Escribe
JULIO CESAR
GAMBINA (*)
Fuente:
“El BLOG de Gambina”
http://www.juliogambina.blogspot.com/
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(*)GAMBINA JULIO CESAR - Profesor Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario (Argetina),, Presidente FISyP. Integra el Comité Directivo CLACSO. Consejo Académico de ATTAC y dirige Centro Estudios Formación FJA. Notas y artículos de análisis sobre la actualidad en sitio de CEPAL en internet. Autor de LAVADO DE DINERO Y MOVIMIENTO DE CAPITALES y es columnista en diversos medios..
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La producción agropecuaria tuvo históricamente un sentido asociado a la alimentación de la población. La revolución agraria que antecede a la industrial se vincula a la mayor capacidad de la humanidad por generar una producción que resuelva las necesidades de la sociedad humana, al tiempo que favorezca la producción y reproducción de la vida misma. Así, agricultura y vida estuvieron asociadas al debate sobre la capacidad de resolver las crecientes necesidades de una sociedad en expansión y cuyas necesidades alimentarias se hacían más complejas y crecían en amplitud y diversidad.
La historia contemporánea demostró largamente que la productividad agraria y agroindustrial hizo avanzar la producción de alimentos más allá de las crecientes necesidades alimentarias, claro que lo dicho se relativiza en la sociedad capitalista contemporánea que da cuenta de más de 1.000 millones de personas con hambre en el mundo según estadísticas de la FAO al año 2009. Alimentos para toda la población mundial existen, lo que no existe es capacidad de compra del conjunto de la población.
Eso explica el hambre, la miseria y la desnutrición. La crisis alimentaria actual combina un impresionante crecimiento de la oferta de alimentos y el hambre. Es que el tema necesita completarse con el nuevo destino que se asigna a la producción agrícola: la energía.
Es casi un dato “natural”, mejor decir naturalizado el destino como bien intermedio para producir energía de productos tradicionalmente destinados a la alimentación. De este modo, los productos agrícolas se destinan solo en parte como alimentos y otra parte como insumos para la producción de energía.
Es casi un dato “natural”, mejor decir naturalizado el destino como bien intermedio para producir energía de productos tradicionalmente destinados a la alimentación. De este modo, los productos agrícolas se destinan solo en parte como alimentos y otra parte como insumos para la producción de energía.
Es el resultado de un modelo productivo en el capitalismo contempráneo que está agotando las reservas del insumo estratégico por excelencia para la producción, tal como los hidrocarburos. El agotamiento del pico de reservas de petróleo convoca al desarrollo de fuentes alternativas de energía, sea eólica, solar, hidráulica, a la que se adiciona en el presente la que se deriva de la agricultura. La energía disputa alimentos a las personas.
En rigor, el patrón de consumo actual, del automotor individual, (pensemos en el record de la producción de automóviles en Argentina) absorbe la producción energética agotando las reservas internacionales. El resultado es el crecimiento de la incertidumbre sobre las fuentes de provisión energética y la convocatoria a sembrar agricultura con destino a la producción de insumos energéticos. Es conocido el crecimiento del precio de la soja. La novedad viene del crecimiento del precio del maíz, tradicionalmente por debajo del producto estrella de la tradición agrícola en la Argentina, el trigo.
La realidad es el acercamiento del precio internacional del maíz y la creciente tendencia a la expansión de la frontera agrícola maicera. De la gran cosecha de 100 millones de toneladas, el 51% es de soja, y otro 40% se lo llevan el maíz y el trigo. Los crecientes precios internacionales estimulan esa producción más allá del destino de consumo, directo o intermedio, para las personas o la producción material industrial. De hecho, la soja tiene destino en el consumo animal, ante el cambio de la dieta alimentaria en países asiáticos, especialmente China.
Es creciente el uso del maíz como insumo energético. La sociedad está naturalizando el cambio de producir agricultura para alimentos y destinarla como provisión de insumos estratégicos para la energía. ¿Es un tema discutido en esos términos en el conjunto de la sociedad nacional, regional o mundial? ¿Hay que subordinarse a este destino definido por las transnacionales de la alimentación, la genética y la biogenética? ¿El patrón productivo y de consumo actual es el único posible? ¿Se puede asociar una respuesta soberana en la alimentación y en la energía? ¿Existen recursos para ello?
No son interrogantes ociosos, sino necesarios en la perspectiva de discutir el modelo productivo y de desarrollo vigente, al tiempo que pensamos rumbos alternativos para aprovechar las ventajas comparativas de la argentina como productor de alimentos, claro que desafiando a la recuperación de la soberanía petrolera para discutir también la inserción del país en el debate energético desde la recuperación de los recursos naturales, especialmente el petróleo y el gas.
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