martes, 13 de enero de 2009

MARIO OPINA DE LOS URUGUAYOS...

EL RECURSO
DE LA CHACOTA
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Escribe Mario Benedetti
De “El país de la cola de paja”
Edición ARCA 1960.
La octava edición fue en 1970.
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Cuando las cosas andan mal, hay por lo menos un gremio que esta de parabienes: el de los humoristas. Naturalmente, no hay que creer a pie juntillas en su versión deformada y satírica; pero en el caso especial de un medio como el nuestro seriamente atacado de pusilanimidad y, en los casos más graves, de franca cobardía, puede ser útil examinar como funciona ese peculiar mecanismo de la gracia.
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El humorismo siempre ha sido un género peligrosamente representativo. Por lo general, el público está en condiciones de entender que un chiste puede constituir un símbolo, pero no siempre acierta en el reconocimiento de que cosa simboliza. En realidad un mismo chiste a costa del gobierno puede simbolizar tanto una actitud valiente como una prescindente o cobarde.
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En la Argentina, por ejemplo, no era lo mismo burlarse públicamente de Perón en la época en que, por mucho menos, cualquiera podía ir a parar a un calabozo, que desarrollar y ampliar esa misma burla en los meses que siguieron a la revolución, frente a una sala adicta, ansiosa de desquite.
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En el Uruguay, el humorismo tiene un carácter bastante definido y autónomo. Humoristas y público parecen haberse puesto de acuerdo sobre que debe escribirse –o dibujarse para que los creadores tengan éxito y el público se encuentre con su risa. Eso claro, da cierta coherencia a los diversos estilos y provoca casi una standardización del chiste, pero también puede llegar a representar un estado de ánimo colectivo, una actitud que, con mayor o menor conciencia, la mayoría esta dispuesta a asumir.
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(...) Ahora bien, si vigilamos esa orientación de nuestro humorismo, quizá encontremos de paso la explicación de alguna de nuestras aparentes contradicciones. Por lo pronto, debemos admitir que existe contradicción entre dos elementos fácilmente comprobables de nuestra vida política y sus repercusiones más populares.
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El primero: durante cuatro años el uruguayo se queja sostenidamente del o e los partidos que gobiernan. El segundo: cuando le llega la hora de ejercer su derecho ciudadano, ese mismo quejoso, y todos sus colegas, votan en abrumadora mayoría por los mismos parecidos que tan demoledoramente criticaron. La contradicción existe, la explicación también. Necesariamente, esta no puede ser muy elogiosa para el ciudadano. El empleo público es, ya se sabe, un poderoso argumento que todo principismo partidario lleva en sus entrelineas y el electorado montevideano (el del interior también, pero en un grado considerablemente menor ha demostrado ser sensible a esa razón de pesos.

Mal que bien, la burocracia representa para unos la seguridad, para otros la esperanza, y contribuye poderosamente a que no abunden quienes, en el fondo de su alma y de su presupuesto, deseen realmente que se opere un cambio radical en ese statu quo.

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