miércoles, 27 de enero de 2010

COLUMNISTA ESPAÑOL, EN SINTONIA CON EL MUNDO EN QUE VIVE...

TODO ESTÁ
EN VENTA

Escribe
JOAN BARRIL
Columnista de
“El Periódico”
De Catalunya

Los niños se fijan en todo. Y preguntan sobre todo lo que se fijan. El acto de responderles a veces no es fácil. Recuerdo que hace años, cuando llevaba a mis hijos a la escuela, uno de ellos se fijó en un adhesivo donde un sol sonriente decía: "Nuclear? No, gracias». Me preguntó qué significaba aquel sol y en unos 10 minutos me encontré contando con lenguaje de revista divulgativa el origen de la electricidad, de las turbinas, de la energía hidráulica y de la nuclear. Al llegar a la escuela, mi hijo ya hacía rato que estaba pensando en otra cosa.

Y me quedé con el residuo sólido de mis dudas tras la combustión de mis precarios conocimientos sobre aquella energía a la que se había de decir que no, gracias. En realidad la actitud ante el hecho nuclear tiene un componente religioso. No hay matices. Para unos es el progreso, para otros el apocalipsis. Los partidarios consideran que el cierre nuclear nos devolvería al quinqué y a las restricciones. Los antinucleares, por su parte, consideran que hay otras maneras de conseguir que nuestros electrodomésticos se domestiquen.

Los que abogan por el mantenimiento de las centrales hablan de un gran incremento de la seguridad en este tipo de industrias. Los contrarios aducen el riesgo nuclear permanente cuyas manifestaciones más suaves son la fuga de partículas o la emisión de gases o aguas radiactivas. En definitiva: los partidarios de lo nuclear viven para el presente en la confianza de que la tecnología encontrará otras formas de obtener energía. Los contrarios velan por el futuro de sus biznietos.

Entre ambas posiciones no hay encuentro posible. Y, en la paranoia de todos los miedos, incluso se llega a pensar que la energía nuclear atiende a razones administrativas de tal manera que una eventual nube radiactiva proveniente de las centrales francesas de Bolléne, junto al Ródano, se detendrá en cuanto llegue a la frontera española. Pero una cosa une a ambas religiones. Y son los residuos. Aun en el supuesto improbable de que hoy mismo se procediera al cierre de todas las centrales, los residuos ya están ahí y algo hay que hacer con ellos.

También en la humanidad está el mal, y para ello se han inventado códigos penales, policías, jueces y cárceles. Los residuos nucleares están ahí y no son pocos. En el 2011 se acaba el alquiler que pagamos al Estado francés para que nos los conserve y no se trata ahora de ser tan guarros como para lanzarlos al mar. Lo de los residuos tiene mala prensa. Recuerden ustedes el levantamiento de la Conca de Barberà contra el proyecto de vertedero de Forés, que acabó con la retención popular del conseller Joaquim Molins. Entonces se trataba solo de residuos industriales y nadie está en contra de la industria.

Lo de los residuos nucleares, en cambio, es la quintaesencia del diablo. Y al diablo los cementerios le están vetados. Pero si Enrique IV de Francia dijo que París bien valía una misa, ¿cuánto vale olvidarse de los principios religiosos en tiempos de crisis? Porque es evidente que los municipios cercanos a las centrales o a otras instalaciones nucleares perciben de la Administración sumas considerables, ya sea en dinero o en infraestructuras.

Por más que las autonomías o los partidos estén en contra, el Estado siempre aparece como la gran competencia desleal dispuesto a comprar voluntades y a socavar ideologías. Nadie aceptaría un cementerio de residuos por el placer de tenerlo. Pero todo está en venta. También el futuro. Y de perdidos, al río. Al río Ebro, claro. El nuevo siglo de las luces nos ha deslumbrado.
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(*) JOAN BARRIL CUIXART (1952) Graduado en la Universidad de Barcelona. Como periodista su labor es extensa y brillante. Dirigió semanario El Mon. Columnista en La Vanguardia, El Periódico y El País. Como cronista de la actualidad cotidiana ha creado auténticas estampas literarias, prolongadas a lo largo de su actividad como narrador. Recibió los premios literarios como Ciudad de Barcelona y el Ramón Llul, por la que muy posiblemente sea su mejor obra, "Parada obligatoria". Colaborador habitual en radio y TV, Joan Barril conserva un compromiso constante con el mundo en el que vive.

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