ESA VIVEZA
CRIOLLA...
Escribe Mario Benedetti
De “El país de la cola de paja”
Edición ARCA 1960.
La octava edición fue en 1970.
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Estamos (los uruguayos) tremendamente orgullosos de un rasgo nacional que abarca desde fútbol al Consejo Nacional e Gobierno: la viveza criolla. En el fútbol sirve para eludir al adversario, para propinare un certero codazo en el hígado cuando el juez no mira; en la política habilita para eludir las propias promesas, ese pasado idealista que a veces resulta temible adversario del presente cretino. La viveza criolla le toma el pelo a los valores tradicionales, pero no se molesta en proponer otros.
Por ejemplo inspira la conducta de un grupo estudiantil que, si va a Europa y es invitado por cierto instituto, canta con solemne actitud la Despedida de los Asaltantes. Inspira, también, la de aquellos deportistas que en los Estados Unidos llenaron con monedas uruguayas las máquinas proveedoras de cigarrillos se guardaron el ilícito y provechoso vuelto en centavos de dólar, y, asimismo, inspira la reciente y festejada maniobra de los desconocidos de siempre, que cambiaron fiducias humorísticas por dólares legítimos a los desprevenidos balleneros soviéticos.
Lo curioso es que el vivo no es considerado un delincuente; al contrario, recoge el aplauso unánime, la admiración de los que no se atreven a tanto, la risa complica de sus pares. Es corriente que el uruguayo que viene del extranjero se traiga un cenicero, una tohalla, una cucharita, en piadoso recuerdo de los hoteles del itinerario. Quizá haya llegado el momento (siempre que se este a tiempo para provocar el estallido de ese momento) de considerar si la tan mentada viveza criolla es, en rigor, un negocio productivo o un canje simplemente ridículo.
Nos conformamos con la cucharita robada, pero en cambio no nos produce el menor escozor ninguna de las inefables exigencias del Fondo Monetario Internacional. Por un lado a nuestro gobierno le ofende una invitación para asistir a la conferencia de países subdesarrollado, y por otro demostramos diariamente que seguimos siendo sensibles, como en los viejos tiempos de la Conquista, a las maravillosas cuentas de colores.
Para la viveza criolla, la democracia fue todo un descubrimiento. Una cosa es que el diccionario etimológico nos advierta que la palabra significa “poder del pueblo”, y otra muy diversa el sentido verdadero y uruguayo de ese término tan zarandeado en los tiempos modernos. La democracia en el Uruguay es una maravillosa red de apariencias. Tiene vigencia en lemas permanentes, en el organizado olvido e las claudicaciones, en los hilvanes de indecorosa cobardía que sostienen su libertad, publicitada al máximo. La democracia en el Uruguay, más que una tersa, pulida superficie, es una cáscara, nada más que una cáscara.Por debajo de ella, está la corrupción: la grande y la chica. La gran corrupción del hombre de gobierno que propicia tantas disposiciones como necesita el negociado de sus amigos, y la pequeña corrupción (una especie de limosna de lujo) del aprovechado aprendiz de cretino que negocia con los pobres diablos que intentan jubilarse. Todos somos iguales ante la ley, pero como bien decía Orwell, algunos somos más iguales que otros.
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