CALIDAD
DE VIDA
Escribe
GONZALO
CANAL RAMIREZ (*)
Se habla hoy mucho, y con razón, de la “calidad de vida”. Se han multiplicado las cosas a nuestro servicio. Hasta nuestros hijos en la escuela tienen ya la maquinita de bolsillo, para las cuatro operaciones aritméticas y el cálculo, que les facilita la tarea, pero les resta empleo y ejercicio de la obligación de pensar. Y tantos objetos, “cosas” que nos dan bienestar, pero nos quitan uso de nuestras facultades. (N.de R. Recuerde el lector/lectora que este libro se escribió en 1980, pero los aspectos esenciales del tema siguen vigentes, aunque hoy sea el tiempo del PC y el pen drive)
Escribe
GONZALO
CANAL RAMIREZ (*)
Se habla hoy mucho, y con razón, de la “calidad de vida”. Se han multiplicado las cosas a nuestro servicio. Hasta nuestros hijos en la escuela tienen ya la maquinita de bolsillo, para las cuatro operaciones aritméticas y el cálculo, que les facilita la tarea, pero les resta empleo y ejercicio de la obligación de pensar. Y tantos objetos, “cosas” que nos dan bienestar, pero nos quitan uso de nuestras facultades. (N.de R. Recuerde el lector/lectora que este libro se escribió en 1980, pero los aspectos esenciales del tema siguen vigentes, aunque hoy sea el tiempo del PC y el pen drive)
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Desde el punto de vista del consumismo, la “calidad de vida” consiste prevalentemente es que lo que se nos ofrece sea bueno: servicios, mercancías, utensilios, vestidos, recreación, alimentos, transportes... Eso es evidente y debemos exigirlo. Lo necesitamos y lo pagamos. La gran estafa del tercer mundo, en trance de desarrollo, es la de mostrar una falsa calidad de vida. Supermercados con colorido y abundante surtido, pero donde ni los frutos ni las frutas corresponden al sabor y a la sazón de la calidad exigida. Vitrinas con múltiples artículos cuya “calidad” no está de acuerdo a su presentación. Talleres de pomposas instalaciones, cuyas reparaciones no restauran debido los desperfectos de nuestras máquinas, etc. Pero no hablar de las relaciones sociales y humanas, los usos y las costumbres. El superficial barniz del similar.
Desde el punto de vista del consumismo, la “calidad de vida” consiste prevalentemente es que lo que se nos ofrece sea bueno: servicios, mercancías, utensilios, vestidos, recreación, alimentos, transportes... Eso es evidente y debemos exigirlo. Lo necesitamos y lo pagamos. La gran estafa del tercer mundo, en trance de desarrollo, es la de mostrar una falsa calidad de vida. Supermercados con colorido y abundante surtido, pero donde ni los frutos ni las frutas corresponden al sabor y a la sazón de la calidad exigida. Vitrinas con múltiples artículos cuya “calidad” no está de acuerdo a su presentación. Talleres de pomposas instalaciones, cuyas reparaciones no restauran debido los desperfectos de nuestras máquinas, etc. Pero no hablar de las relaciones sociales y humanas, los usos y las costumbres. El superficial barniz del similar.
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El concepto “consumista” de la calidad de vida es parte de la verdad, pero no es toda la verdad, ni siquiera la más importante, sobre todo para el viejo/a. Lo fundamental es la calidad de los valores humanos, pero la de las cosas debe exigirse. La vejez es por sí misma una vida de calidad. Todo en ella debe haberse refinado, mejorado, aquilatado. Se come poco, pero mejor, se hace menos pero se piensa mejor y, así diciendo, con el ejercicio de las demás facultades, reducidas quizás en superficie, pero ampliadas en profundidad. Los valores humanos deben ser para el viejo más valores y más humanos. Las cosas tienen o no su calidad. Pero no es la marca de sus cosas la que determinará la calidad de su vida. Es la de sus valores humanos, ellos si, por sí solos, verdadera riqueza. Sea usted una persona valiosa y no se preocupe de las perlas. Si las tiene las hará valer, si usted vale. Si usted no es válido, sus cosas valdrán apenas lo que paguen en el mercado por ellas. Y eso no es el precio de la vida. Y menos su calidad.
El concepto “consumista” de la calidad de vida es parte de la verdad, pero no es toda la verdad, ni siquiera la más importante, sobre todo para el viejo/a. Lo fundamental es la calidad de los valores humanos, pero la de las cosas debe exigirse. La vejez es por sí misma una vida de calidad. Todo en ella debe haberse refinado, mejorado, aquilatado. Se come poco, pero mejor, se hace menos pero se piensa mejor y, así diciendo, con el ejercicio de las demás facultades, reducidas quizás en superficie, pero ampliadas en profundidad. Los valores humanos deben ser para el viejo más valores y más humanos. Las cosas tienen o no su calidad. Pero no es la marca de sus cosas la que determinará la calidad de su vida. Es la de sus valores humanos, ellos si, por sí solos, verdadera riqueza. Sea usted una persona valiosa y no se preocupe de las perlas. Si las tiene las hará valer, si usted vale. Si usted no es válido, sus cosas valdrán apenas lo que paguen en el mercado por ellas. Y eso no es el precio de la vida. Y menos su calidad.
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La gran tarea de envejecer, es vivir de verdad con nuestras facultades despiertas en operación y producción. El viejo no solamente puede y debe. También está especialmente dotado para lograrlo, si se sabe administrar. Su superficie se reduce, pero sabe en donde esta su hondura.
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(*) Gonzalo Canal Ramírez, es un reconocido especialista en temas de la Tercera Edad. De origen colombiano, esta radicado en España. Estos textos son del libro “ENVEJECER NO ES DETERIORARSE” que ha merecido innumerables ediciones y traducciones desde 1980, año de su aparición en España.
La gran tarea de envejecer, es vivir de verdad con nuestras facultades despiertas en operación y producción. El viejo no solamente puede y debe. También está especialmente dotado para lograrlo, si se sabe administrar. Su superficie se reduce, pero sabe en donde esta su hondura.
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(*) Gonzalo Canal Ramírez, es un reconocido especialista en temas de la Tercera Edad. De origen colombiano, esta radicado en España. Estos textos son del libro “ENVEJECER NO ES DETERIORARSE” que ha merecido innumerables ediciones y traducciones desde 1980, año de su aparición en España.
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