jueves, 25 de marzo de 2010

COLUMNA de JOAN BARRIL ese atento explorador de la vida en lo cotidiano


LADRONES DE GAFAS

Escribe
JOAN BARRIL (*)
26 de marzo 2010
Columnista de "El Periodico" de Catalunya

Mi amiga Paula, con quien comparto mesa durante unas cuantas horas al día, está alterada. Ella no dice «alterada», sino «sulfurada», que es sin duda una proyección química de su estado de ánimo. El motivo de esta sulfuración consiste en unas gafas. Paula y su familia viven en la noble ciudad de Borriana, en la Plana Baixa, ahí donde, según cuentan, el rey Jaume I impidió que sus criados desmontaran la tienda real porque una golondrina había hecho nido en el techo y no se trataba de dejar a los pollitos sin una base sólida y segura.

Así lo cuentan los cronistas de la época como Bernat Desclot. Magníficos cronistas que escribían no por lo que veían, sino por lo que a su señor le gustaba hacer creer que él veía. Precisamente en este alarde de querer ver lo que no se ve se encuentra el origen del cabreo de Paula. Por lo visto, su madre, de visita en Barcelona, se hizo hacer unas gafas espléndidas y en la óptica le dijeron que ya las recibiría. A la hora de la verdad, el repartidor de Borriana llamó al timbre de la casa con el paquete de las gafas.

Pidió 13 euros y 45 céntimos. Se le ofrecieron 20, pero el repartidor adujo no tener cambio y que regresaría al día siguiente. Sin embargo, cuando las cosas empiezan mal, acaban peor. Al día siguiente, el repartidor dijo que había sido objeto de un robo y que uno de los paquetes sustraídos habían sido las gafas de la madre de Paula. A mí también me ha sorprendido en alguna ocasión la sustracción de mis gafas. De todos los objetos del deseo ajeno, las gafas son algo inviolable.

¿A quién le interesan unas gafas que solo sirven para unos ojos? Por más que intentemos vestirlas de moda y de glamour, unas gafas no son otra cosa que una prótesis, un invento glorioso que se adapta a los fallos de la naturaleza y a su decadencia. Solo por eso deberíamos postrarnos al paso de los ópticos y pedirles autógrafos como haríamos con un futbolista. El óptico o el oftalmólogo son hoy por hoy los últimos albaceas del milagro.

Sin embargo, todavía hay gente que considera que las gafas pueden ser un valor de cambio cuando solo son un valor de uso intransferible. ¿Por qué será, pues, que los ladrones de gafas perseveran en su hábito descuidero? Tal vez un ladrón de gafas no intenta llevarse el objeto, sino la mirada del que lo usa. Tal vez unas gafas distintas nos darían una imagen mejor de lo que somos. Tal vez en el mundo de la política, cuando las ideologías se desmoronan por su propio peso, lo único importante sean las gafas de mirar.

Al fin y al cabo, los ladrones de miradas son los que se llevan el gato al agua en esos momentos de confusión. La patronal Foment del Treball se encontró unas gafas federalistas y emitió hace unos días un informe que convertía a España casi en Suiza. La socialdemocracia del Estado del bienestar se hizo con unas gafas liberales y aconsejó a sus votantes que suscribieran un plan de pensiones. Los antiguos héroes de la producción más contaminante de la extinta Unión Soviética han crecido y ahora, con las gafas de ver de cerca, nos aconsejan mantener el equilibrio en bicicleta.

El capitalismo miope ha afanado las gafas de la buena fe y nos ofrece recetas de placas solares, coches eléctricos y aerogeneradores. Nada es verdad ni es mentira. Todo es del color del cristal con que se mira. Ahí está el secreto de los ladrones de gafas que hacen estragos entre la gente confiada, como la madre de Paula, y entre los votantes crédulos como el apóstol Tomás, aquel que si no veía, no creía.
.
(*) JOAN BARRIL CUIXART (1952) Estudia en la Universidad de Barcelona. Como periodista su labor es extensa y brillante. Dirigió semanario El Mon. Columnista en La Vanguardia, El Periódico y El País. Como cronista de la actualidad cotidiana ha creado auténticas estampas literarias, prolongadas a lo largo de su actividad como narrador. Recibió los premios literarios como Ciudad de Barcelona y el Ramón Llul, por la que muy posiblemente sea su mejor obra, "Parada obligatoria". Colaborador habitual en radio y TV, Joan Barril conserva un compromiso constante con el mundo en el que vive.

No hay comentarios: