UNO DE ESOS TANTOS
GRANDES OLVIDADOS...
Cerca de nuestro domicilio, esta una Galería de Arte, en el ramo de Dibujo y Pintura. Hace unos días, cambiando vidriera en estos días de fin de año, ahí estaba una pequeña acuarela de Raúl Javier Cabrera (Cabrerita) el más grande acuarelista que ha tenido este país, a cuestas con su sufrida angustia existencial. Y tal vez uno de los grandes olvidados. Pequeño el cuadro en la vidriera, en un papel cualquiera tamaño hoja de cuaderno, que el tiempo había teñido con un ocre y en el que estaba vivo el brillo increíble de dos grandes ojos de una niña rubia. Entramos a preguntar el precio, apenas curiosidad. Eran 500 dólares.
Cerca de nuestro domicilio, esta una Galería de Arte, en el ramo de Dibujo y Pintura. Hace unos días, cambiando vidriera en estos días de fin de año, ahí estaba una pequeña acuarela de Raúl Javier Cabrera (Cabrerita) el más grande acuarelista que ha tenido este país, a cuestas con su sufrida angustia existencial. Y tal vez uno de los grandes olvidados. Pequeño el cuadro en la vidriera, en un papel cualquiera tamaño hoja de cuaderno, que el tiempo había teñido con un ocre y en el que estaba vivo el brillo increíble de dos grandes ojos de una niña rubia. Entramos a preguntar el precio, apenas curiosidad. Eran 500 dólares.
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Huérfano, subsistía de la ayuda de la gente, cuando no estaba en algún hospital psiquiátrico. Conocido en las peñas de los años ’50 en los que reinaban el Tupí y el Sorocabana. Se alimentaba de capuchinos, que cambiaba por sus dibujos, de los que siempre llevaba un rollito entre sus pequeñitas manos. Todo el era pequeño, pero contenía un espíritu gigantesco que no iba con la realidad de este mundo. Si hubiera nacido en Europa, hoy estaría en las colecciones de arte, como un Van Gogh. Se decía que había algunos que le daban papel y pinturas a cambio de sus dibujos.
Huérfano, subsistía de la ayuda de la gente, cuando no estaba en algún hospital psiquiátrico. Conocido en las peñas de los años ’50 en los que reinaban el Tupí y el Sorocabana. Se alimentaba de capuchinos, que cambiaba por sus dibujos, de los que siempre llevaba un rollito entre sus pequeñitas manos. Todo el era pequeño, pero contenía un espíritu gigantesco que no iba con la realidad de este mundo. Si hubiera nacido en Europa, hoy estaría en las colecciones de arte, como un Van Gogh. Se decía que había algunos que le daban papel y pinturas a cambio de sus dibujos.
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Se decía que sabían el valor de aquello y estaban “invirtiendo”. Lo cierto que aun hoy los “cabreritas” siguen estando en las Galerías de renombre. Y en alguna de barrio, como la que tenemos cerca, tal vez un dueño necesitado de efectivo y tal vez con dolor, se desprendió de esa increíble carita de niña. Tal vez que la crisis financiera global también se haga sentir en casos como este. El caso es que vimos esa joya y nos inspiró este recuerdo. Sigue un texto de Idea Vilariño, la gran poetisa que fuera una gran amiga del artista. Y damos una foto en que esta Cabrerita junto al gran maestro Espínola Gómez. FD
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SEMBLANZA DE IDEA VILARIÑO
Brecha 29 enero 1993
Lo conocí en 1946, la segunda y última vez, creo, que entré al Sorocabana. Iba a encontrase allí con Martín Muller pero este estaba en una larga mesa con gente de Teatro del Pueblo –Domínguez Santamaría y actores– con Asperger, Pres, Maidanik, Brito, otros.
Estaba empezando a saber quien era quien cuando se acercó Cabrerita. Creí que era un mendigo. Con su gesto de pedir disculpas, su actitud humilde, sus ropitas y lo que luego segui viendo, su frágil humanidad, su delgadez extrema (35 o 40 kilos, escribe Brandy), sus mínimas muñecas, sus manos transparentes, sus ojos sin color, su apenas voz. Lo saludaron afectuosamente y nadie se ocupó más de él, que se quedó ahí arrolladito, sonriendo si alguien le dirigía una palabra, leyendo infinitamente una revista ¡de Anda!, los anuncios, los avisos a los socios.
-SEMBLANZA DE IDEA VILARIÑO
Brecha 29 enero 1993
Lo conocí en 1946, la segunda y última vez, creo, que entré al Sorocabana. Iba a encontrase allí con Martín Muller pero este estaba en una larga mesa con gente de Teatro del Pueblo –Domínguez Santamaría y actores– con Asperger, Pres, Maidanik, Brito, otros.
Estaba empezando a saber quien era quien cuando se acercó Cabrerita. Creí que era un mendigo. Con su gesto de pedir disculpas, su actitud humilde, sus ropitas y lo que luego segui viendo, su frágil humanidad, su delgadez extrema (35 o 40 kilos, escribe Brandy), sus mínimas muñecas, sus manos transparentes, sus ojos sin color, su apenas voz. Lo saludaron afectuosamente y nadie se ocupó más de él, que se quedó ahí arrolladito, sonriendo si alguien le dirigía una palabra, leyendo infinitamente una revista ¡de Anda!, los anuncios, los avisos a los socios.
Manuel Claps y yo habíamos visto poco antes una exposición de sus acuarelas en un local de la calle Sierra, una feliz sorpresa para quienes estábamos tan acostumbrados a la paleta oscura y a las severidades del taller de Torres García. Lo que veía de él me dejó embargada de piedad, con el deseo que, creo, provocaba en todos, de ayudarlo.
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Supe que algunos amigos le pagaban una pieza. ¿Comer? Andaba a menudo entre la rica fauna intelectual y artística de la Plaza Libertad trocando una acuarela por un café con leche. Aceptábamos lo que fuera, aunque ocasionalmente no nos gustara. Recuerdo una fea señora de nariz bulbosa y un feo señor de desmedido mentón. Unos pocos de entre nosotros podían a veces ser más generosos. Y se decía que Trinchin, un comerciante y coleccionista, creo, de la calle Colonia, le compraba cantidades mayores de acuarelas.
-Supe que algunos amigos le pagaban una pieza. ¿Comer? Andaba a menudo entre la rica fauna intelectual y artística de la Plaza Libertad trocando una acuarela por un café con leche. Aceptábamos lo que fuera, aunque ocasionalmente no nos gustara. Recuerdo una fea señora de nariz bulbosa y un feo señor de desmedido mentón. Unos pocos de entre nosotros podían a veces ser más generosos. Y se decía que Trinchin, un comerciante y coleccionista, creo, de la calle Colonia, le compraba cantidades mayores de acuarelas.
Y Bayerthal, de Arte Bella, que vendía cosas de arte y libros extranjeros, apenas doblando por Cuareim, le compraba a veces media docena pagándole algo más que nosotros, pero no mucho más. Supongo que de aquellas generosidades y de estas ventas saldrían las pinturas y el papel que empleaba. Aunque como papel le servía cualquiera. Hizo mi retrato en una hoja de cuaderno Tabaré en cuyo reverso había anotado algunas reflexiones que, cuando llegó el momento de enmarcarlo, no me pareció merecieran salvarse.
(SACADO de CONTEXTO)
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DE LA WEB DEL MUSEO
NACIONAL DE ARTES VISUALES
Raúl Javiel Cabrera (Cabrerita)
(1919 - 1992)
Nace en Montevideo el 2 de diciembre de 1919. Abandonado por su familia, pasa los primeros años en un asilo y concurre a la escuela José Pedro Varela hasta 5º año. Sus cualidades artísticas se manifiestan tempranamente, trabaja desde muy joven y entre otras tareas, pinta vitrales. Asiste al Círculo de Bellas Artes de Montevideo, a la Universidad del Trabajo del Uruguay, por entonces bajo la dirección de Guillermo Laborde, estudia además con Gilberto Bellini, con Serrano en el Taller Don Bosco y con Prevosti. Aunque su vida transcurre entre internaciones en hospitales psiquiátricos y familias que lo toman a su cargo, su tarea plástica es constante.
Realiza exposiciones individuales en la Asociación Cristiana de Jóvenes de Montevideo; en el Ateneo; en el X Salón Nacional, 1946; y participa en la XVI Bienal de San Pablo, Brasil, 1981. Es premiado en el V Salón Municipal, 1944; IX Salón Nacional, 1946, y VII Salón Municipal, 1946. Muere el 18 de diciembre de 1992.
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(SACADO de CONTEXTO)
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DE LA WEB DEL MUSEO
NACIONAL DE ARTES VISUALES
Raúl Javiel Cabrera (Cabrerita)
(1919 - 1992)
Nace en Montevideo el 2 de diciembre de 1919. Abandonado por su familia, pasa los primeros años en un asilo y concurre a la escuela José Pedro Varela hasta 5º año. Sus cualidades artísticas se manifiestan tempranamente, trabaja desde muy joven y entre otras tareas, pinta vitrales. Asiste al Círculo de Bellas Artes de Montevideo, a la Universidad del Trabajo del Uruguay, por entonces bajo la dirección de Guillermo Laborde, estudia además con Gilberto Bellini, con Serrano en el Taller Don Bosco y con Prevosti. Aunque su vida transcurre entre internaciones en hospitales psiquiátricos y familias que lo toman a su cargo, su tarea plástica es constante.
Realiza exposiciones individuales en la Asociación Cristiana de Jóvenes de Montevideo; en el Ateneo; en el X Salón Nacional, 1946; y participa en la XVI Bienal de San Pablo, Brasil, 1981. Es premiado en el V Salón Municipal, 1944; IX Salón Nacional, 1946, y VII Salón Municipal, 1946. Muere el 18 de diciembre de 1992.
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