. Porque el principio es sencillo: un grupo de poderosos inversores deciden recomprar empresas que ellos administran luego de forma privada, lejos de la Bolsa y de sus reglas constrictivas, y sin tener que rendir cuentas a accionistas puntillosos La idea es dejar de lado los propios principios de la ética del capitalismo y de no apostar más que a las leyes de la jungla.
Concretamente, nos explican dos especialistas, las cosas suceden así: " Para adquirir una sociedad que vale 100, el fondo pone 30 de su bolsillo (en promedio) y pide prestado 70 a los bancos, aprovechando de las muy bajas tasas de interés actuales. Durante tres o cuatro años habrá de reorganizar la empresa aplicando sus propios métodos de gestión, racionalizar la producción, desarrollar actividades y captar todo o parte de los beneficios para pagar los intereses... de su propia deuda. Luego venderá la empresa a 200, a menudo a otro fondo que hará lo mismo. Una vez devueltos los 70 prestados, le quedarán 130 en el bolsillo, por una puesta inicial de 30. Más de 300% de tasa de retorno sobre inversiones en cuatro años. ¿Qué puede haber mejor?"
A la vez que ganan personalmente fortunas demenciales, los dirigentes de estos fondos ponen en práctica, sin mayores preocupaciones, los cuatro grandes principios de la "racionalización" de las empresas: reducir los empleos, comprimir los salarios, aumentar los ritmos de trabajo y deslocalizar las empresas. En eso se ven alentados por las autoridades públicas que, como hoy en Francia, sueñan con "modernizar" el aparato productivo. Y bajo la gran protesta de los sindicatos, para quienes esto suena a pesadilla y denuncian el fin del contrato social.
Algunos pensaban que con la globalización el capitalismo estaría satisfecho. Ahora se ve que su voracidad parece no tener límites. ¿Hasta cuándo?
Mientras que, contra el horror económico, el discurso crítico --que un tiempo atrás se llamó alter mundista se embrolla y se vuelve inaudible, un nuevo capitalismo se instala, aun más brutal y conquistador. Es el de una nueva categoría de fondos vampiros, las private equities, fondos de inversión con apetito de ogro que disponen de capitales colosales
Los nombres de esos titanes --The Carlyle Group, Kohlberg Kravis Roberts & Co (KKR), The Blackstone Group, Colony Capital, Apolo Management, Starwood Capital Group, Texas Pacific Group, Wendel Eurazeo, etc.-- son poco conocidos por el gran público. Y, cobijados por esta discreción, se están apoderando de la economía mundial. En cuatro años, de 2002 a 2006, el monto de los capitales absorbidos por estos fondos de inversión, que recogen el dinero de los bancos, de las aseguradoras, de los fondos de pensión y los haberes de particulares riquísimos, pasó de 94 mil millones de euros a 358 mil millones. Su potencia de fuego es fenomenal y sobrepasa 1 millón 100 mil millones de euros. Nada les resiste. El año pasado en Estados Unidos los principales private equities invirtieron unos 290 mil millones de euros en la recompra de empresas, y más de 220 mil millones durante solamente el primer semestre, tomando de esta forma el control de ocho mil sociedades... Ya un asalariado norteamericano sobre cuatro --y casi un asalariado francés sobre doce-- trabaja para estos mastodontes
Francia se ha transformado, después del Reino Unido y los Estados Unidos, en su principal objetivo. El año pasado se apoderaron de 400 empresas (por un monto de 10 mil millones de euros) y ahora asumen la dirección de más de 1.600. Marcas muy conocidas --Picard, Dim, los restaurantes Quick, Buffalo Grill, las Páginas Amarillas, Alociné o Afflelou-- se hallan bajo el control de private equities, a menudo anglosajones, que apuntan ahora a los gigantes del CAC 40.
El fenómeno de estos fondos rapaces apareció hace unos quince años, pero gracias a un crédito barato y a la creación de instrumentos financieros cada vez más sofisticados, adquirió en estos últimos tiempos una amplitud preocupante. Porque el principio es sencillo: un grupo de poderosos inversores deciden recomprar empresas que ellos administran luego de forma privada, lejos de la Bolsa y de sus reglas constrictivas, y sin tener que rendir cuentas a accionistas puntillosos La idea es dejar de lado los propios principios de la ética del capitalismo y de no apostar más que a las leyes de la jungla.
Concretamente, nos explican dos especialistas, las cosas suceden así: " Para adquirir una sociedad que vale 100, el fondo pone 30 de su bolsillo (en promedio) y pide prestado 70 a los bancos, aprovechando de las muy bajas tasas de interés actuales. Durante tres o cuatro años habrá de reorganizar la empresa aplicando sus propios métodos de gestión, racionalizar la producción, desarrollar actividades y captar todo o parte de los beneficios para pagar los intereses... de su propia deuda. Luego venderá la empresa a 200, a menudo a otro fondo que hará lo mismo. Una vez devueltos los 70 prestados, le quedarán 130 en el bolsillo, por una puesta inicial de 30. Más de 300% de tasa de retorno sobre inversiones en cuatro años. ¿Qué puede haber mejor?"
A la vez que ganan personalmente fortunas demenciales, los dirigentes de estos fondos ponen en práctica, sin mayores preocupaciones, los cuatro grandes principios de la "racionalización" de las empresas: reducir los empleos, comprimir los salarios, aumentar los ritmos de trabajo y deslocalizar las empresas. En eso se ven alentados por las autoridades públicas que, como hoy en Francia, sueñan con "modernizar" el aparato productivo. Y bajo la gran protesta de los sindicatos, para quienes esto suena a pesadilla y denuncian el fin del contrato social.
Algunos pensaban que con la globalización el capitalismo estaría satisfecho. Ahora se ve que su voracidad parece no tener límites. ¿Hasta cuándo?
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