jueves, 14 de abril de 2011

ESPECIES ANIMALES Y HUMANA, LA NATURALEZA... ¿NO VALEN NADA?

¿PROGRAMA SECRETO DE ARMAMENTO EN FUKUSHIMA? (parte 2)


La explosión de Chernobil
Escribe
YOICHI SHIMATSU
Fuente
New America Media
“Rebelion”
14 de Abril 2011
Traducido: Sinto Fernandez
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(continuacion de entrada anterior)
COMPLICIDAD ESTADOUNIDENSE
Kishi negoció en secreto un acuerdo con la Casa Blanca que permitía que el ejército de EEUU almacenara bombas atómicas en Okinawa y en la estación naval-aérea de Atsugi, en los alrededores de Tokio. (El cabo de marines Lee Harvey Oseald sirvió como guardia en el arsenal subterráneo de ojivas nucleares de Atsugi). A cambio, EEUU dio su visto bueno para que Japón emprendiera un programa nuclear para uso “civil”.

Fue necesaria toda una diplomacia secreta debido al abrumador sentimiento del pueblo japonés en contra de la energía nuclear tras los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Hace dos años, Katsuya Okada, Ministro de Asuntos Exteriores en el gabinete del Primer Ministro del Partido Democrático Yukio Hatoyama (que desempeñó ese puesto durante nueve meses de 2009 a 2010), sacó a la luz el texto del acuerdo secreto.

De ese documento, que había estado encerrado dentro de los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores, habían desaparecido muchos detalles clave. El veterano diplomático jubilado Kazuhiko Togo reveló que los asuntos más sensibles se recogieron en breves documentos adjuntos, algunos de los cuales se guardaban en una mansión frecuentada por el hermanastro de Kishi, el difunto Primer Ministro Eisaku Sato (que estuvo en el poder desde 1964 a 1972). Esas notas diplomáticas, mucho más importantes, añadió Togo, se habían eliminado y consiguientemente desaparecido.

En Japón, estas revelaciones se consideraron de especial importancia, sin embargo, los medios occidentales las ignoraron en gran medida. Con la planta nuclear de Fukushima cada vez más llena de humo, el mundo está pagando ahora el precio de esa negligencia periodística.

En su visita a Gran Bretaña del año 1959, un helicóptero militar trasladó a Kishi hasta la planta nuclear de Bradwell en Essex. Al año siguiente, se firmó el primer anteproyecto de seguridad entre EEUU y Japón, a pesar de las protestas masivas celebradas en Tokio. Un par de años después, la firma británica GEC construía el primer reactor nuclear en Tokaimura, en la Prefectura de Ibaragi. Al mismo tiempo, inmediatamente después de las Olimpiadas de Tokio de 1964, el recién inaugurado tren bala deslizante Shinkansen atravesando la ladera del Monte Fuji proporcionaba la racionalidad perfecta para promover la electricidad de origen nuclear.

Kishi pronunció la famosa declaración de que “las armas nucleares no están expresamente prohibidas” en función del artículo 9 de la Constitución de la posguerra que prohibía la energía con fines bélicos. Su nieto, el entonces Primer Ministro Shinzo Abe, repitió dos años después esas palabras. La “crisis” en curso con Corea del Norte sirvió de pretexto para que esta progenie de tercera generación de la elite política pusiera a flote la idea de un Japón dotado de armas nucleares. Muchos periodistas y expertos de inteligencia japoneses asumen que el programa secreto ha avanzado lo suficiente como para conseguir el montaje rápido de un arsenal de ojivas nucleares, y que se han llevado a cabo pruebas subterráneas a niveles subcríticos con bolitas pequeñas de plutonio.

SABOTEANDO LAS FUENTES
DE ENERGÍAS ALTERNATIVAS
La cínica actitud del lobby nuclear se extiende hacia el futuro lejano, estrangulando de raíz la única fuente viable de energía alternativa del archipiélago japonés: la energía eólica costera. A pesar de décadas de investigación, Japón tiene sólo el 5% de la producción energética eólica de China, una economía (al menos de momento) de tamaño comparable. La industria pesada de Mitsubishi, socio en la energía nuclear de Westinghouse, fabrica turbinas de viento pero sólo para el mercado de exportación.

La zona de Siberia, con sus altas presiones, asegura un flujo de viento fuerte y constante sobre el norte de Japón, pero las compañías del servicio público de la región no aprovechan ese recurso de energía natural. La razón es que TEPCO, que tiene su sede en Tokio y controla el mayor mercado energético, actúa en gran medida como un shogun sobre las nueve compañías energéticas regionales y la red nacional. Sus burócratas, ejecutivos y políticos de alto rango, grandes influencias y bolsillos profundos, como el gobernador de Tokio Shintaro Ishihara, aunque con ambiciones nucleares, mantienen a los contratistas y generales de la defensa de su lado. Pero TEPCO no es el mandamás aquí. Su socio principal en esta mega-empresa es la creación de Kishi, el Ministerio de Economía, Comercio e Industria (MECI).

El lugar para las pruebas nacionales para calibrar el viento marino costero no está, lamentablemente, situado en Hokkaido o Niigata, tan azotados por el viento, sino mucho más hacia el sureste, en la Prefectura de Chiba. Los resultados de estas pruebas, que decidirán el destino de la energía eólica, no van a hacerse públicas hasta 2015. El patrocinador de un proyecto de tan lento recorrido es TEPCO.

LA MUERTE DE LA DISUASIÓN
Aunque en 2009, la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) emitió una apagada advertencia acerca de la reforzada deriva de Japón hacia una bomba nuclear, no hizo nada más. La Casa Blanca tiene que hacer la vista gorda ante la radiación que pasa por los cielos estadounidenses o exponerse al riesgo de un vergonzoso doble rasero en cuanto a la proliferación nuclear de un aliado. Además, la callada aprobación de Washington de una bomba japonesa no casa muy bien con el recuerdo tanto de Pearl Harbor como de Hiroshima.

En sí misma, una capacidad de disuasión nuclear no sería ni objetable ni ilegal en el improbable caso de que la mayoría de los japoneses votaran a favor de una enmienda constitucional del Artículo 9. La tenencia legalizada requeriría inspecciones de seguridad, controles estrictos y transparencia, de forma tal que se podría haber acelerado una respuesta de emergencia en Fukushima. En cambio, un desarrollo secreto armamentístico no hace sino crear una total abundancia de problemas. En el caso de una emergencia, como la que está desarrollándose en este momento, es el secreto lo que se impone a toda costa, incluso aunque suponga innumerables hibakusha, o víctimas nucleares.

En lugar de habilitar un sistema de disuasión regional y un regreso al estatus de gran potencia, el acuerdo de Manchuria sembró las bombas de relojería que están ahora vomitando radiación alrededor del mundo. El nihilismo en el corazón de esta amenaza nuclear para la humanidad no se esconde en el interior de Fukushima 1, sino dentro de la mentalidad de la seguridad nacional. Sólo derogando el tratado de seguridad entre EEUU y Japón podrá liquidarse el espectro de autodestrucción existente, la causa raíz del secretismo que retrasó fatalmente la lucha de los trabajadores nucleares contra la fusión del reactor nuclear.

(FINAL DE LA NOTA)


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