
CURSO BÁSICO
DE REFORMA
FINANCIERA
Escribe
PAUL KRUGMAN (*)
De “The New York Times”
7 de abril de 2010
(De “El Universal” Guayaquil Ecuador)
.
Enfrentémoslo: la reforma financiera es un tema difícil de alcanzar. No es como la reforma al sistema de salud, bastante directa una vez desechadas las necedades. La gente razonable puede discrepar, y de hecho lo hace, sobre qué deberíamos hacer para evitar otra crisis bancaria. Por tanto, a continuación presento una breve guía para el debate –y una explicación sobre mi propia postura. Dejemos a un lado a los que realmente no quieren ninguna reforma, grupo que incluye a la mayoría de los republicanos del Congreso.
.
Incluso entre los que verdaderamente quieren una reforma, empero, existe un debate importante sobre lo que realmente es esencial. Una parte –ejemplificada por Paul Volcker, formidable ex presidente de la Reserva Federal– considera que la limitación del tamaño y alcance de los bancos más grandes es el meollo de la reforma. La otra –un grupo que incluye a su seguro servidor– discrepa y sostiene que lo importante es regular lo que hacen los bancos, no qué tan grandes se hacen.
.
Es fácil ver el origen de las preocupaciones por los bancos “demasiado grandes como para que fallen”. A la luz de la crisis financiera, el gobierno estadounidense aportó dinero y garantías a instituciones financieras cuya quiebra, según temía, acabaría con todo el sistema. Y la operación de rescate se enfocó principalmente en un puñado de jugadores clave: AIG, Citigroup, Bank of America, y así por el estilo.
.
Este rescate fue necesario, pero arriesgó a los contribuyentes a pérdidas consideradas potenciales. Y también estableció un peligroso precedente: ahora sabemos que las instituciones financieras grandes serán rescatadas en épocas de crisis. Y esto, según se argumenta, estimulará conductas futuras aún más riesgosas, dado que los ejecutivos de los bancos grandes sabrán que si cae cara ellos ganan y si cae cruz los contribuyentes pierden.
.
La solución, afirma gente como Volcker, es descomponer las instituciones financieras grandes en unidades que no son demasiado grandes como para que fallen, haciendo innecesarios futuros rescates y restaurando la disciplina del mercado. Es un argumento convincente y sólido, pero soy uno de los que no lo aceptan. Así veo las cosas. La descomposición de los bancos grandes realmente no solucionará nuestros problemas porque es perfectamente posible registrar crisis financieras que principalmente tomen forma de estampidas en instituciones más pequeñas.
.
De hecho, fue precisamente eso lo que sucedió en la década de 1930, cuando la mayoría de los bancos que colapsaron eran relativamente chicos –tan pequeños que la Reserva Federal pensó que era correcto dejarlos quebrar–. Resultó ser que la Reserva Federal estaba completamente equivocada. La ola de quiebras de bancos chicos fue una catástrofe para la economía general. Lo mismo sucedería ahora. La descomposición de las instituciones financieras grandes no evitaría crisis futuras y tampoco eliminaría la necesidad de rescates cuando sucedan esas crisis.
.
Entonces, ¿cuál es la alternativa? La respuesta, argumentaría, es actualizar y extender la vieja regulación financiera. Después de todo, el sistema bancario de Estados Unidos tuvo un largo periodo de estabilidad después de la Segunda Guerra Mundial, basado en una combinación de seguro para depósitos, que eliminó la amenaza de retiros masivos en los bancos, y estricta regulación de los estados financieros de los bancos, incluyendo límites a los créditos de riesgo y límites al apalancamiento, grado en que se permitía que los bancos financiaran inversiones con fondos prestados. Canadá –cuyo sistema financiero está dominado por un puñado de bancos grandes pero que conservó una regulación efectiva– ha navegado la crisis actual relativamente bien.
.
Lo que terminó con la era de estabilidad estadounidense fue el surgimiento de los “bancos sombra”: instituciones que realizaban funciones bancarias pero que operaban sin red de seguridad y con mínima regulación. Particularmente, muchas empresas comenzaron a colocar su dinero no en los bancos sino en “repo” –préstamos de un día para otro como los de Lehman Brothers–. Desafortunadamente, el “repo” no estaba protegido y regulado como el sistema bancario clásico, por lo que era vulnerable a una crisis de confianza similar a los días previos de la década de 1930. Y eso, en resumidas cuentas, es lo que salió mal en el 2007-2008.
.
Entonces, ¿por qué no actualizamos la regulación tradicional para que abarque los bancos sombra? Ya tenemos una forma implícita de seguro para depósitos: es claro que los acreedores de los bancos sombra serán rescatados en épocas de crisis. Lo que necesitamos ahora son dos cosas: a) los reguladores necesitan la autoridad para intervenir los bancos sombra que estén en problemas, de la misma forma que la Federal Deposit Insurance Corp. ya tiene autoridad para intervenir los bancos convencionales en problemas, y b) tiene que haber límites prudentes para los bancos sombra, sobre todo límites a su apalancamiento.
¿La legislación de reforma actualmente presentada hace lo que se necesita? Bueno, es un paso en la dirección correcta –pero no es un paso lo suficientemente grande–. Explicaré por qué en otra columna.
© 2010 The New York Times News Service
.
Paul Robin Krugman (1953) es un economista, divulgador y periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos. Profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Tiene una columna en New York Times En 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía.1Es fuerte crítico de las políticas económicas y generales de la administración de George W. Bush. Ha escrito más de 200 artículos y 21 libros -alguno de ellos académicos, y otros de divulgación-. Su Economía Internacional: La teoría y política es un libro de textos estándar en la economía internacional. En 1991 la American Economic Association le concedió la prestigiosa medalla John Bates Clark. Ganó el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2004
Escribe
PAUL KRUGMAN (*)
De “The New York Times”
7 de abril de 2010
(De “El Universal” Guayaquil Ecuador)
.
Enfrentémoslo: la reforma financiera es un tema difícil de alcanzar. No es como la reforma al sistema de salud, bastante directa una vez desechadas las necedades. La gente razonable puede discrepar, y de hecho lo hace, sobre qué deberíamos hacer para evitar otra crisis bancaria. Por tanto, a continuación presento una breve guía para el debate –y una explicación sobre mi propia postura. Dejemos a un lado a los que realmente no quieren ninguna reforma, grupo que incluye a la mayoría de los republicanos del Congreso.
.
Incluso entre los que verdaderamente quieren una reforma, empero, existe un debate importante sobre lo que realmente es esencial. Una parte –ejemplificada por Paul Volcker, formidable ex presidente de la Reserva Federal– considera que la limitación del tamaño y alcance de los bancos más grandes es el meollo de la reforma. La otra –un grupo que incluye a su seguro servidor– discrepa y sostiene que lo importante es regular lo que hacen los bancos, no qué tan grandes se hacen.
.

Es fácil ver el origen de las preocupaciones por los bancos “demasiado grandes como para que fallen”. A la luz de la crisis financiera, el gobierno estadounidense aportó dinero y garantías a instituciones financieras cuya quiebra, según temía, acabaría con todo el sistema. Y la operación de rescate se enfocó principalmente en un puñado de jugadores clave: AIG, Citigroup, Bank of America, y así por el estilo.
.
Este rescate fue necesario, pero arriesgó a los contribuyentes a pérdidas consideradas potenciales. Y también estableció un peligroso precedente: ahora sabemos que las instituciones financieras grandes serán rescatadas en épocas de crisis. Y esto, según se argumenta, estimulará conductas futuras aún más riesgosas, dado que los ejecutivos de los bancos grandes sabrán que si cae cara ellos ganan y si cae cruz los contribuyentes pierden.
.
La solución, afirma gente como Volcker, es descomponer las instituciones financieras grandes en unidades que no son demasiado grandes como para que fallen, haciendo innecesarios futuros rescates y restaurando la disciplina del mercado. Es un argumento convincente y sólido, pero soy uno de los que no lo aceptan. Así veo las cosas. La descomposición de los bancos grandes realmente no solucionará nuestros problemas porque es perfectamente posible registrar crisis financieras que principalmente tomen forma de estampidas en instituciones más pequeñas.
.
De hecho, fue precisamente eso lo que sucedió en la década de 1930, cuando la mayoría de los bancos que colapsaron eran relativamente chicos –tan pequeños que la Reserva Federal pensó que era correcto dejarlos quebrar–. Resultó ser que la Reserva Federal estaba completamente equivocada. La ola de quiebras de bancos chicos fue una catástrofe para la economía general. Lo mismo sucedería ahora. La descomposición de las instituciones financieras grandes no evitaría crisis futuras y tampoco eliminaría la necesidad de rescates cuando sucedan esas crisis.
.
Entonces, ¿cuál es la alternativa? La respuesta, argumentaría, es actualizar y extender la vieja regulación financiera. Después de todo, el sistema bancario de Estados Unidos tuvo un largo periodo de estabilidad después de la Segunda Guerra Mundial, basado en una combinación de seguro para depósitos, que eliminó la amenaza de retiros masivos en los bancos, y estricta regulación de los estados financieros de los bancos, incluyendo límites a los créditos de riesgo y límites al apalancamiento, grado en que se permitía que los bancos financiaran inversiones con fondos prestados. Canadá –cuyo sistema financiero está dominado por un puñado de bancos grandes pero que conservó una regulación efectiva– ha navegado la crisis actual relativamente bien.
.
Lo que terminó con la era de estabilidad estadounidense fue el surgimiento de los “bancos sombra”: instituciones que realizaban funciones bancarias pero que operaban sin red de seguridad y con mínima regulación. Particularmente, muchas empresas comenzaron a colocar su dinero no en los bancos sino en “repo” –préstamos de un día para otro como los de Lehman Brothers–. Desafortunadamente, el “repo” no estaba protegido y regulado como el sistema bancario clásico, por lo que era vulnerable a una crisis de confianza similar a los días previos de la década de 1930. Y eso, en resumidas cuentas, es lo que salió mal en el 2007-2008.
.
Entonces, ¿por qué no actualizamos la regulación tradicional para que abarque los bancos sombra? Ya tenemos una forma implícita de seguro para depósitos: es claro que los acreedores de los bancos sombra serán rescatados en épocas de crisis. Lo que necesitamos ahora son dos cosas: a) los reguladores necesitan la autoridad para intervenir los bancos sombra que estén en problemas, de la misma forma que la Federal Deposit Insurance Corp. ya tiene autoridad para intervenir los bancos convencionales en problemas, y b) tiene que haber límites prudentes para los bancos sombra, sobre todo límites a su apalancamiento.
¿La legislación de reforma actualmente presentada hace lo que se necesita? Bueno, es un paso en la dirección correcta –pero no es un paso lo suficientemente grande–. Explicaré por qué en otra columna.
© 2010 The New York Times News Service
.
Paul Robin Krugman (1953) es un economista, divulgador y periodista norteamericano, cercano a los planteamientos neokeynesianos. Profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. Tiene una columna en New York Times En 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía.1Es fuerte crítico de las políticas económicas y generales de la administración de George W. Bush. Ha escrito más de 200 artículos y 21 libros -alguno de ellos académicos, y otros de divulgación-. Su Economía Internacional: La teoría y política es un libro de textos estándar en la economía internacional. En 1991 la American Economic Association le concedió la prestigiosa medalla John Bates Clark. Ganó el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en el año 2004
No hay comentarios:
Publicar un comentario