jueves, 22 de enero de 2009

MARIO OPINA DE LOS URUGUAYOS...

REBELION
DE LOS
AMANEUNSES...
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Escribe Mario Benedetti
De “El país de la cola de paja”
Edición ARCA 1960.
La octava edición fue en 1970.
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Si mi intención fuera dar a este capítulo un color satírico, tendría que empezar diciendo que el Uruguay es la única oficina del mundo que ha alcanzado la categoría de república. Pero no se hasta que punto sería lícito tomar a la chacota uno de los aspectos más oscuramente dramáticos de nuestra vida nacional. Digámoslo pues en serio: El Uruguay es un país de oficinistas. No importa que haya también algunos mozos de café, algunos peones de estancia, algunos changadores del puerto, algunos tímidos contrabandistas.
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Lo que verdaderamente importa es el estilo mental del uruguayo, y ese estilo es de oficinista.
Todo el país piensa en términos de oficina. Hace treinta años la máxima aspiración de las madres conscientes era descubrir y fomentar en sus hijas una impetuosa vocación pianística; escuchar por primera vez a la futura concertista en una vacilante ejecución de Para Elisa, constituía por lo común un inolvidable acontecimiento familiar. Hoy en día la aspiración sigue apuntando al teclado, pero se ha cambiado el Steinway por la Underwood, el Pleyel por la Olivetti. Se dice: “Mi chica está aprendiendo en la Pitman” con el mismo énfasis esperanzado con que antes se decía: “La nena está estudiando en lo de Kolischer”
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O sea que la gloria ha cambiado de tono, de color, de estilo, de lenguaje. Antes de conseguir el puesto en la oficina, la gloria es la oficina; después de conseguirlo, la gloria se convierte en el infierno, pero no todas las veces el oficinista tiene plena conciencia de esa transformación. Por eso no importa que haya todavía algunos uruguayos no oficinistas. De todos modos, el mozo de café mirará con envidia a los muchachos que vienen a las siete a desahogarse contra el jefe; el peón de estancia pensará en la palabra oficina con el mismo admirativo embarazo que experimentaba Dante al pensar en su Beatriz; el changador del puerto anhelará para su hijo un paraíso ofici9nesco, sin mucho desgaste muscular; el tímido contrabandista acaso no sea más que un oficinista fracasado.
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Cuando se acerca el tiempo de elecciones y los partidos deben hacer algo que les otorgue el favor del pueblo, a sus mentes rectoras siempre se les ocurre dirigirse al oficinista, porque creen que ese es el modo más seguro de penetrar en cada lugar. El empleo público (a veces tan solo la promesa del mismo) es la coima que paga el político para conseguir el voto popular. El empleo público es una especie de ideal criollo, ya que combina la máxima seguridad, con el mínimo horario.

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