lunes, 22 de diciembre de 2008

EL HUMOR ES COSA SERIA...

WIMPI
Todo humorismo que se propone serlo, conspira desde el pique, como ya se sabe, contra sus propias intenciones; sin embargo, el de Wimpi no ha dejado de conseguir, y para una impresionante mayoría, el fin que se propusiera. Quede para otra ocasión el escabroso tema de las preferencias populares y de los modos leales o traidores de conseguirlas; mi propósito, ahora es más restringido aunque no menos importante: lo único que ahora, en efecto, me interesa destacar, es ese éxito suplementario que logra en el ánimo de muchos, agregando a su eficacia humorística notoria, el reconocimiento tácito o expreso de otros efectos más serios y permanentes: el contrabandeo, en suma, de toda una filosofía de la vida.

No parece evidente que Wimpi, en un principio, se haya propuesto tanto, al menos como preocupación central; lo más probable es que, ya en plena tarea, encontró que ese barniz de sabiduría daba a sus charlas una dimensión que las jerarquizaba. Un cierto tono sobrador y una inescrupulosidad ostensible e inocente, le aseguran, en ese sentido, muchas adhesiones incondicionales; por creer sus consecuencias tanto más perniciosas cuanto menos visibles y controlables, es que creemos pertinente preguntarnos: ¿En qué consiste esa "genialidad" que, según una versión entusiasta que anda por allí, atribuye a Wimpi el fallo popular. ¿Merece Wimpi esa rectoría moral tan incondicionalmente concedida?
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Washington Lockart
Asir - Revista de literatura
Nº 32 - 33 - mayo - junio 1953
(SACADO de COLNTEXTO)
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PROSAPIA
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Por Wimpi
(De “El Gusano Loco”)

UNO bien sabe que no es lo mismo un hijo de Congreve que un hijo de caballo de jardinera. Pero sabe, asimismo, que ninguno de los hijos de Botafogo sirvió para nada... De manera que la regla tiene sus excepciones. El pedigree -o linaje o prosapia, que se dice en nuestra especie- es otra de las cosas que se demuestran andando. Es de balde que el tipo proclame la ilustreza de su progenie, si no alcanza a destacarla en el gesto, en la palabra, en la tentativa, en el paso, en la intención. Tan difícil resulta mantener armónico y grave -con brillo y con gracia-el cuadro de una fineza, que la sola circunstancia de reconocer, quien lo ofrece, esa fineza, ya desluce y empastela.
La "calidad" trasciende del ángulo de una reverencia, de la naturalidad de una gallardía o de la salvación de una sonrisa.
La "clase" se manifiesta en el rechazo de las ventajas, en la mesura del denuesto, en la dignidad del desafío.
Siempre, los caballeros alcanzaron la espada que se le cayó al adversario, sin dejar de sonreír y tomándola por la punta.
Surge pues, una señoría, tanto de la entraña de un afecto como de la forma de un reto.
El tipo no suele tener en cuenta nada de eso, empero.
Adopta dos actitudes clásicas ante la noción de aristocracia: o la niega terminantemente -desde una actitud en la que se mezclan la incomprensión y el resentimiento- o trata de aparecer como un ejemplo ilustrativo de aquella noción, remitiéndose al nombre de sus antepasados. Y, a veces, neciamente, a la jerarquía de su empleo.
Hincha el pecho el tipo, como cuando se ajusta los tiradores y dice:
-Porque mi bisabuelo, que "ya era un señor..."
La gente cretina lo oye y opina:
-Familia muy antigua. "Viene" de los abuelos.
Como si las demás familias hubieran prendido de gajo.
Pero el tipo inteligente opina, antes bien:
-¡Pensar que este señor es como la zanahoria! Lo único que sirve lo tiene bajo tierra.
Ante la imposibilidad de conseguir no recuerda ahora uno qué cosa le aconsejó un amigo a cierto sujeto, realmente importante:
-Diles quién eres. Si les dicen quién eres, la conseguirás.
Y el otro repuso -justamente porque había llegado hasta acá, procedente de los abuelos, sin perder nada en el camino:
-Si tengo que decirles quién soy, entonces no soy nadie.
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