CRISIS
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Escribe Mario Benedetti
De “El país de la cola de paja”
Edición ARCA 1960.
La octava edición fue en 1970.
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En boca de extranjeros es frecuente escuchar que el Uruguay es el más europeo de los países de América Latina. Ellos lo dicen como elogio, pero uno a veces se atraganta con el mismo, sobre todo cuando se tiene el pueril orgullo de sentirse americano. Sin embargo, lo más probable s que esos europeos nos estén revelando una estricta verdad, y, con ella, una de las razones de nuestras crisis culturales.
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Escribe Mario Benedetti
De “El país de la cola de paja”
Edición ARCA 1960.
La octava edición fue en 1970.
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En boca de extranjeros es frecuente escuchar que el Uruguay es el más europeo de los países de América Latina. Ellos lo dicen como elogio, pero uno a veces se atraganta con el mismo, sobre todo cuando se tiene el pueril orgullo de sentirse americano. Sin embargo, lo más probable s que esos europeos nos estén revelando una estricta verdad, y, con ella, una de las razones de nuestras crisis culturales.
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Es cierto que Heriquez Ureña nos puso a los latinoamericanos en la afanosa búsqueda de nuestra expresión pero cabe preguntarnos si los uruguayos no estaremos confundiendo nuestra expresión con nuestro folklore. Un pueblo puede no tener folklore y sin embargo, tener expresión, su expresión. Lo cierto es que a esta altura ya va resultando dramática nuestra imposibilidad de encontrarnos con lo autóctono. Es posible, empero, que todo tenga su origen en un tradicional malentendido: creer que en materia de arraigo y religiones, podemos medir la realidad uruguaya con los mismos patrones que se usan para medir las del resto de América Latina.
(........)
Por eso, cuando los oradores políticos, los editorialistas o los comentaristas radiales, hacen caudal de la crisis económica que destroza al país en sus varios niveles de vida, uno se pregunta porque se dejara siempre intocada la tremenda crisis moral que nos viene destrozando desde mucho antes que el peso uruguayo tomara el cuesta abajo. Prensa, radio y políticos (que en realidad son un solo y lamentable conglomerado) saben, en el más encubierto fondo de si mismos, que si en lo económico pueden arrojarse mutuas culpas y responsabilidades, en lo moral, en cambio, todos han participado, con fruición compartida, en el paulatino descarte de lo digno, de lo decente, de lo casi decente.
(........)
La famosa ética profesional que hace treinta años significaba lisa y llanamente ejercer una profesión al amparo de la decencia, en muchos de nuestros profesionales ha pasado a significar otra cosa menos lisa y menos llana: descubrir el modo de hacer la trampa sin abandonar el amparo de la ley. Claro que esta última lamentable sutileza es, en el fondo, una consecuencia bastante explicable de la indignidad que ha invadido lo administrativo. Cualquier profesional sabe a ciencia cierta ¿aunque muchas veces no se anime a afirmarlo? Cuan difícil es que un expediente camine en una oficina pública si no se toca a alguno de aquellos funcionarios que están situados en cargos estratégicos.
Es cierto que Heriquez Ureña nos puso a los latinoamericanos en la afanosa búsqueda de nuestra expresión pero cabe preguntarnos si los uruguayos no estaremos confundiendo nuestra expresión con nuestro folklore. Un pueblo puede no tener folklore y sin embargo, tener expresión, su expresión. Lo cierto es que a esta altura ya va resultando dramática nuestra imposibilidad de encontrarnos con lo autóctono. Es posible, empero, que todo tenga su origen en un tradicional malentendido: creer que en materia de arraigo y religiones, podemos medir la realidad uruguaya con los mismos patrones que se usan para medir las del resto de América Latina.
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Por eso, cuando los oradores políticos, los editorialistas o los comentaristas radiales, hacen caudal de la crisis económica que destroza al país en sus varios niveles de vida, uno se pregunta porque se dejara siempre intocada la tremenda crisis moral que nos viene destrozando desde mucho antes que el peso uruguayo tomara el cuesta abajo. Prensa, radio y políticos (que en realidad son un solo y lamentable conglomerado) saben, en el más encubierto fondo de si mismos, que si en lo económico pueden arrojarse mutuas culpas y responsabilidades, en lo moral, en cambio, todos han participado, con fruición compartida, en el paulatino descarte de lo digno, de lo decente, de lo casi decente.
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La famosa ética profesional que hace treinta años significaba lisa y llanamente ejercer una profesión al amparo de la decencia, en muchos de nuestros profesionales ha pasado a significar otra cosa menos lisa y menos llana: descubrir el modo de hacer la trampa sin abandonar el amparo de la ley. Claro que esta última lamentable sutileza es, en el fondo, una consecuencia bastante explicable de la indignidad que ha invadido lo administrativo. Cualquier profesional sabe a ciencia cierta ¿aunque muchas veces no se anime a afirmarlo? Cuan difícil es que un expediente camine en una oficina pública si no se toca a alguno de aquellos funcionarios que están situados en cargos estratégicos.
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El solo hecho de que el lenguaje popular haya incorporado ésas y otras palabras, que acompañan y califican todo el proceso de la corrupción, es una mediana prueba de que esa corrupción existe y debería alertar a los falsos pusilánimes que sólo aciertan a escandalizarse cuando alguien pronuncia la palabra coima.
El solo hecho de que el lenguaje popular haya incorporado ésas y otras palabras, que acompañan y califican todo el proceso de la corrupción, es una mediana prueba de que esa corrupción existe y debería alertar a los falsos pusilánimes que sólo aciertan a escandalizarse cuando alguien pronuncia la palabra coima.
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