jueves, 26 de mayo de 2011

“LA IZQUIERDA NO SABE LO QUE QUIERE…”

EL LLANO EN LLAMAS

Escribe
JORGE GÓMEZ
BARATA (*)
ARGENPRESS.info
26 de mayo de 2011
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(*) Jorge Gómez Barata- Profesor, escritor, historiador, investigador y periodista cubano- Vive en La Habana- autor de numerosos estudios sobre EEUU. Especializado en temas de política internacional. Colaborador habitual en los principales medios de prensa, latinoamericanos y extranjeros.
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La idea de que la historia de la humanidad puede ser conducida y moldeada a voluntad es relativamente reciente y probablemente errónea. A finales del siglo XV, a partir de los cambios políticos operados en España, empujados por necesidades económicas y favorecidos por avances tecnológicos, los europeos llegaron a América iniciando la primera temporada de lo que ahora se conoce por globalización. Las comunicaciones, el comercio y la trata de esclavos, conectaron al mundo y lo hicieron interdependiente. Se trató de un proceso irreversible que nadie planeó y que en los siglos siguientes se acentuó.

Entre 1776 y 1848 ocurrieron las revoluciones en Norteamérica, Francia y varios países europeos, seguidas por las revueltas y los procesos que llevaron a la unidad nacional en Italia (1860) y Alemania en (1871). En 1868 tuvo lugar la Revolución Meiji en Japón. En menos de 100 años el régimen liberal que auspició el capitalismo y no al revés, se estableció en toda Europa y, en entre 1810 y 1898, el colonialismo dejó de existir en Iberoamérica. Con peculiaridades en cada país, la transición política de una formación social a otra duró unos 125 años. Las superpotencias de entonces hubieran querido que fuera de otra manera aunque nada pudieron hacer.

La Qasba en Túnez, la Plaza Tahir en El Cairo, las calles de Bahréin, Yemen, Libia, Siria y la Puerta del Sol en Madrid, pueden ser capítulos recientes de otro proceso global regido por un patrón común; visible para quien quiera verlo.

Probablemente el modelo de desarrollo y convivencia vigente desde finales del siglo XVIII y que suele asociarse con el capitalismo ha comenzado a fallar a escala del sistema aunque en cada lugar revista formas especificas. Los movimientos telúricos y las replicas no ocurren en los países pobres, sino precisamente en aquellos donde el esquema había obtenido sus más rotundos y prometedores éxitos.

Francamente no estoy entre los sorprendidos; porque aprendí temprano que las grandes conmociones sociales y las revoluciones no se originan por la pobreza ni son conducidas por los pobres. No hubo revoluciones lideradas por esclavos, ninguna tuvo lugar en el feudalismo y ni siquiera la clase obrera ha encabezado un movimiento que haya llegado al poder. Todas las revoluciones ocurridas en los últimos 20 siglos se cuentan con los dedos de las manos y todas se generaron por razones políticas. La economía determina la política, aunque es la política quien otorga los perfiles a la historia.

Me inclino ante su sabiduría, es como dijo Marx: Llegado a cierto límite el desarrollo de las fuerzas productivas abre una época de revolución social a lo cual nadie puede resistirse ni sustraerse.

Túnez, Egipto, Libia, Bahréin y Siria son estados tercermundistas económica y socialmente exitosos que, hasta hace poco muchos saludaban como modelos de “estabilidad política”; mientras Portugal, Grecia y España eran gonfalones de las bondades del restablecimiento de la democracia y paradigmas de “transición”. Tal vez, de un modo peculiar, la crisis del socialismo real y de los gobiernos de la izquierda autoritaria son partes del fenómeno general.

No hay en Madrid, como tampoco abundaron en Túnez, el Cairo, Bahréin o Siria jóvenes famélicos ni faltos de instrucción; los manifestantes no visten mal; su apariencia indica más bienestar que pobreza y sus imaginativas, filosóficas e incluso simpáticas consignas hablan de una creatividad imposible de lograr entre las masas empobrecidas y excluidas. Se trata de un fenómeno enteramente nuevo ante el cual algunos políticos reaccionan con violencia, los hay que no se han percatado del alcance del fenómeno y algunos miran para otro lado.

La democracia, principal categoría política en la historia humana que, fue instalada por una revolución iniciada en el Nuevo Mundo, condujo a regímenes liberales, basados en la representación que, si bien estuvieron entre las mayores conquistas políticas de todos los tiempos, pueden haber comenzado a declinar. Quizás la transición hacía algo nuevo y mejor ha comenzado ya.

El carácter global de un fenómeno caracterizado por insatisfacciones respecto al modelo político establecido en Madrid, Grecia o Francia que, detalles y formas aparte, es muy parecido al que funciona en Egipto o Tunez, impide que algún país crea que el asunto no le concierne.

La idea de que el modelo de democracia liberal, liderada por la partidocracia y gestionada mediante elecciones de representación, puede haber dado todo de sí y se aproxima a algún nuevo modelo político, de momento identificado como una plataforma ciudadana. Tal vez el fin del imperio no sea un Armagedón sino una mutación ya iniciada.

La izquierda no sabe exactamente lo que quiere ni hacía donde la conducen los acontecimientos; aunque el imperio tampoco; la manera errática como reaccionan unos y otros no es un síntoma de incapacidad sino una muestra de perplejidad ante sucesos que se han gestado al margen de su voluntad.

Las masas ilustradas, sensibles a la situación mundial caracterizadas por grandes crisis, se han percatado de que el sistema se ha quedado sin respuestas y sus expectativas no son colmadas por la democracia liberal y el Estado de Derecho que es un régimen mejor que los anteriores pero no el que corresponde al presente y al futuro.

La gente de las plazas no sabe exactamente lo que quiere aunque esta comenzado a decidir acerca de lo que no quiere; no obstante nadie debe hacerse ilusiones. El camino es largo y la tarea de gigantes. Allá nos vemos.

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