N. de R. El material para esta nota se ha conformado, sacando de contexto partes de un excelente y logrado trabajo, de la autoria del periodista y escritor Marcelo Pereira, que fue publicado en el semanario “Brecha” en agosto del 2004. FD
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ZITARROSA POLITICO
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"Verdaderamente no sé qué valor podrán tener para el lector interesado, porque no soy un político", escribió en 1980 Alfredo Zitarrosa, al presentar un texto sobre el proceso uruguayo que fue marco de sus canciones desde los años sesenta hasta los ochenta. Era muy de él negar el valor de sus obras, y en este caso se subestimaba por partida doble, porque sí fue "un político" (no sólo un artista politizado), y de los valiosos. Quince años después de la muerte del cantor, su enorme legado está parcialmente oculto, por una mezcla de miopías, presbicias y desidias. De los discos que lanzó en vida, los inéditos en compacto son más de la mitad y varios de los mejores. Falta por eso, pese a la disponibilidad de recopilaciones y rarezas, materia prima básica para que se aprecien el lugar y el valor de su obra en nuestra historia cultural contemporánea.
(...)
La intención política de ese "trabajo militante", como lo llama en la nota introductoria Martín Monteiro (del Archivo Zitarrosa), debe ubicarse por lo menos en dos coordenadas: una es la situación que vivía a los 44 años el artista, cuya residencia en México desde abril de 1979 fue la más exitosa lejos del país, aunque no por eso la menos sufrida; y otra es la evolución de los acontecimientos en Uruguay, donde comenzaba la última etapa de la resistencia a la dictadura.
(...)
Del juego entre opuestos está hecha la vida, y la de Alfredo Zitarrosa no fue una excepción, aunque él haya sido excepcional en tantos sentidos. Resulta, sin embargo, que hay que tratar de verlo como fue: un tipo que necesitó más de una vez ampararse en el orden de la formalidad, pero que también se animó a los saltos mortales sobre el abismo para crear libremente, y cayó de pie con total elegancia. (...) Y él dominó el arte de lo contradictorio, desde las primeras canciones de amor atormentado, que cerraron la brecha entre el folclorismo y la ciudad.
(...)
Para los que amamos especialmente al Zitarrosa más audaz, imprevisto y misterioso, quedaron cumbres de su arte como la versión de "Romance para un negro milonguero" con Federico García Vigil en violín, pero haríamos mal en olvidar que por la misma época participó, junto con el mismo García Vigil, en la casi olvidada y bastante olvidable "Cantata del pueblo" . De lo uno y lo otro hay en Textos políticos, un disco algo empañado por la voz ya disminuida y la presencia de guitarristas que a veces mejicanean de más. Pero que registra en su haber, mucho mayor, el rescate de joyas como la "Milonga de contrapunto" de 1971, compuesta como si fuera payada pero que en realidad resulta una especie de cuplé.
(...)
Las preferencias son cuestión de gusto, y quien firma prescindiría gustoso, por ejemplo, del "sinfonismo" con violines en muchos discos de Zitarrosa, si a cambio le dieran la perdida y bellísima versión de "El violín de Becho" que escuchó de niño, en el programa de televisión de la rifa Supermillonaria del club Neptuno, con el cantor en guitarra y el mismísimo Becho en un solo violín alado y doliente. Pero resulta que el artista no hizo lo que a este cronista le habría gustado más, sino lo que a él le pareció mejor para formar parte de "la gran sinfonía del trabajo y la
revolución inevitable".
(...)
Varias canciones de este disco mexicano están atravesadas por la tensión entre paciencias e impaciencias, furias y contenciones. Un claro ejemplo es "La canción quiere", sobre los muertos en el seccional 20 del Partido Comunista, pero quizá más interesante aun, en este sentido, resulta "Adagio en mi país", una reflexión nada lineal entre la guerra y la paz, con frases clave casi en clave ("el pueblo en su inmenso dolor/ hoy se niega a beber en la fuente clara del honor"). Como pasa con el Himno Nacional, muchos han aprendido de memoria sus estrofas sin meditar sobre lo que significan.
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ZITARROSA POLITICO
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"Verdaderamente no sé qué valor podrán tener para el lector interesado, porque no soy un político", escribió en 1980 Alfredo Zitarrosa, al presentar un texto sobre el proceso uruguayo que fue marco de sus canciones desde los años sesenta hasta los ochenta. Era muy de él negar el valor de sus obras, y en este caso se subestimaba por partida doble, porque sí fue "un político" (no sólo un artista politizado), y de los valiosos. Quince años después de la muerte del cantor, su enorme legado está parcialmente oculto, por una mezcla de miopías, presbicias y desidias. De los discos que lanzó en vida, los inéditos en compacto son más de la mitad y varios de los mejores. Falta por eso, pese a la disponibilidad de recopilaciones y rarezas, materia prima básica para que se aprecien el lugar y el valor de su obra en nuestra historia cultural contemporánea.
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La intención política de ese "trabajo militante", como lo llama en la nota introductoria Martín Monteiro (del Archivo Zitarrosa), debe ubicarse por lo menos en dos coordenadas: una es la situación que vivía a los 44 años el artista, cuya residencia en México desde abril de 1979 fue la más exitosa lejos del país, aunque no por eso la menos sufrida; y otra es la evolución de los acontecimientos en Uruguay, donde comenzaba la última etapa de la resistencia a la dictadura.
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Del juego entre opuestos está hecha la vida, y la de Alfredo Zitarrosa no fue una excepción, aunque él haya sido excepcional en tantos sentidos. Resulta, sin embargo, que hay que tratar de verlo como fue: un tipo que necesitó más de una vez ampararse en el orden de la formalidad, pero que también se animó a los saltos mortales sobre el abismo para crear libremente, y cayó de pie con total elegancia. (...) Y él dominó el arte de lo contradictorio, desde las primeras canciones de amor atormentado, que cerraron la brecha entre el folclorismo y la ciudad.
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Para los que amamos especialmente al Zitarrosa más audaz, imprevisto y misterioso, quedaron cumbres de su arte como la versión de "Romance para un negro milonguero" con Federico García Vigil en violín, pero haríamos mal en olvidar que por la misma época participó, junto con el mismo García Vigil, en la casi olvidada y bastante olvidable "Cantata del pueblo" . De lo uno y lo otro hay en Textos políticos, un disco algo empañado por la voz ya disminuida y la presencia de guitarristas que a veces mejicanean de más. Pero que registra en su haber, mucho mayor, el rescate de joyas como la "Milonga de contrapunto" de 1971, compuesta como si fuera payada pero que en realidad resulta una especie de cuplé.
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Las preferencias son cuestión de gusto, y quien firma prescindiría gustoso, por ejemplo, del "sinfonismo" con violines en muchos discos de Zitarrosa, si a cambio le dieran la perdida y bellísima versión de "El violín de Becho" que escuchó de niño, en el programa de televisión de la rifa Supermillonaria del club Neptuno, con el cantor en guitarra y el mismísimo Becho en un solo violín alado y doliente. Pero resulta que el artista no hizo lo que a este cronista le habría gustado más, sino lo que a él le pareció mejor para formar parte de "la gran sinfonía del trabajo y la
revolución inevitable".
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Varias canciones de este disco mexicano están atravesadas por la tensión entre paciencias e impaciencias, furias y contenciones. Un claro ejemplo es "La canción quiere", sobre los muertos en el seccional 20 del Partido Comunista, pero quizá más interesante aun, en este sentido, resulta "Adagio en mi país", una reflexión nada lineal entre la guerra y la paz, con frases clave casi en clave ("el pueblo en su inmenso dolor/ hoy se niega a beber en la fuente clara del honor"). Como pasa con el Himno Nacional, muchos han aprendido de memoria sus estrofas sin meditar sobre lo que significan.
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Están en estos textos, además, varias de las obsesiones que lo acompañaron siempre. Entre ellas, y en un marco autocrítico que llegaba a niveles sorprendentes de ferocidad, la preocupación honda por el deber ser de los cantores populares, en clave de "necesidad" y "utilidad", con canciones que desempeñaran "su papel en el quehacer y la lucha consecuente de los trabajadores organizados". También la cuestión del profesionalismo artístico y en especial la de su propio trabajo como mercancía, con una insistencia en este asunto que cuesta comprender desde la actualidad.
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Pero por encima de todo, y en los "textos políticos" propiamente dichos que el disco contiene, se despliega con esplendor un atributo que diferenció a este artista de muchos otros entre sus contemporáneos. Mientras tantos asumían básicamente tareas de difusión y propaganda, para
expresar pensamientos de otros a quienes reconocían como guías, Zitarrosa fue muy a menudo un cantor que expresaba sus propias y originales reflexiones, y ellas están entre lo más lúcido e interesante de la obra que nos dejó.
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Pero por encima de todo, y en los "textos políticos" propiamente dichos que el disco contiene, se despliega con esplendor un atributo que diferenció a este artista de muchos otros entre sus contemporáneos. Mientras tantos asumían básicamente tareas de difusión y propaganda, para
expresar pensamientos de otros a quienes reconocían como guías, Zitarrosa fue muy a menudo un cantor que expresaba sus propias y originales reflexiones, y ellas están entre lo más lúcido e interesante de la obra que nos dejó.
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En eso estuvo una de sus más notables contradicciones, porque él reivindicó con insistencia un disciplinamiento del creador "al servicio del pueblo", muy poco compatible con tales ejercicios de meditación individual. Pero no abandonó la senda que lo condujo a un triunfo arrasador como "Guitarra negra", texto político por excelencia y excelente, pero a la vez intransferiblemente suyo. Allí expuso con maestría sus fuerzas contrarias, dejándolas doler, y dejó constancia de un método para arrancarles fulgor: "Me hacen sufrir las alas que me puse para volar, mas grito y se alzan, gimo y me acompañan, río y baten de a dos, como que están amándose y se odian, sin embargo mis dos alas se odian, se enderezan, se hacen amigas mías para llevarme por todas partes".
En eso estuvo una de sus más notables contradicciones, porque él reivindicó con insistencia un disciplinamiento del creador "al servicio del pueblo", muy poco compatible con tales ejercicios de meditación individual. Pero no abandonó la senda que lo condujo a un triunfo arrasador como "Guitarra negra", texto político por excelencia y excelente, pero a la vez intransferiblemente suyo. Allí expuso con maestría sus fuerzas contrarias, dejándolas doler, y dejó constancia de un método para arrancarles fulgor: "Me hacen sufrir las alas que me puse para volar, mas grito y se alzan, gimo y me acompañan, río y baten de a dos, como que están amándose y se odian, sin embargo mis dos alas se odian, se enderezan, se hacen amigas mías para llevarme por todas partes".
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